domingo, 28 de septiembre de 2014

Por debajo de la realidad

El 28 de septiembre de 1966 moría el escritor, poeta, ensayista y teórico (principal exponente) del surrealismo André Breton.

El surrealismo constituyó la más influyente de las vanguardias artísticas del siglo pasado. De espíritu irreverente y marcadamente antiburgués, fue –con su fuerte cuestionamiento social y el intento de cambiar la vida a través del arte– el más intenso de los gestos de ruptura artística.
Golconda, pintura típicamente surrealista del belga René Magritte

Desde la aparición del Primer Manifiesto en 1925, el surrealismo logró una inesperada repercusión. De París, cuna del movimiento, pasó a Inglaterra, Bélgica, España, Suiza, Alemania, Checoslovaquia, Yugoslavia, e incluso a países de África, Asia (Japón) y América (México, Brasil, Estados Unidos, Argentina). Se imprimió sobre variadas manifestaciones culturales como la literatura, la pintura (observable en las obras de Salvador Dalí, Max Ernst, Giorgio de Chirico, René Magritte y Wilfredo Lam) y el cine (Luis Buñuel).

El surrealismo se basó en los restos del dadaísmo, tomando especialmente lo que había de reivindicador de una belleza convulsiva, en frontal rechazo a la estética tradicional. En el Primer Manifiesto estableció Breton los principios del movimiento: automatismo psíquico; importancia de los sueños y las alucinaciones, y creación libre, sin las limitaciones del mundo real. Con el tiempo, sus miembros fueron dejando de lado la búsqueda exclusivamente artística y psicológica, para involucrarse más con la política y el devenir social. El líder de la nueva etapa fue Trostsky.

Tristan Tzara, otro de los hombres clave del surrealismo, resumió -casi 50 años más tarde- la propuesta. Dijo entonces: "No quisimos que subsistiera una distinción entre la poesía y la vida: nuestra poesía era una manera de existir".

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Carta de un padre (escritor) a su hija

(autor: Gordon Bryant)


Amorosa carta del escritor estadounidense Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) a su hija, Frances Scott Fitzgerald:

8 de agosto de 1933
Querido Bombón:
Estoy muy interesado en tus tareas. ¿Podrías darme un poco más de información acerca de tus lecturas en francés? Me alegra que estés contenta, pero no creo demasiado en la felicidad. Tampoco creo nunca en la desgracia. Esas son cosas que ves en un escenario o en una pantalla o en una hoja impresa, nunca te suceden a ti en la vida.
Todo lo que creo en la vida es en la recompensa por la virtud (de acuerdo a los talentos de uno) y en los castigos por no cumplir con tus tareas, que son doblemente despiadados. Si hay un libro así en la biblioteca del colegio, ¿podrías rogarle a la señora Tyson que te permita buscar un soneto de Shakespeare en el que aparece el verso: "Los lirios que se pudren huelen mucho peor que la mala hierba"?
Hoy no he tenido pensamientos, la vida parece consistir en pensar un cuento para Saturday Evening Post. Pienso en ti, y siempre con placer, pero si me llamas Pappy otra vez agarraré al Gato Blanco y lo aporrearé duro en el trasero, seis veces cada vez que seas impertinente. ¿Harás algo al respecto?
Arreglaré la cuestión de tu cuota.
Ya termino, boba. Cosas de las cuales preocuparse:
Preocúpate por el coraje.
Preocúpate por la limpieza
Preocúpate por la eficiencia
Preocúpate por la equitación...
Cosas de las cuales no preocuparte:
No te preocupes por la opinión general
No te preocupes por las muñecas
No te preocupes por el pasado
No te preocupes por el futuro
No te preocupes por el crecimiento
No te preocupes si alguien te saca ventaja
No te preocupes por la victoria
No te preocupes por la derrota excepto que se deba a tu culpa
No te preocupes por los mosquitos
No te preocupes por las moscas

No te preocupes por los insectos en general
No te preocupes por tus padres
No te preocupes por los varones
No te preocupes por las decepciones
No te preocupes por los placeres
No te preocupes por las satisfacciones.
Cosas en las cuales pensar:
¿Qué es lo que realmente estoy buscando?
Cuán bueno soy realmente en relación con mis contemporáneos en cuanto a:
El estudio.
¿De verdad entiendo a la gente y soy capaz de llevarme bien con ella?
¿Estoy intentando realmente hacer de mi cuerpo un instrumento útil o lo estoy ignorando?
Con todo amor.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Y que los eunucos bufen

Criticado por sus contemporáneos por escribir sus novelas, cuentos y piezas periodísticas con errores y alguna torpeza sintáctica, Roberto Arlt se defendió, de una vez y para la posteridad, en el prólogo a su novela Los lanzallamas (1931), del que aquí extraemos un fragmento:
"Con Los lanzallamas finaliza la novela de Los siete locos. Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.
Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.
Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage.
Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia.
Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad.
Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas.
Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes.
(...) De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables:
"El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc.". No, no y no.
Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un "cross" a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que los eunucos bufen".
El porvenir es triunfalmente nuestro.
Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la "Underwood", que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El Amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932.
Y que el futuro diga".

viernes, 12 de septiembre de 2014

Lengua y literatura

Del 20 al 23 de octubre de 2013, en la Ciudad de Panamá, se celebró el VI Congreso Internacional de Lengua Española. Estos congresos se celebran cada tres años en distintas ciudades hispanohablantes y procuran ser foros de reflexión acerca de la situación, los problemas y los retos de nuestra lengua, en los que no faltan ocasionales polémicas: en el primer congreso, en 1997, en Zacatecas, Gabriel García Márquez, pidió la «jubilación de la ortografía» y en el tercero, en Rosario en 2004, el Premio Nobel de la Paz argentino, Adolfo Pérez Esquivel, dijo estar inaugurando el primer Congreso de laS lenguaS para reivindicar la revalorización de de las lenguas de los pueblos originarios de América Latina.

De las actas de estos congresos (incluyendo el de Chile, que tuvo que desarrollarse de forma digital a causa del terrible terremoto que asoló al país por aquellos días, en 2010) compartimos algunos fragmentos valiosos:

El de Mario Vargas Llosa, en la parte final del discurso preparado para el congreso de 2010 en Valparaíso (que debió llevarse a cabo en el espacio virtual por el terromoto que asoló Chile por esos días):

"En La Florida del Inca, el Inca Garcilaso de la Vega cuenta la historia terrible del soldado español Juan Ortiz que, en las luchas por la conquista de la Florida, fue capturado por los indios de los cacicazgos de Hirrihigua y de Mucozo. Por más de diez años permaneció Juan Ortiz entre sus captores, a cuyas costumbres y maneras llegó sin duda a acostumbrarse. Dos lustros después, una expedición de españoles encabezada por Baltazar de Gallegos lo rescata y devuelve a su vieja cultura. Y entonces, horror de horrores, el pobre Juan Ortiz descubre que ha olvidado su lengua materna y ya no sabe cómo contar su historia a sus salvadores. En su desesperación, para que lo reconozcan, sólo atina a balbucear (y de mala manera) el nombre de su ciudad natal: «Xivilla, Xivilla».

El Inca Garcilaso evoca este episodio con un sentimiento melancólico, pues, confiesa, a él también le está ya ocurriendo lo que a Juan Ortiz, por no tener en España «con quien hablar mi lengua general y materna, que es la general que se habla en todo el Perú… se me ha olvidado de tal manera… que no acierto

Una lengua no solo se pierde por no tener con quién hablarla, debido a un secuestro o a la distancia, como le ocurrió a aquel conquistador sevillano conquistado. Se pierde también por negligencia y haraganería, por desaprovechar sus riquísimas posibilidades y matices, por no conocerla ni gozarla a través de la lectura de sus grandes clásicos y sus mejores prosistas, por no ejercitarla y servirse de ella de manera creativa. Una lengua se nos puede ir escurriendo de las manos o mejor dicho de la boca, dejándonos despalabrados, por culpa de la ignorancia, la mala educación y esa pereza que consiste en valerse del lugar común, el estereotipo y el clisé, lenguaje muerto que empobrece la inteligencia y agosta la sensibilidad de los hablantes. Que no nos ocurra nunca la desgracia que se abatió sobre el pobre soldado Juan Ortiz y nos veamos un día privados de esta lengua que es nuestra mejor credencial para sortear los desafíos del tiempo en que vivimos. Dejar que la lengua se nos pierda o empobrezca es perder mucho más que un medio de comunicarse: es perder la seguridad, la única identidad real que tenemos y rodar hacia ese caos primitivo, a esa behetría habitada por sonámbulos que tanto espantaba a los quechuas del antiguo Perú".

Sobre las palabras como consuelo, en el discurso del narrador y periodista argentino Tomás Eloy Martínez (Cartagena, 2007):

"He frecuentado más de cuatro lenguas y ninguna me ha resultado tan flexible, tan abierta como el castellano natal. En los muchos momentos de desolación que hubo en mi vida —enfermedades, exilios, pérdidas irreparables de amores— siempre encontré una palabra entrañable para ese sentimiento, y ella me dio consuelo, comprensión y estímulos para seguir adelante".

Héctor Tizón, otro escritor argentino, sobre los efectos de la literatura, en Rosario:

"La literatura defiende la individualidad, lo concreto de las cosas, los colores, los sentimientos, lo sensible contra lo falsamente universal, que agarrota y nivela a los hombres contra la abstracción que los esteriliza, frente a la Historia, que pretende encarnar y realizar lo universal. La literatura contrapone lo que queda en las imágenes del devenir histórico".

Carlos Fuentes, también en la edición de Rosario:

"Nos instalamos en el mundo, nos recuerda Emilio Lledó. Pero el mundo también se instala en nosotros. La lengua es nuestra manera de modificar al mundo a fin de ser personas, y nunca cosas, sujetos y no sólo objetos del mundo. La lengua nos permite ocupar un lugar en la comunidad y transmitir los resultados de nuestra experiencia".

Y, probablemente, el más cómico, el del escritor y humorista Roberto Fontanarrosa, en este mismo congreso, quien no dudó en referirse a la eficacia de las malas palabras:

"Un Congreso de la Lengua, es más que todo, para plantearse preguntas. Yo como casi siempre hablo desde el desconocimiento, me pregunto por qué son malas las malas palabras, quién las define como tal. ¿Quién y por qué?, ¿quién dice qué tienen las malas palabras?, ¿o es que acaso les pegan las malas palabras a las buenas?, ¿son malas porque son de mala calidad?, o sea que ¿cuando uno las pronuncia se deterioran? o ¿cuando uno las utiliza, tienen actitudes reñidas con la moral? Obviamente, no se quién las define como malas palabras, tal vez sean como esos villanos de viejas películas como las que nosotros veíamos, que en un principio eran buenos, pero que al final la sociedad los hizo malos. (...)

A veces hay periódicos que ponen: «El senador fulano de tal envío a la M a su par…». La triste función de esos puntos suspensivos, realmente el papel absurdo que están haciendo ahí, merecería también una discusión acá, en el Congreso de la Lengua. Hay otra palabra que quiero apuntar que creo es fundamental en el idioma castellano, que es la palabra «mierda», que también es irremplazable. El secreto de la contextura física está en la r —anoten las docentes— porque es mucho más débil como lo dicen los cubanos: miELda, que suena a chino y eso —yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la Revolución cubana—, quita de posibilidades de expresiva.

Voy cerrando, después de este aporte medular que he hecho al lenguaje y al Congreso, lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse, para dejar de lado el estrés y todo ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría (no quiero hacer una teoría) es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas. Vivamos una navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar".

martes, 2 de septiembre de 2014

«Oda al día feliz», de Pablo Neruda

«Oda al día feliz», de Pablo Neruda en Odas elementales:

Odas elementales
Esta vez dejadme
ser feliz,
nada ha pasado a nadie,
no estoy en parte alguna,
sucede solamente
que soy feliz
por los cuatro costados
del corazón, andando,
durmiendo o escribiendo.
Qué voy a hacerle, soy
feliz.
Soy más innumerable
que el pasto
en las praderas,
siento la piel como un árbol rugoso
y el agua abajo,
los pájaros arriba,
el mar como un anillo
en mi cintura,
hecha de pan y piedra la tierra
el aire canta como una guitarra.
Tú a mi lado en la arena
eres arena,
tú cantas y eres canto,
el mundo
es hoy mi alma,
canto y arena,
el mundo
es hoy tu boca,
dejadme
en tu boca y en la arena
ser feliz,
ser feliz porque si, porque respiro
y porque tú respiras,
ser feliz porque toco
tu rodilla
y es como si tocara
la piel azul del cielo
y su frescura.
Hoy dejadme
a mí solo
ser feliz,
con todos o sin todos,
ser feliz
con el pasto
y la arena,
ser feliz
con el aire y la tierra»,
ser feliz,
contigo, con tu boca,
ser feliz.