viernes, 27 de enero de 2012

Liberen al lector

Sus años de ser profesor de literatura y enfrentarse al desafío de convertir estudiantes en lectores deben de haber inspirado a Daniel Pennac a desacomodar los lugares comunes acerca de la lectura. ¿Es obligatorio leer? ¿Le debe gustar a todo el mundo? ¿Nos hace mejores personas? Escritor él mismo, Pennac no cuestiona todas estas creencias, pero sí se permite repensarlas.


Agrupados bajo el nombre "Los derechos imprescriptibles del lector", listó (y desarrolló en su libro Como una novela) estos permisos, que citamos y comentamos a continuación:

1. El derecho a no leer.

Aceptemos de una vez que hay gente a la que leer puede no gustarle... allá ellos; dice Pennac: "La idea de que la lectura humaniza al hombre es justa en su conjunto, a pesar de que existen algunas excepciones deprimentes. Se es sin duda un poco más humano, si entendemos por eso un poco más solidario con la especie (un poco menos fiera), después de haber leído a Chejov que antes. Pero cuidémonos de flanquear este teorema con el corolario según el cual todo individuo que no lee debería ser considerado a priori como un bruto potencial o un cretino redhibitorio. Si lo hacemos convertiremos la lectura en una obligación moral, y este es el comienzo de una escalada que nos llevará rápidamente a juzgar, por ejemplo la moralidad de los libros mismos".

2. El derecho a saltarse páginas.

Si una historia (sobre todo las prosas morosas y detallistas del siglo XIX, podemos agregar) abunda en fragmentos que nos desesperan o aburren, es mejor dejarlos pasar que renunciar del todo a la obra. Así dice Pennac que hizo en su infancia con La guerra y la paz: devoró la historia de amor y descartó las páginas sobre política y estrategias bélicas.

3. El derecho a no terminar un libro.

Y así como se puede esquivar algunas partes centrales en un libro, se puede obviar su final. Para Pennac, nada (¡y menos el temor a ser juzgados como perezosos o ignorantes por otros!) justifica que leer se convierta en una obligación. Si un libro comienza a aburrirnos, dejémoslo para otro momento... o para otro lector.

4. El derecho a releer.

Dice Pennac: "Releer lo que me había rechazado antes, releer sin saltarse una línea, releer desde otro ángulo, releer para verificar, sí… nos concedemos todos estos derechos. Pero releemos sobre todo gratuitamente, por el placer de la repetición, la alegría de los reencuentros, la puesta a prueba de la intimidad. Otra vez, otra vez, decía el niño que fuimos…".

5. El derecho a leer cualquier cosa.

Sí. A leer literatura estereotipada, comercial, que repite una fórmula... si la disfrutamos. Que nadie se rasgue las vestiduras. Según Pennac, tarde o temprano, hechizados por la lectura en sí misma, daremos con textos mejores (más verdaderos, que no ocultan la complejidad de las cosas) y nos haremos adictos a ellos. Tenderemos (pero naturalmente, sin imposiciones ni vergüenzas) a buscar escrituras más auténticas y profundas.

6. El derecho al bovarismo (enfermedad textualmente transmisible).

Leer febrilmente, vibrar de emoción, obsesionarnos por un texto o personaje es válido (y no una etapa inmadura que debemos superar).

7. El derecho a leer en cualquier parte.

En cualquier parte y haciendo diferentes cosas. Tomando sol. Viajando. Caminando. Adormeciéndonos. Comiendo. Agreguen sus variantes.

8. El derecho a picotear.

Leer de aquí y de allá, varios libros a la vez. O abrir un volumen en cualquier lugar y leer con toda intensidad la página casual... para cerrar el libro hasta otra temporada. "Cuando no se tiene el tiempo ni los medios para tomarse una semana en Venecia argumenta Pennac, ¿por qué rehusarse el derecho de pasar allí cinco minutos?".

9. El derecho a leer en voz alta.

De poner nuestro cuerpo, nuestra voz, nuestra saliva, nuestra interpretación en la lectura. Pero también, por supuesto, derecho a leer en voz baja.

10. El derecho a callarnos.

O derecho a mantener con el texto una relación compleja, extraña, personal e intransferible. "La lectura es una compañía que no ocupa el lugar de ninguna otra y a la que ninguna compañía distinta podría reemplazar. No le ofrece [al lector] ninguna explicación definitiva sobre su destino, pero teje una retícula apretada de complicidades entre la vida y él. Ínfimas y secretas complicidades que hablan de la felicidad paradójica de vivir, al tiempo que iluminan el absurdo trágico de la vida".

Llegamos a 10 y estos son todos los derechos que el escritor francés Daniel Pennac concede a los lectores. ¿Qué piensan de ellos? ¿Agregarían otros? Y, en plan de seguir inventariando, ¿qué deberes podrían, eventualmente, acompañar a estos derechos y libertades? No ya de leer, como advierte Pennac, pero tal vez ¿de recomendar, enseñar, difundir, prestar? ¿O de nada en absoluto? Lo conversamos aquí.

Victoria Ocampo sobre Virginia Woolf (y sobre ella misma)

El 27 de enero de 1979 murió la escritora argentina Victoria Ocampo. Su principal aporte a la cultura argentina es la fundación de Sur, revista por la que desfilaron plumas célebres de la literatura americana y europea, y en la que colaboró Jorge Luis Borges con escritos y traducciones.

Ocampo obtuvo la Legión de Honor de Francia, el rango de Comendadora de la orden del Imperio Británico y el gran premio de honor de la Sociedad Argentina de Escritores. En 1977 fue incorporada a la Academia Argentina de Letras.

Como Virginia Woolf, su contemporánea, Ocampo buscó ampliar el horizonte de las actividades intelectuales para la mujer. Sobre Woolf, a quien conoció y frecuentó, expresa interesantes opiniones en una carta a la pedagoga María de Maeztu:
"Lo paso muy bien en Londres. Los Huxley son muy afectuosos conmigo y gracias a ellos he conocido a Virginia Woolf –a quien me interesaba mucho conocer– y a Wells. Wells un poco decrépito ya... (que no me oiga). Me resultan más divertidos sus libros que su... cuerpo presente.

Virginia, ¡una inglesa extraordinaria! ¡Más novelesca que sus novelas! Y para quien el mundo real no existe. Fantástica mujer. ¡Pelo blanco, cara muy delgada y belleza conmovedora en medio de su frialdad glacial, como diría la bestia de Grau! ¡Pobre! Me ha preguntado hasta el infinito sobre mi vida, mi país, mi infancia etc., etc., todo con una pasión y una curiosidad totalmente impersonales. Como si yo fuera una cosa y no un ser viviente. Pero se lo perdono. También me divierte y me inspira una curiosidad que no es cruel, sino infinitamente más directa y humana. Me quedo en Londres por ella más de lo que pensaba. Me fascina porque tiene todo lo que yo no tengo y porque tengo todo lo que ella no tiene. Y creo que la fascino por la misma causa. Y luego es tan extraña, tan wrapped up [ensimismada] en su mundo imaginario donde juego el papel de una inmensa mariposa dorada "sudamericana" –es decir, exótica– revoloteando a su alrededor, haciéndola soñar con un país que no quiere conocer sino en la forma en que se lo relata a sí misma... (no me lo ha dicho así, pero así lo siento). Las mujeres de talento me interesan, María, más que los hombres. Los hombres me interesan por otras razones... ¡Pero las mujeres! Quisiera desmontarlas pieza por pieza para no dejar escapar nada.

Pero Virginia vive en la luna. No sé cómo hacer para aterrizarla. Y acaso esto sea inútil y hay que aceptarla como es, en la luna."

miércoles, 25 de enero de 2012

Diario de una escritora: Virginia Woolf

El 25 de enero de 1882 nace Virginia Woolf, escritora inglesa. En sus novelas intenta hacer visible la vida cambiante e inasible de la conciencia. De los textos recopilados bajo el título Diario de una escritora, extrajimos estos fragmentos:

Virginia Woolf, retratada por Roger Fry (1917)
"Lunes 25 de octubre (de 1920). Por qué será tan trágica la vida; tan parecida a una angosta vereda sobre un abismo. Miro hacia abajo; siento un mareo; me pregunto cómo haré alguna vez para caminar hasta el final."

"Domingo 19 de julio (de 1931). "Es una obra maestra", dijo L. [su esposo, Leonard] cuando llegó esta mañana a mi pabelloncito. "Y el mejor de tus libros". Quiero anotarlo, y que agrega además que considera las 100 primeras páginas como sumamente difíciles y se pregunta hasta dónde será capaz de seguir el lector común. Pero ¡Dios mío!, ¡qué alivio! Me lancé bajo la lluvia para dar un paseo de júbilo hasta Rat Farm, y me resigné casi al hecho de que están instalando una granja de cabras, con la casa todavía a construirse, sobre la ladera próxima a Northease."

"Miércoles 13 de enero (de 1932). [...] ¿Es posible contar con 20 años más? Cumpliré cincuenta el 25, una semana después del lunes; y siento a veces que ya he vivido 250 años, y otras que soy todavía la viajera más joven del ómnibus. (Nessa dijo que siempre piensa esto todavía cada vez que toma asiento). Y pretendo escribir otras cuatro novelas [...]. Tal el programa que, considerando mi lentitud y cómo me voy poniendo más lenta, más espesa, menos tolerante de todo lo que sea precipitación, bien puede durarme mis 20 años, si es que los tengo."

"Domingo 2 de octubre (de 1932). Sí, voy a permitirme el lujo de una pluma nueva. Extraño cómo el venir aquí trastorna mi disposición para escribir. Más extraño aun el sentimiento que me posee de que ahora, a los 50, tengo el equilibrio necesario para, con toda libertad, lanzar rectos e inflexibles mis dardos, cualesquiera que ellos sean. Por consiguiente esta barahúnda de los periódicos semanales no me hace la mejor mella. Así son los cambios del alma."

miércoles, 18 de enero de 2012

Rubén Darío persigue una forma que interroga

El 18 de enero de 1867 nació Rubén Darío, poeta y escritor nicaragüense.

Desempeñó corresponsalías de diarios y empleos diplomáticos en El Salvador, Chile, Argentina, España, Estados Unidos y Francia. Entre sus obras se destacan Cantos de vida y esperanza y Prosas profanas. Encarna el movimiento modernista en América Latina. Su obra se caracterizó por la renovación del lenguaje poético, por las innovaciones temáticas, el esteticismo y el exotismo.

En vida generó polémicas y despertó admiraciones. Años más tarde, en su "Mensaje en honor de Rubén Darío", Jorge Luis Borges sostuvo: "Cuando un poeta como Darío ha pasado por una literatura, todo en ella cambia".

A principios del siglo pasado, Darío publicó el poema "Yo persigo una forma". Casi por definición, el ser humano vive con una sensación de desconcierto latente respecto de la realidad, siempre buscando sentidos. En Darío, esto tiene que ver, también, con un clima de época: la modernización acelerada a nivel mundial que desacomodaba el orden conocido. Ese desajuste anímico aparece en estos versos (de acostumbrado preciosismo formal), por eso los reproducimos aquí:
Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
el abrazo imposible de la Venus de Milo.

Adornan verdes palmas el blanco peristilo;
los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

Y no hallo sino la palabra que huye,
la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;

y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.