viernes, 21 de febrero de 2014

Cartas de un lector experto: Ítalo Calvino

Los libros de los otros
El escritor Ítalo Calvino trabajó durante casi 40 años para la editorial Einaudi. Se tomaba su trabajo de lector y editor muy seriamente, y escribía elaboradas cartas a los autores para detallarles las felicidades y los desaciertos que encontraba en sus originales. 

La editorial Tusquets compiló parte de esa correspondencia. Aquí, tres muestras de evaluaciones críticas (también hay muchos informes elogiosos...), inicios de cartas que muestran un compromiso transparente con la tarea:


5 de octubre de 1964
Querido Álvarez:
Me he decidido a afrontar tu manuscrito, a pesar de la desconfianza que me inspiran los manuscritos demasiado abultados. ¿Cómo se te ocurre escribir tanto? Los novelistas decimonónicos tenían la excusa de que debían desarrollar una intriga con muchos personajes o trazar un fresco social, etc., pero tus intenciones son diferentes (por suerte) y no veo por qué no han de bastar -digamos- cien páginas para dar la imagen de vida y de ambiente que quieres dar". 
(...)


13 de mayo de 1964
Querido Pomilio:
Ante todo debo decirte que no estoy muy bien dispuesto hacia las novelas políticas. Me parece que envejecen con una rapidez lamentable: las novelas de edificación política han sido seguidas de inmediato en su vejez por las novelas de decepción política. Como si las cosas que quieren decir se hubieran vuelto en seguida obvias y viejas. 
Dado que me puse a leer tu manuscrito con este ánimo, puedes esperarte poco entusiasmo. En realidad, me parece que tu libro es un testimonio sincero y fiel y absolutamente explícito y motivado. Pero justamente, explica demasiado, no deja zonas de sombra, un mínimo margen de ambigüedad poética que permita esperar que más allá de la crisis ideológica, previsible -más aún, descontada- desde la primera página, haya algo más. 
(...)
13 de enero de 1964 
Querida Bianca:
He leído tu novela en preparación. Fluye muy bien y es lo que se dice "de agradable lectura", escrita con estilo claro y preciso, sin hinchazones ni preciosismos, y el lector entra en seguida y participa en el destino de los personajes.
Dicho esto, sé que te he dicho poquísimo de lo que tal vez te interese saber. ¿Hay lo que se dice "un mundo poético"? No, no lo diría; caracteres, hechos, discusiones, ambientes, problemas son referidos con claridad y lucidez, y esto no es poco, pero no vemos abrirse una dimensión específica de ese mundo, un espesor nuevo, una transparencia particular. 
(...)
Tal vez estos pequeños fragmentos pueden hacerlo ver a Calvino como algo arbitrario; pero si se leen los mensajes completos, con toda la justificación que incluyen, esta impresión queda descartada. El libro es im-per-di-ble para cualquier escritor, crítico literario, editor o lector apasionado.

"Odio a los que devoran y agonizan" - carta de Vicente Alexaindre

¿Cómo vive el día a día un escritor? ¿Qué envidia un poeta? ¿Quién hubiera deseado ser Vicente Alexaindre, de poder ser otro? 

del sitio educa.madrid.org

A veces las cartas nos dejan ver una parte de la interioridad de los autores que no aparece nunca en su obra. Del Epistolario del Premio Nobel de Literatura de 1977: 

Madrid, 22-3-49
Querido Jose:
¡Cuánto me he acordado de ti en tu enfermedad! Yo también ando mal de salud, con décimas (no me puse el termómetro), y ya estoy mejor.Pasé la semana anterior en un estado desastroso. Si ya estoy mejor es sencillamente porque las causas de mi malestar parecen mejorar. Así es el hombre. Lo que más envidio es la dureza del cuerpo y del alma. ¡Quién naciera otra vez! No querría ser poeta de ninguna manera. Soy demasiado infeliz, quisiera ser otra cosa. Si naciera ahora pediría dureza de corazón, para andar por la vida con una sonrisa perfecta. Pediría, sí, tener los sentidos bien despiertos, para el desdén que goza con desprecio, porque no da nada sino que toma el placer y lo goza sin comprometerse. Una figura como la de don Juan me produce envidia, no por lo que gozó (no creo que gozara mucho), sino por lo que desdeñó y resbaló. Un hombre de acción como Hernán Cortés sería lo que yo quisiera ser, aunque era hombre de corazón, qué duda cabe. pero era un genial hombre de acción que se embriagaba en ella y en ella hallaba su destino. Admiro a todos los vertidos hacia afuera. Odio a los que devoran y agonizan, revolcados por el dolor. Innobles sujetos que no son fuertes más que en sufrir. Montón de debilidad que ni siquiera sabe morir. Admiro lo sano, lo hermoso, lo robusto".
(...).

miércoles, 19 de febrero de 2014

Novelas/cartas

Drácula (edición de Cátedra)
¿Cuántas tramas de novelas avanzan a través de cartas? Interrumpen el flujo narrativo para dar información clave de la interioridad de un personaje. O para contar hechos desde un punto de vista nuevo.

Por ejemplo, el clásico de Bram Stoker, Drácula, compuesto de relato, transcripción de mensajes y fragmentos de diarios personales. Aquí, una carta de Mina a su amiga, Lucy (cuando el viaje de Jonathan a Transilvania parecía transcurrir sin sobresaltos):

"Acabo de recibir un par de líneas de Jonathan desde Transilvania. Está bien y regresará más o menos dentro de una semana.
Estoy muy ansiosa de escuchar todas sus noticias. ¡Debe ser tan bonito visitar países extraños! A veces me pregunto si nosotros, quiero decir Jonathan y yo, alguna vez los veremos juntos. Acaba de sonar la campaña de las diez. Adiós.
Te quiere,
Mina
PD: Dime todas las nuevas cuando me escribas. No me has dicho nada durante mucho tiempo. He escuchado rumores y especialmente sobre un hombre alto, guapo, de pelo rizado (???)".
¿Qué otras novelas con cartas o bien consistentes en puras cartas conocen o recomendarían? 

martes, 18 de febrero de 2014

Un cuento-carta de Hebe Uhart

Pequeño fragmento del conmovedor cuento “Querida mamá”, de la escritora argentina Hebe Uhart, consistente en una carta (hecha de reconocimientos tardíos, de pedidos tal vez imposibles, de afecto y de puestas al día) a la madre muerta. (¡Vale la pena leer el cuento entero, esto es un botón de muestra!). 
Querida mamá:
Va la tercera vez que te escribo esta carta; la primera carta no me gustó y perdí la segunda. Ahora cuando no quiero una cosa, no la tiro: se me pierde, aunque después me vuelve a interesar de nuevo y sé que en algún momento va a volver. Ahora trato de hacer siempre dos cosas al mismo tiempo: por ejemplo, mientras limpio los estantes, encuentro algo que necesitaba, y cuando barro, escucho la radio; si tomo sol, arreglo las plantas. Tanta bronca que me daba cuando vos me decías: “De paso, hacé tal cosa” y yo no quería hacer nada de paso para no perder la idea de la actividad fundamental. Ahora no sé si la actividad fundamental es barrer o escuchar la radio. Y entiendo cuando vos te decías a vos misma “sí, sí, sí...”, como si algo se fuera animando, como si la vida se pusiera en marcha en uno con prescindencia de los propios designios. 
Aunque también no creas, trato de tirar todo lo que me sobra;
(...) 
Tu hija que tanto trabajo te ha dado, pero que también te ha querido mucho.


relatos de Hebe Uhart

lunes, 17 de febrero de 2014

Una lección de escritura dentro de una novela

Fragmento de Expiación, de Ian McEwan*: la carta de rechazo (pero también de estímulo para que siga escribiendo) al cuento que Briony Tallis, la entonces joven protagonista, había enviado a una revista literaria. La carta es lo dicho y más, porque es, también, una pequeña lección de escritura.

Querida señorita Tallis:
Gracias por enviarnos Dos figuras junto a una fuente y, por favor, acepte nuestras disculpas por haber tardado tanto en contestarle. Como sin duda sabe, no tenemos por costumbre publicar relatos cortos de un escritor desconocido ni, a decir verdad, de uno consagrado. Sin embargo, lo hemos leído con la idea de seleccionar algún fragmento. Por desgracia, no podemos hacerlo. Le devuelvo el manuscrito en sobre aparte.
Dicho esto (y a sabiendas, en principio, de que no deberíamos hacerlo, pues hay muchas cosas que hacer en esta oficina), empezamos a leer su texto con sumo interés. Aunque no podemos ofrecerle la publicación de ninguna parte del relato, pensamos que debe usted saber que en esta redacción hay otras personas, además de mí mismo, que leeríamos con interés lo que usted pudiera escribir en el futuro. No nos satisface el promedio de edad de nuestros colaboradores y estamos ansiosos de publicar a jóvenes prometedores. Nos gustaría ver su trabajo, en especial si piensa escribir algunos cuentos cortos.
Dos figuras junto a una fuente nos pareció lo bastante fascinante para leerlo con profunda atención. No lo digo a la ligera. Rechazamos muchos textos, incluso de autores de renombre. Hay algunas imágenes buenas –me gustó «la hierba larga acechaba junto al amarillo leonado del pleno verano»–, y apresa usted una secuencia de pensamiento y luego lo representa con diferencias sutiles, con el fin de intentar caracterizaciones. Capta algo singular e inexplicado. No obstante, nos preguntamos si esto no es quizás en exceso tributario de las técnicas de Virginia Woolf. El cristalino instante presente es, por supuesto, un asunto digno por sí mismo, sobre todo para la poesía; permite a un escritor mostrar sus dotes, ahondar en los misterios de percepción, ofrecer una versión estilizada de los procesos mentales, explorar las rarezas y la naturaleza imprevisible del ego personal, etc.
¿Quién duda del valor de esta experimentación? Sin embargo, una escritura así puede convertirse en preciosista cuando no produce una sensación de avance. Dicho a la inversa, nuestra atención se habría mantenido tanto más despierta si hubiese habido un flujo subyacente de simple narrativa. Hace falta desarrollo.
Así por ejemplo, está bellamente descrita la fundamental incomprensión que de la situación tiene la niña que está en la ventana, y cuya crónica es la primera que leemos. También lo está la determinación que ella toma, y el sentimiento de iniciación en los misterios de los adultos. Sorprendemos a esta chica en el despertar de su propio ser. Nos intriga su resolución de abandonar los cuentos de hadas y los cuentos populares caseros y las obras de teatro que ha estado escribiendo (sería mucho mejor que conociéramos alguno de ellos), pero quizás haya arrojado al bebé de la técnica narrativa junto con el agua de la ficción popular. A pesar del buen ritmo de escritura y de ciertas felices observaciones, no sucede mucho más después de un comienzo tan prometedor. Un joven y una joven que se encuentran junto a una fuente, claramente unidos por no pocos sentimientos sin resolver entre ellos, se disputan un jarrón Ming y lo rompen. (Más de uno de nosotros pensó que un jarrón Ming sería demasiado valioso para sacarlo al aire libre. ¿No sería más apropiado un jarrón de Sèvres o un Nymphenburg?). La mujer se introduce en la fuente totalmente vestida para recuperar las piezas. ¿No le parece mejor que la niña que presencia la escena no sepa que en realidad el jarrón se ha roto? Así sería mucho más misterioso para ella que la mujer se sumerja en el agua. Cantidad de cosas podrían emanar del material que posee, pero dedica veintenas de páginas a la calidad de la luz y la sombra, y a impresiones fortuitas. Luego vemos las cosas desde el punto de vista del hombre, después tal como las ve la mujer…, aunque a decir verdad aprendemos muy poca cosa nueva. Sólo algo más sobre la apariencia y la textura de las cosas, y algunos recuerdos extemporáneos. El hombre y la mujer se separan, dejan un reguero de humedad en el suelo que se evapora rápidamente… y hemos llegado al final. Esta cualidad estática no realza como debería el evidente talento de la autora.
Que la niña haya comprendido plenamente o haya observado con tanta perplejidad la extraña y breve escena que se ha desarrollado ante sus ojos, ¿de qué modo afectaría la vida de los adultos? ¿Que la niña se interponga entre ellos de algún modo desastroso? ¿O uniéndoles más, ya sea sin querer o adrede? ¿Les delatará, acaso, de una manera inocente, por ejemplo, ante los padres de la joven? Ellos sin duda no aprobarían un enredo amoroso entre su hija primogénita y el hijo de la asistenta. ¿Tal vez la joven pareja utilizará a la niña como mensajera?
En otras palabras, en lugar de demorarse tanto tiempo en las percepciones de cada uno de los tres protagonistas, ¿no sería posible presentarlos con mayor economía de medios, sin por ello renunciar a una parte de esa escritura exuberante sobre la luz, la piedra y el agua que usted hace tan bien, para después crear cierta tensión, infundir al propio relato alguna luz y sombra? Puede que sus lectores más refinados campen a sus anchas por entre las teorías más recientes de Bergson sobre la consciencia, pero estoy seguro de que conservan un deseo infantil de que les cuenten una historia, de que les mantengan en suspenso y de saber lo que ocurre. Dicho sea de paso, a juzgar por su descripción, el Bernini al que usted alude está en la Piazza Barberini, no en la Piazza Navona.
Por decirlo simplemente, necesita la espina dorsal de una historia. Puede que le interese saber que una de sus ávidas lectoras ha sido Elizabeth Bowen. Recogió las resmas mecanografiadas en un momento de ocio en que pasaba por esta oficina cuando se dirigía a almorzar, pidió que le permitieran llevárselas a su casa y las acabó de leer la misma tarde. Al principio consideró que la prosa era «sobreabundante, empalagosa», aunque compensada por «reminiscencias de de Dusty Answer» (cosa que a mí jamás se me hubiera ocurrido). Luego el texto la «enganchó un rato» y finalmente nos pasó algunas notas que están, por así decirlo, entremezcladas con lo que antecede. Puede que usted esté muy satisfecha con sus páginas tal como se encuentran, puede que nuestras reservas le inspiren una rabia desdeñosa o una desesperación tal que no quiera volver a poner en ellas la mirada. Sinceramente esperamos que no sea así. Nuestro deseo es que tome nuestros comentarios –que formulamos con sincero entusiasmo– como una guía para una nueva versión.
Su carta de presentación era admirablemente reticente, pero daba a entender que en el presente no dispone casi de tiempo libre. Si esta circunstancia cambiara y usted pudiera pasarse por aquí, estaríamos más que contentos de ofrecerle un vaso de vino y de hablar más de todo esto. Confiamos en que no se desaliente. Quizás le ayude saber que nuestras cartas de rechazo no suelen contener más de tres frases.
Se disculpa usted, de pasada, por no escribir sobre la guerra. Le enviaremos un ejemplar de nuestro último número, con un editorial que hace al caso. Como verá, no creemos que los artistas tengan la obligación de adoptar una actitud cualquiera ante la guerra. En realidad, tienen razón y hacen bien en no prestarle atención y en consagrarse a otros temas. Puesto que los artistas son políticamente impotentes, tienen que aprovechar este tiempo para desarrollar estratos emocionales más profundos. Su tarea, su tarea bélica, consiste en cultivar su talento, y en seguir el rumbo que le exija. La guerra, como hemos dicho, es enemiga de la actividad creativa.
Su dirección sugiere que quizás sea usted médico o que sufre una larga enfermedad. En este último caso permítanos desearle una recuperación rápida y completa.
Por último, una persona de nuestra redacción se pregunta si no tendrá usted una hermana mayor que estudió en Girton hace seis o siete años.
Atentamente,
C.C
la maravillosa novela Expiación

*McEwan, Ian. Expiación (Barcelona, Anagrama, 2001), pp. 365-369.

jueves, 13 de febrero de 2014

Selección de cartas de amor

La carta de amor, de Eugene de Blaas
El festejo de San Valentín nos da la excusa perfecta para compartir una linda selección de cartas de amor

Linda y variada, porque reflejan no solo las distintas personalidades de sus autores, sino también la singularidad de las situaciones en que fueron escritas: encontramos novios que recorren todas las formas de la nostalgia para hacerle saber a su enamorada cuánto la extrañan; despedidas tajantes y definitivas tanto como intentos desesperados (lo que posiblemente transmite un tormento mayor aún) de que la relación no se extinga; cartas plácidas de reconocimiento y gratitud, e incluso sutiles reproches, de esos que tras una apariencia lúdica ocultan un reclamo bien real. 

Por ejemplo, una carta entre amantes, la de Adolfo Bioy Casares (ya unido por entonces -año 1951- en matrimonio a la escritora Silvina Ocampo) dirigida a Elena Garro (casada, por su parte, con Octavio Paz): 
Mi querida, aquí estoy recorriendo desorientado las tristes galerías del barco y no volví a Víctor Hugo. Sin embargo, te quiero más que a nadie… Desconsolado canto, fuera de tono, Juan Charrasqueado (pensando que no merezco esa letra, que no soy buen gallo, ni siquiera parrandero y jugador) y visito de vez en vez tu fotografía y tu firma en el pasaporte. Extraño las tardes de Víctor Hugo, el té de las seis y con adoración a Helena. Has poblado tanto mi vida en estos tiempos que si cierro los ojos y no pienso en nada aparecen tu imagen y tu voz. Ayer, cuando me dormía, así te vi y te oí de pronto: desperté sobresaltado y quedé muy acongojado, pensando en ti con mucha ternura y también en mí y en cómo vamos perdiendo todo. Te digo esto y en seguida me asusto: en los últimos días estuviste no solamente muy tierna conmigo sino también benévola e indulgente, pero no debo irritarte con melancolía; de todos modos cuando abra el sobre de tu carta (espero, por favor que me escribas) temblaré un poco. Ojalá que no me escribas diciéndome que todo se acabó y que es inútil seguir la correspondencia… Tú sabes que hay muchas cosas que no hicimos y que nos gustaría hacer juntos. Además, recuerda lo bien que nos entendemos cuando estamos juntos… recuerda cómo nos hemos divertido, cómo nos queremos. Y si a veces me pongo un poco sentimental, no te enojes demasiado… Me gustaría ser más inteligente o más certero, escribirte cartas maravillosas. Debo resignarme a conjugar el verbo amar, a repetir por milésima vez que nunca quise a nadie como te quiero a ti, que te admiro, que te respeto, que me gustas, que me diviertes, que me emocionas, que te adoro. Que el mundo sin ti, que ahora me toca, me deprime y que sería muy desdichado de no encontrarnos en el futuro. Te beso, mi amor, te pido perdón por mis necedades.
Winston Churchill, en cambio, le escribe su esposa (el 23 de enero de 1935) en clave de apacible celebración: 
Mi querida Clemmie: 
En tu carta desde Madras me escribiste algunas palabras muy queridas por mí sobre cuánto enriquecía tu vida. No puedo expresarte qué placer me dio esto, porque me siento siempre de forma aplastante tu deudor, si puede haber cuentas en el amor... Lo que ha sido para mí vivir todos estos años en tu corazón y compañerismo ninguna frase puede transmitirlo. El tiempo pasa velozmente pero ¿no da felicidad ver cuán grande y creciente es el tesoro que hemos recolectado juntos, en medio de las tormentas y de las tensiones de tan agitados y en cantidad trágicos y terribles años?
Tu amante esposo. 
A su adorada Clara le escribe Juan Rulfo (escueto para publicar obra, pero no para redactar cartas), cuando por circunstancias laborales debía pasar temporadas alejado de su joven esposa: 
Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor... Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña.
Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida.
Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida. Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba.
Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada. ¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara? He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde... y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río...
Clara: Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.
Al parecer, el temible Napoleón no encontraba mejor modo de influir en su esposa, Josefina, que el regaño enfático:
No le amo, en absoluto; por el contrario, le detesto, usted es una sin importancia, desgarbada, tonta Cenicienta. Usted nunca me escribe; usted no ama a su propio marido; usted sabe qué placeres sus letras le dan, pero ¡aun así usted no le ha escrito seis líneas, informales, a las corridas!
Finalmente, una carta trágica, pero sin duda amorosa: la que le deja la novelista Virginia Woolf a su marido, Leonard, antes de suicidarse, el 28 de marzo de 1941: 
Querido: 
Me siento segura de estar nuevamente enloqueciendo. Creo que no podemos atravesar otro de estos terribles períodos. No voy a reponerme esta vez. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor hacer. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todas las formas todo lo que alguien puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta que apareció esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy estropeando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Cuanto te quiero decir es que te debo toda la felicidad en mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bondadoso. Quiero decirte que todo el mundo lo sabe. Si alguien podía salvarme, hubieras sido tú. Nada queda en mí salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destruyendo tu vida por más tiempo. 
No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido. 
¿Qué otras cartas conocen o les gustan? ¿Alguna carta que ustedes hayan escrito y quieran compartir? 

miércoles, 12 de febrero de 2014

De Julio para Alejandra

A los 30 años de su muerte, el 12 de febrero de 1984, recordamos a Julio Cortázar como escritor, pero sobre todo como amigo cálido, comprometido, presente. 

Esta es la carta que le envía a la poeta (también argentina) Alejandra Pizarnik cuando se entera de que ha intentando suicidarse: 
Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.
Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.
Julio (septiembre de 1971).

Más cartas de Julio Cortázar (¡5 tomos de su correspondencia!)

martes, 11 de febrero de 2014

Borges enamorado

Jorge Luis Borges envió a Estela Canto una seguidilla enamorada de tarjetas postales en la mitad de la década del 40. El romance no prosperó, pero las cartas, afortunadamente, sobrevivieron (y las publicó, tal vez con cierta falta de delicadeza, la propia Canto). Aquí tres de ellas:

La primera, en la que Borges comenta, como al pasar (¡como si no se tratara del hito literario que fue!) que está escribiendo "El Aleph" (que dedicaría a ella):

Lunes 5. 
I miss you unceasingly (te echo de menos incesantemente). Descubrir juntos una ciudad, sería, como dices, bastante mágico. Felizmente otra ciudad nos queda: nuestra ilimitada, cambiante, desconocida e inagotable Buenos Aires. (Quizá la descripción más fiel de Buenos Aires la da, sin saberlo, De Quincey, en unas páginas tituladas The Nation of London.) Además, cuando descubríamos Adrogué, nos descubríamos realmente a nosotros mismos; el descubrimiento de caminos, quintas y plazas era una especie de metáfora ilustrativa, de pequeña acción paralela
No te he agradecido aún la alegría que tu carta me dio. Esta semana concluiré el borrador de la historia que me gustaría dedicarte: la de un lugar (en la calle Brasil) donde están todos los lugares del mundo. Tengo otro objeto semimágico para ti, una especie de caleidoscopio. 
Afectos a los Bioy, a Wilcock. Deseo que pases en Mar del Plata una temporada feliz y (me dirás que esto es incoherente) que vuelvas pronto. 
Yours, ever, Georgie. 

Una segunda: 

Lunes diecinueve. 
Querida Estela: 
Una vasta gratitud por tu carta. A lo largo de las tardes el cuento del lugar que es todos los otros avanza, pero no se acerca a su fin, porque se subdivide como la pista de la tortuga. (Alguna noche hablamos de eso, ya que es uno de mis dos o tres temas.) Me agradaría mucho que me ayudaras para algún detalle preciso, que es indispensable y que no descubro. Catorce páginas he agotado ya con mi letra de enano. 
No sé qué le ocurre a Buenos Aires. No hace otra cosa que aludirte, infinitamente. Corrientes, Lavalle, San Telmo, la entrada del subterráneo (donde espero esperarte una tarde; donde, lo diré con más timidez, espero esperar esperarte) te recuerdan con dedicación especial. En Contrapunto, Sábato ha publicado un artículo muy generoso y lúcido sobre el cuento "La muerte y la brújula", que alguna vez te agradó. Se titula "La geometrización de la novela". Sospecho que no tiene razón. 
¿Qué escribes, qué planeas, Estela? Tuyo, con impaciencia y afecto, Georgie.

Y la tercera, que muestra un Borges algo asustado por el sentimentalismo del que es capaz (tal vez para atenuarlo haya elegido escribirla en inglés; Canto la traduce para sus lectores en su edición):
Thursday, about five. 
I am in Buenos Aires, I shall see you tonight, I shall see you tomorrow, I know we shall be happy together (happy and drifting an sometimes speechless and most gloriously silly), and already I feel the bodily pang of being separated from you, turn asunder from you, by rivers, by cities, by tufts of grass, by circumstances, by days and nights. 
These are, I promise, the last lines I shall allow myself in this strain; I shall abound no longer in self-pity. Dear love, I love you; I wish you all happiness; a vast and complex and closewoven future of happiness lies ahead of us. I am writing like some horrible prose poet; I dont dare to reread this regrettable postcard. Estela, Estela Canto, when you read this I shall be finishing the story I promised you, the first of a long series.
Yours, Georgie.  [Estoy en Buenos Aires, te veré esta noche, te veré mañana, sé que seremos felices juntos (felices, deslizándonos y a veces sin palabras y gloriosamente tontos), y ya siento el dolor corporal de estar separado de ti por ríos, por ciudades, por matas de hierba, por circunstancias, por los días y las noches. 
Éstas son, lo prometo, las últimas líneas que me permitiré en este sentido; no volveré a entregarme a la piedad por mí mismo. Querido amor, te amo; te deseo toda la dicha; un vasto, complejo y entretejido futuro de felicidad yace ante nosotros. Escribo como algún horrible poeta prosista; no me atrevo a releer esta lamentable tarjeta postal. Estela, Estela Canto, cuando leas esto estaré terminando el cuento que te prometí, el primero de una larga serie.
Tuyo.] 
Borges a contraluz

lunes, 10 de febrero de 2014

Escritores y amantes

Y de las cartas entre escritores podemos progresar a las cartas entre escritores/amantes, como fueron, por décadas, Jean-Paul Sarte y Simone de Beauvoir.

Aquí, un fragmento final de una carta desde El Havre, donde Sartre tenía temporalmente una clase a cargo. Con una aclaración: Sartre le decía "Castor" a Beauvoir por el parecido de su apellido con la palabra inglesa beaver, que designa ese animal. 


9 de octubre de 1931
(...) Querido amor mío, no se imagina cómo pienso en usted a todas horas, en todo este mundo de aquí que está lleno de usted. A veces la echo en falta y siento algo de pena (un poquitín), otras me hace absolutamente feliz pensar que el Castor existe y que se compra castañas y sea pasea; su pensamiento no me abandona nunca, mentalmente entablo con usted pequeñas conversaciones. Por cierto, he pensado que debería venir para la fiesta de Todos los Santos. Es un domingo pero casi seguro tendremos el lunes. Y como usted no tiene clase el martes...

viernes, 7 de febrero de 2014

Cartas de un joven Onetti

El escritor uruguayo Juan Carlos Onetti y el crítico argentino Julio Payró se escribieron por 20 años, entre 1937 y 1957.

Aquí, compartimos aquí (extraídos de la compilación Cartas de un joven escritor) los inicios de dos cartas de Onetti a Payró, elegidas por dar cuenta tanto de la intimidad de Onetti (sus costumbres, sus formas de vivir la amistad) como de sus reflexiones literarias (sus preferencias, sus condenas). 


Cartas de un joven escritor


1937
Mi querido Payró:
No escribí en tiempo decente por causa de varios sucesos, sin mayor importancia, en realidad, pero que me tenían distraído. Por otra parte, como no pasa casi un día sin que se me ocurra algún tema que sería lindo tratar con usted, y se me ocurre también su punto de vista y cómo contestaría yo... No hay necesidad de decir que siendo yo joyciano convicto y confeso, me basta imaginar fugazmente una charla de ésas para que mi subconsciente quede convencido de que hemos estado en contacto, y libre, por lo tanto, de remordimientos por esta crónica pereza epistolar.
(...).
Su amigo invariable,

Onetti
Y


1939
Querido Julio: 
Su carta me llega en mitad de las vacaciones. Playa, árboles y lago. Me alegra que le haya gustado el chiste de la reiteración. En cuanto a lo que me dice sobre Cortázar and Co., estamos de acuerdo y es un problema que me preocupa. Tengo miedo a una literatura o a cualquier arte que requiere una clave para su compresión, clave que amenaza ser secreta y la empresa se reserva el derecho de admisión [N. del E.: al parecer, Onetti se refería al libro Presencia, publicado por entonces por Julio Cortázar bajo seudónimo]. Recuerdo anécdotas y letreros que vi en U.S.A.; así llegaríamos aparentemente a una segregación intelectual. Y digo aparentemente porque en muchos casos innominables no se trata de diferencias mentales entre el escritor y sus lectores sino en la tan vieja tontería de buscar con deliberación y empeño aquello a que estamos condenados y los disimulos no bastan: la originalidad. Es una paradoja, pero no la hago yo. A mi provecta edad es creíble que jóvenes y no tanto me pregunten, por caminos que suponen desviados y astutos, "cómo hay que escribir". (En general, mienten, ya traen la intocable obra bajo el sobaco). Como soy paciente y -usted recordará- muy bien educado, digo no joder con pavadas, aconsejo escribir como y que salga del forro del estómago. Pero es difícil: difícil el estado de pureza y desnudez, el total abandono. Y sin embargo uno lo hace sin esfuerzo cada vez que se enamora para siempre.
(...).



jueves, 6 de febrero de 2014

Hermann Hesse y Stefan Zweig: el comienzo de una amistad por escrito

La correspondencia (y la amistad) de Hermann Hesse y Stefan Zweig duró nada menos que 35 años. 

Correspondencia
Y he aquí el comienzo de esa entrañable relación:
Basilea, enero de 1903
 Muy estimado señor:
¡No se asuste usted porque, ahora, de repente, le aborde con un saludo y una petición!
Adjunto a esta carta encontrará usted mi librito Gedichte [Poemas], que contiene, entre otras cosas, una traducción de Verlaine. Si algo en este libro resultara de su agrado, le ruego encarecidamente que me regale en reciprocidad su libro sobre Verlaine (los poemas suyos ya los tengo). Me haría muy feliz poseer ese hermoso volumen con una línea de dedicatoria escrita de su puño y letra.
Me proporcionará usted una alegría enorme. Soy ridículamente pauvre y me veo obligado a ir mendigando mis contentos acá o acullá. En esa empresa, sin embargo, he encontrado siempre, por azar, muchos amigos queridos [...]. ¿Tendré la misma suerte con usted?
¿O no? Le saluda afectuosamente, su devoto servidor,
Hermann Hesse

A lo que responde Zweig:

Viena, 2 de febrero de 1903
Muy apreciado señor Hesse:
[...] su libro me ha deparado una gran alegría. Se lo agradezco de verdad, desde lo más hondo, y tengo que pedirle también que crea lo que voy a decirle: hace mucho tiempo que tenía la intención de dirigirme a usted [...] He creído siempre en aquella «Liga secreta de los melancólicos» de la que habla Jacobsen en su Maria Grubbe; sostengo también que los que sentimos, en lo íntimo de nuestro ser, cierta afinidad del alma, no debemos permanecer desconocidos los unos para los otros. Conocerlo ahora personalmente a usted, a quien estimo mucho desde hace tiempo por algunos versos aislados leídos en revistas, me depara una alegría sincera.
¿Me permite decirle algo sobre su libro? [...] lo he tomado en mis manos y, guiándome por mi sensibilidad más clara y viva, se lo he llevado a algunos amigos para leerles pasajes en voz alta. Con toda sinceridad, me doy cuenta de que, junto a El libro de las imágenes, de Rilke, a Der Spiegel [El espejo], de Wilhelm von Scholz, y al Adagio stiller Abende [Adagio de atardeceres apacibles], obra de mi querido amigo Camill Hoffmann -libro que, además, siento extraordinariamente cercano-, éste es [para mí] el más querido poemario de este año. Con satisfacción puedo colocarlo junto a los otros libros que me han sido dedicados; y la compañía allí, por cierto, no es nada despreciable [...]. También me gustaría, en cuanto se preste la ocasión, hacer algo por su libro, y hacerlo en una gran publicación, donde sepa que mis palabras no se las llevará el viento.
Recibirá mi Verlaine en unos ocho días. Le pediré hoy mismo a mi editor algunos ejemplares nuevos; he tenido, por cierto, muchas satisfacciones con él, se vende magníficamente bien y espero que, para el otoño, vea la luz una segunda edición, con una tirada de tres mil ejemplares. Quiero, para entonces, añadir su magnífico poema, y le pido que eventualmente me haga llegar otras pruebas.
Y una cosa más: en vista de que ha sido usted, con su fuerza y su desenfado, quien ha roto el hielo, no quisiera que perdamos del todo el contacto. Me gustaría conocer más de usted [...]. No soy un autor de cartas muy fiable [...]. Sin embargo, siempre constituye para mí una dicha poder decirle a algún amigo al que aprecio cosas más íntimas y personales, esas que nos mueven y nos ocupan en lo más profundo; sólo que, en mi caso, esas cartas surgen de manera espontánea: no salen nunca con el próximo correo, sino que tardan a menudo tres semanas o más. Si se atreve usted, en tales circunstancias, a referirme muchas más cosas acerca de su persona, me sentiré satisfecho y hondamente agradecido, y creo que, en ese caso, podrá contar conmigo. Como poeta no me tengo en muy alta estima, y es ésa la razón por la que no dudo jamás en considerarme un ser totalmente superfluo para el mundo, a menos que me valore en mi virtud de ser «amigo de mis amigos». Y tengo la impresión de que podré contarle a usted entre ellos. [...]
Stefan Zweig

miércoles, 5 de febrero de 2014

Homenaje al género carta

Como ya saben quienes nos siguen en facebook, una de las cosas que nos gusta compartir en ese espacio son los cuadros, de distintas épocas, que representan escenas de lectura. Este mes decidimos acotar un poco más la selección y nos centraremos en una imagen particular: la de los lectores de cartas.
 
La carta, de Mary Cassatt
Abierta con avidez y leída alternativamente con emoción, con intriga o con estupor, el efecto que una carta produce suele ser más hondo que el que provoca cualquier vía más moderna, y eficaz, de intercambio (siempre menos elaborada y sin duda más efímera). 

Tal vez porque ahora estamos más en contacto los unos con los otros (con las facilidades del contacto a distancia y las redes sociales); tal vez porque el género epistolar es el género de lo diferido: nunca el momento de escritura y el momento de recepción son simultáneos, y entonces a la distancia espacial se suma la distancia del tiempo; tal vez porque las cartas exhiben más que otro medio a la persona que las escribe, con su letra manuscrita y sus tachaduras de imposible disimulo, o quizá porque es un mensaje que va directo de uno a otro (y cualquier desvío de ese camino será evidente), es solo de esas dos personas; quizás, finalmente, porque podemos saber que lo que nos escriben dice el fondo del otro (algo que pensó con cuidado y para lo que eligió cada palabra), todo en el género carta es más intenso que otros tipos de comunicación.

Las escenas de lectura que postearemos lo mostrarán. Y, por si quedaran dudas, los grandes ejemplos de cartas (pequeños fragmentos de epistolarios reales) que iremos compartiendo darán su ratificación. Como ejemplo, y por razones de espacio, solo incluiremos aquí líneas de despedida en las cartas de Gustave Flaubert a su amante Louise Colet. Verán cómo solo los saludos finales van dando cuenta del declinar de la relación, desde el tuteo y la entrega iniciales hasta el adiós definitivo: 
"Adiós, adiós.
Te envío toda la ternura que tú quieras". 
 5 de agosto de 1846
"Adiós, mil ternuras. Soy tuyo de la noche a la mañana, de la mañana a la noche".
9 de agosto de 1846 
"Adiós, mi vida, un beso muy largo; acaricio tus tirabuzones, cuya punta levanto levemente".
18 de octubre de 1846 
"Adiós, querida camarada, ya que ahora solo me permites que de dé ese nombre: me estrechas la mano al final de todas tus cartas. ¿Me permites que yo bese aún las tuyas, como el primer día, como el miércoles por la noche?
Adiós, adiós".
25 de octubre de 1846 
"Adiós, mil ternuras, aunque tengo el corazón encogido como si me lo estuvieran apretando como un cordón".
2 de diciembre de 1846 
"No comprendo sus enfados ni sus caprichos. Hace mal, pues es buena, excelente y amable, y no tiene perdón que estropee todo eso sin motivo.
Sosiéguese y, cuando vuelva a verla, recíbame con una carcajada, diciendo que ha sido una tonta".
Fines de diciembre de 1846 
"Adiós, un beso.
Suyo".
Marzo de 1948 
Además de los cuadros y los fragmentos, también estaremos regalando libros compuestos de cartas o que hablan de ellas, como los clásicos de Bolívar, Kafka, Sor Juana Inés de la Cruz o Poe. Y en torno al 14 de febrero y por imposición de la fecha nos dedicaremos puntualmente a las cartas de amor

¡Los esperamos!