miércoles, 27 de marzo de 2013

Elogio de la palabra precisa

Una sintaxis determinada, una forma de unir oraciones entre sí; el modo de suceder párrafos; por supuesto que las ideas de fondo y los temas que aborde, un tipo de personajes... todo hace al estilo de un escritor. En todo esto, no es menor, aunque pueda parecerlo, la selección de las palabras que usa.

Que las palabras estén bien elegidas es determinante para que un escritor puede decir exactamente aquello que pretende. Toda la claridad y la contundencia del significado se asocian con esto.

Los autores coinciden; expresa Voltaire, por ejemplo:

"Una palabra mal colocada estropea el más bello pensamiento".

Haciendo gala del mismo talento para elegir palabras que celebra en su frase, Twain, por su parte, definía:

"La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma que entre el rayo y la luciérnaga".

Y así rogaba el poeta Juan Ramón Jiménez:

"Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas".

Sin duda, las palabras -las más pequeñas de las piezas con que se construye la literatura- influyen decisivamente en que el resultado final sea una prosa elegante, reveladora, memorable...

martes, 26 de marzo de 2013

Roland Barthes, lector de fotografías

El 26 de marzo de 1980 muere Roland Barthes, lingüista y escritor francés. Pensador de la cultura en términos amplios, parte de su obra se dedica a cuestionar las representaciones colectivas que operan en la conciencia de todos nosotros con la eficacia de la "evidencia"; es decir, como si fueran verdades absolutas, en vez de construcciones humanas contingentes e históricas.

En esta línea, va el libro Mitologías, conjunto de exploraciones sobre diversos signos de la cultura (fotografías, comerciales, imágenes  y representaciones a todo nivel), del que extrajimos inspirados en la interna de los demócratas en EE. UU. y su publicitada serie de debates televisivos el apartado "Fotogenia electoral":


Algunos candidatos a diputado adornan con su retrato sus folletos electorales, lo que presupone que la fotografía tiene un poder de conversión que es necesario analizar. Ante todo, la efigie del candidato establece un nexo personal entre él y los electores; el candidato no sólo da a juzgar un programa, sino que propone un clima físico, un conjunto de opciones cotidianas expresadas en una morfología, un modo de vestirse, una pose. De esta manera, la fotografía tiende a restablecer el fondo paternalista de las elecciones, su naturaleza "representativa", desordenada por la representación proporcional y el reino de los partidos (la derecha parece usarla más que la izquierda). En la medida en que la fotografía es elipsis del lenguaje y condensación de un "inefable" social, constituye un arma antiintelectual, tiende a escamotear la "política" (es decir, un cuerpo de problemas y soluciones) en provecho de una "manera de ser", de una situación sociomoral. Se sabe que esta oposición es uno de los mitos mayores del poujadismo (Poujade en la televisión: "Mírenme: soy como ustedes").
La fotografía electoral es, pues, ante todo, reconocimiento de una profundidad, de algo irracional extensivo a la política. Lo que atraviesa la fotografía del candidato no son sus proyectos sino sus móviles, las circunstancias familiares, mentales, hasta eróticas, todo ese modo de ser del que a la vez es producto, ejemplo y estímulo. Es claramente perceptible que lo que la mayoría de nuestros candidatos da a leer en su efigie es su posición social, la comodidad espectacular de normas familiares, jurídicas, religiosas, la propiedad infusa de ese tipo de bienes burgueses, como por ejemplo, la mesa del domingo, la xenofobia, el bistec con papas fritas, la comicidad del cornudo, en resumen, lo que se llama una ideología. El uso de la fotografía electoral supone, naturalmente, una complicidad: la foto es espejo, ofrece en lectura lo familiar, lo conocido, propone al lector su propia efigie, clarificada, magnificada, orgullosamente trasladada al estado de tipo. Esta ampliación, por otra parte, define exactamente la fotogenia: el elector se encuentra expresado y transformado en héroe, es invitado a elegirse a sí mismo, a cargar al mandato que va a dar con una verdadera transferencia física: delega su "casta". Los tipos de delegación no son demasiado variados. En primer lugar se encuentra el de la posición social, la respetabilidad, sanguínea y corpulenta (listas "nacionales"), o sosa y distinguida (listas M.R.P.). Otro tipo es el del intelectual (aclaro que para el caso se trata de tipos "significados" y no de tipos naturales); intelectualidad hipócrita de la Reunión nacional, o "penetrante" del candidato comunista. En ambos casos, la iconografía pretende significar la extraña conjunción de pensamiento y voluntad, de reflexión y de acción: el párpado algo plegado deja filtrar una mirada aguda que parece extraer fuerza de un bello sueño interior, sin que por eso deje de fijarse en los obstáculos reales, como si el candidato ejemplar debiese unir en la imagen, magníficamente, el idealismo social con el empirismo burgués. El último tipo es el del "buen muchacho", señalado al público por su salud y virilidad. Algunos candidatos, además, interpretan de manera notable dos tipos a la vez: de un lado de la moneda aparece como galán joven, héroe (en uniforme); del otro, hombre maduro, ciudadano viril que impulsa adelante a su pequeña familia. Con frecuencia el tipo morfológico se complementa con atributos absolutamente claros: candidato rodeado de sus chiquillos (acicalados y arregladitos como todos los niños fotografiados en Francia), joven paracaidista con las mangas remangadas, oficial revestido de condecoraciones. La fotografía, en este caso, constituye un verdadero chantaje a los valores morales: patria, ejército, familia, honor, pelea. La convención fotográfica en sí misma está, por otra parte, llena de signos. La exposición de frente acentúa el realismo del candidato, sobre todo si está provisto de anteojos escrutadores. En esta actitud, todo expresa penetración, gravedad, franqueza: el futuro diputado dirige la mirada al enemigo, al obstáculo, al "problema". La exposición de tres cuartos, más frecuente, sugiere la tiranía de un ideal: la mirada se pierde noblemente en el porvenir; no enfrenta, domina y siembra un "más allá" púdicamente indefinido. Casi todos los tres cuartos son ascensionales, el rostro aparece elevado hacia una luz sobrenatural que lo aspira, lo transporta a las regiones de una humanidad superior, el candidato alcanza el olimpo de los sentimientos elevados, donde cualquier contradicción política está resuelta: paz y guerra argelinas, progreso social y beneficios patronales, enseñanza "libre" y subvenciones a la remolacha, la derecha y la izquierda (¡oposición siempre "superada"!), todo esto coexiste apaciblemente en esa mirada pensativa, noblemente fijada sobre los ocultos intereses del orden.

lunes, 18 de marzo de 2013

Reglas para reseñistas, de Updike

Un 18 de marzo de 1932 nacía John Updike, escritor y periodista estadounidense, ganador de los premios Faulkner y Pulitzer, entre otros.



De él compartimos sus "Reglas para reseñistas" (extracto), destinadas a que los comentadores de (¿sus?) libros hagan mejor su tarea:

I
Intenta entender qué es lo que el autor deseaba hacer y no lo culpes por no lograr lo que nunca intentó.
 
II
Da citas literales suficientes, al menos un fragmento largo, de la prosa del libro de tal modo que el lector del reseñista pueda formarse su propia impresión, que pueda seguir su propio gusto.
 
III
Más que ofrecer nebulosas precisiones, confirma la descripción del libro con citas del libro, aunque sean de una sola frase.
 
IV
No te alargues en la descripción de la trama y no cuentes el final.
 
V
Si el libro te resulta deficiente, cita un ejemplo del mismo autor o de otro sitio que explique qué es lo bueno. Intenta comprender el fallo. ¿Seguro que es del autor y no del reseñista?

Ustedes, ¿leen reseñas de los libros en los suplementos culturales? ¿Les sirven tal como son o pedirían otros contenidos u otro enfoque?

lunes, 11 de marzo de 2013

Recordando al autoestopista intergaláctico

Tal como recuerda Google con su doodle de la fecha:

hoy se cumplen 61 años del nacimiento del escritor y guionista radiofónico Douglas Noël Adams (Cambridge, Inglaterra), recordado sobre todo por su Guía del autoestopista galáctico.

En esa serie de novelas, Adams cuenta los destinos de personajes disparatados (como el adorable Androide Paranoide, hipersensible desde que sus compañeros de misión lo dejaron olvidado durante siglos en un planeta) en medio de cómicos eventos intergalácticos... peripecias tan insólitas como, de algún modo, verosímiles para nuestra experiencia de mundo.

Aquí, el comienzo de una de estas novelas, Informe sobre la Tierra: fundamentalmente inofensiva:
La historia de la Galaxia se ha vuelto un poco confusa por una serie de motivos. En parte porque los que intentan seguirle la pista andan un poco perplejos, pero también porque de todos modos han ocurrido cosas muy desconcertantes.
Una de las complicaciones se refiere a la velocidad de la luz y a los consiguientes obstáculos para rebasarla. Es imposible. Nada viaje más deprisa que la velocidad de la luz, con la posible excepción de las malas noticias, que obedecen a sus propias leyes particulares. Los habitantes de Hingelfreel, de Arkintoofle Menor, trataron de construir naves impulsadas por malas noticias, pero no les salió muy bien y, cuando llegaban a algún sitio donde realmente no tenían nada que hacer, solían dispensarles un recibimiento de lo más desagradable. 
De manera que, en general, los pueblos de la Galaxia acabaron empantanados en sus propias confusiones locales y, durante mucho tiempo, la historia de la Galaxia tuvo un carácter marcadamente cosmológico.
Ello no quiere decir que no fuesen emprendedores. Intentaron enviar naves a lugares remotos, con fines guerreros o comerciales, pero normalmente tardaban miles de años en llegar. (...). Entonces fue cuando se produjeron las primeras confusiones importantes de la historia de la Galaxia, con guerras que volvían a estallar siglos después de que las cuestiones por las que al parecer se habían suscitado ya estuvieran arregladas...
Lectura muy recomendada para los que les gusta la ciencia ficción o la parodia en sí misma.

viernes, 8 de marzo de 2013

Escritoras que hicieron historia

Hoy, en el Día de la Mujer, recordamos a mujeres que dejaron su marca en la historia de la literatura. Por distintos motivos: desafiar el poder establecido, inventar nuevos géneros, ampliar los límites del lenguaje o ser pioneras en logros que tradicionalmente se reservaban a los hombres.

Aquí van cinco elegidas (¡y claro que podrían citarse muchas otras más... ya tendrán oportunidad de sugerirlas ustedes!):

1. Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant... o George Sand, su seudónimo (1804-1876)

George Sand fue una escritora francesa. No satisfecha con ser culta y divorciada (dos novedades para la época), Aurore Dupin comenzó a vestir con ropa masculina para circular con toda libertad por todos los círculos sociales de París. Amante de Alfred de Musset y Federico Chopin, escribió, entre otras, las novelas Indiana (1832), Lelia (1833), El compañero de Francia (1840) y Los maestros soñadores (1853).

Pero tal vez pueda decirse que su lucidez como pensadora ya queda acreditada en estas frases:

"La inteligencia busca, pero quien encuentra es el corazón".

"Lo verdadero es siempre sencillo, pero solemos llegar a ello por el camino más complicado".

"He leído en alguna parte que para amarse hay que tener principios semejantes, con gustos opuestos".

2. Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)

Nació en México bajo el nombre Juana de Asbaje y Ramírez, pero se hizo más conocida por su nombre religioso. Precoz en su habilidad para leer y escribir, y ávida de conocimientos, de muy joven ingresó a la corte del virrey para ser dama de compañía de Leonor de Carreto, su esposa, y luego se introdujo en la Orden de las Jerónimas. Eran épocas en que no era posible para una mujer acceder a los claustros académicos de otra forma.

Escribió obras religiosas y profanas; las primeras, bajo la forma de coplas y villancicos; las segundas, bajo la forma de sonetos y redondillas. Y también escribió cartas; la más memorable, aquella encendida autodefensa de su tarea intelectual dirigida al obispo Manuel de Santa Cruz, escondido bajo el seudónimo de Sor Filotea, en el escrito que se dio en llamar Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (aquí, de regalo). Murió tempranamente en una epidemia.

3. Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1891)

Pionera en el género del terror con su temprana obra Frankenstein o el moderno Prometeo, Mary Shelley fue también capaz de instaurarse como escritora profesional e independiente en la Inglaterra del siglo XVIII. Se la considera una de las precursoras de la filosofía feminista.

4. Gabriela Mistral (1889-1957)

En 1945, Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, más conocida como Gabriela Mistral, se convirtió en el primer escritor latinoamericano en recibir el premio Nobel (y en la quinta mujer en el mundo).

Además de poeta y destacada pedagoga, fue cónsul de su país, Chile, en varias ciudades del mundo.

5. Alejandra Pizarnik (1936-1972)

Notable poeta argentina, que se suicidó tempranamente, a los 36 años. Vivió muchos años en París y se relacionó con muchos escritores y escritoras de su época. Se le puede reconocer el mérito de ampliar, con su trabajo poético, los límites del lenguaje convencional. Como ejemplo, dos botones:los poemas 11 y 13 del libro Árbol de Diana:

11
ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada

y

13
explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome

¿Qué otras escritoras incluirían en la lista de las más destacables?