lunes, 31 de marzo de 2014

Literatura que eriza la piel

Se internan en el mundo de lo desconocido. Exploran las visiones más extrañas. Imaginan seres fantásticos –vampiros, brujas, hombres lobo, animales monstruosos, personas de ultratumba–, propios de las pesadillas.

En sus travesías, se hacen acompañar por el lector. Lo llevan de la mano, para soltársela lentamente en una necrópolis, en un castillo habitado por espectros o en el momento exacto en que la narración se ha poblado de temibles criaturas de naturaleza indescifrable... Son los maestros del terror, expertos en el arte de fascinar (y dejar, a la vez, temblando) a quienes se animan a asomarse a las páginas que escriben.

El resplandor
Este mes nos preguntamos por ellos. Más precisamente, por cuáles son los autores que mejor logran erizarnos la piel, despertar nuestro terror adomercido, asustarnos al punto tal que después de cerrar el libro no nos animamos a ir al baño en plena noche...

¿La literatura de Edgar Allan Poe (definido por nada menos que Lovecraft como "deidad y fuente de toda ficción diabólica")? ¿La del mismo Howard P. Lovecraft, de quien regalamos un escalofriante audiolibro más abajo? ¿La de Stephen King, sin duda, el más exitoso entre los escritores actuales? ¿La de Joseph Sheridan Le Fanu, pionero en la creación de ghost-stories? ¿O la de Clive Barker, autor de Hellraiser y Razas de noche, obras que excedieron el espacio literario para presentarse también en cine, cómics e incluso videojuegos? Tal vez la de los autores de las horribles criaturas que ya son parte de nuestro imaginario, Frankenstein y Drácula... Y si no son esos, ¿la obra de quién les mete miedo con más éxito?


Lo conversamos aquí.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Patrimonio, legado del padre

Hoy el escritor norteamericano Philip Roth cumple 81 años. Después de una prolífica carrera como escritor (por la que ganó varios premios, como el Pulitzer, por Pastoral americana), anunció hace poco tiempo que se retira (lo mismo dijo la Nobel Alice Munro, y uno sigue deseando para sí que en algún momento se den cuenta de que no pueden ya dejar el vicio...).

Roth también escribió libros autoautobiográficos, como este acerca del último tiempo de vida de su padre, enfermo de un tumor cerebral: Patrimonio. Una historia verdadera. Se trata de un libro conmovedor, en que el autor acompaña al padre y uno (lector) acompaña al autor, en su intento de procesar el hecho de ir perdiendo a su papá y de entender en qué consistió su vida:

“Lo suyo concluye en algún momento Roth era pasarse la vida superando las cuestas más empinadas”; “el verdadero trabajo, el enorme e invisible trabajo en que estuvo empeñado toda su vida, el trabajo de una generación entera de judíos, fue convertirse en norteamericano”.

El gran libro Patrimonio:


miércoles, 12 de marzo de 2014

El arte de un buen título

Si El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha hubiera dejado la pomposidad en el camino y solo se hubiera titulado “Quijote” o, peor (delatando ya su contenido) “Los desvaríos de Alonso Quijano”, ¿sería un clásico tan inolvidable para todos nosotros? Si Cien años de soledad hubiera sido publicado como (supongamos) Genealogía de los Buendía o Vida en Macondo, ¿habría resultado tan completamente logrado como lo es así, tal como está? 

O si Las mil y una noches se llamara, como en una traducción inglesa, “Las noches árabes”, ¿sería lo mismo? Seguramente no, porque faltaría, como señalaba Borges, ese efecto –el de transmitir la idea entera del infinito a partir de un número concreto– que convierte al título, en sus palabras, en uno de “los más hermosos del mundo”.

Es que el título es una parte breve, sí, pero decisiva de cualquier obra escrita. Es lo primero que puede cautivar al lector e incide sin duda en cuán memorable se vuelve el libro.

Hay títulos inolvidables de estilos muy distintos. Por ejemplo, hay títulos intrigantes, aquellos que, más que describir, recortan u opacan el contenido y nos llevan a preguntarnos insistentemente ¿de qué tratará este libro?, ¿cómo puede llamarse así?, ¿a qué puede estar haciendo referencia?

Porque ¿quién se puede representar qué hay detrás de No toda es vigilia la de ojos abiertos, de Macedonio Fernández? ¿Qué puede anticipar la oración condicional Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino? ¿Y el inquietante "Solo vine a hablar por teléfono", otro título de García Márquez, esta vez de un relato?

¿Qué pregunta peregrina es la de Phillip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?? ¿Y la de ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy? ¿Qué puede significar El hombre que fue jueves, de Chesterton? (¡Si ser hombre y ser un día de la semana es un contrasentido!). ¿A cuento de qué viene –sin duda, remata una opinión vehemente, pero ¿en qué contexto?– Que es más de lo que puedo decir de ciertas personas, de Lorrie Moore? Finalmente, ¿qué esconde la enfática negatividad de Nadie nada nunca, de Juan José Saer? No sabemos, en ninguno de los casos: hay que empezar a leer para quitarse la curiosidad.

Pero también hay títulos disparatados, que preanuncian la serie de humoradas que esperan ya desde el capítulo 1. Tal es el caso de Douglas Adams, con su libro Informe sobre la Tierra: fundamentalmente inofensiva o el abarcativo La vida, el universo y todo lo demás. O de Sin noticias de Gurb, el breve reporte que repite como frustrante mantra el protagonista durante la novela entera (precisamente, transita todas sus aventuras buscando al perdido Gurb). Y de Memorias de un amante sarnoso, de Groucho Marx.

También están los títulos intertextuales, que citan otros célebres. Como el de Cortázar La vuelta aldía en ochenta mundos (y que invierte ingeniosamente La vuelta al mundo en 80 días, de Verne) y el reverso humorístico de El amor en los tiempos de cólera, de García Márquez, que resultó en El amor en los tiempos del… colesterol, de Gabriela Acher.

Además hay los que adelantan, temerariamente, el final de la historia, como La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz, o Crónica de una muerte anunciada, nuevamente de García Márquez (talentoso, evidentemente, también para los títulos). En estos, el juego de la intriga se redobla (uno como lector, digámoslo desde ya, es un ser vulnerable al supenso): ¿por qué “breve”, cómo es que ese fin se produce?, ¡lo quiero saber!

En fin, títulos cautivantes, inolvidables, perfectos, hay muchos. Ya citamos una pequeña selección nosotros, ¿cuáles son los de ustedes? ¿Alguna vez leyeron un libro solo por el título? Esperamos su opinión y preferencias.