jueves, 30 de abril de 2009

Un buen principio

imagen: FreeDigitalPhotos.net


Dicen los narradores, especialmente los que practican otras formas de escritura como el periodismo, que la primera frase es lo más importante de un texto: si no logra capturar al lector, todo mérito posterior es vano.

Según esta premisa, el inicio debe ser lo suficientemente seductor e intrigante como para forzar a quien lo lea a avanzar al próximo párrafo. Debe atrapar al lector cueste lo que cueste; caso contrario, él se irá por ahí, detrás de comienzos más prometedores, en el universo de páginas que se ofrecen a sus ojos.

Para aprender cómo escribir párrafos iniciales que cautiven, nada mejor que ver cómo lo hacen los expertos. Así que, si conseguimos que usted se haya quedado hasta estas líneas, lo invitamos a seguir un poco más y leer algunos de nuestros comienzos preferidos. Y, más abajo, lo invitamos también a enviarnos el suyo:

2 de noviembre. He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.

Así comienza Los detectives salvajes, del escritor chileno Roberto Bolaño. Y así sigue:

3 de noviembre. No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo 17 años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho.
En pocas líneas, este inicio presenta al protagonista con toda la fuerza de la primera persona: con sus propias palabras y con su perspectiva. Pocos recursos son tan eficaces para interesar de inmediato.

En la misma línea, Borges, en el cuento "La casa de Asterión", escribe:

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera.
Se comenta que Gabriel García Márquez ha llegado a dedicar meses enteros al primer párrafo de un libro. Veamos los resultados:

"El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo", en Crónica de una muerte anunciada.

y, en Cien años de soledad:

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Cruce de tiempos: el presente de la muerte, el pasado de la remota niñez, dos iniciaciones opuestas. Y dos comienzos logrados, sin duda.

Y hablando de muertos, pero desde la perspectiva del sobreviviente:

Yo no maté a mi padre, pero a veces me sentía como si hubiera contribuido a ello y, de no ser porque coincidió con un momento específico de mi desarrollo físico, su muerte pareció insignificante, comparado con lo que después siguió.

en El jardín de cemento, de Ian Mc Ewan (traducido por Antonio-Prometeo Moya).

También hay comienzos breves y apelativos, como el "Call me Ismael", de Melville, en Moby Dick.

Y, los hay también, por el contrario, dubitativos, demorados, casi exasperantes:

"Es, si se quiere, octubre, octubre o noviembre, del sesenta o del sesenta y uno, octubre tal vez, el catorce o el dieciséis, o el veintidós o el veintitrés tal vez, el veintitrés de octubre de mil novecientos sesenta y uno pongamos, qué más da", en Glosa, de Juan José Saer.

Comienzos embelesados, inicios que ya ponen en escena el tono completo de la novela, como el de Lolita, de Nabokov:

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.

Y para terminar, Un mal principio, el libro que contradice sistemática y astutamente las convenciones de la literatura general y de la infantil, muy especialmente:

Si estáis interesados en historias con un final feliz, será mejor que leáis otro libro. En este, no sólo no hay un final feliz, sino que tampoco hay un principio feliz y muy pocos sucesos felices en el medio.

De Lemony Snicket (trad. Néstor Busquets). ¿Cómo no seguir leyendo para desafiar al autor, con la convicción de que en algún momento el libro tendrá que ceder a la tradición?

Culebrones eran los de antes

"¡Eres un hipócrita!" [reforzando el acento del insulto todo lo posible]
"Déjame en paz, Carlos Alfredo, ¡para mí tú estás muerto y sepultado!"

"Luis Abelardo: tú y María Begonia no pueden casarse porque… porque: ¡ella es… tu hermana!" [y la cámara hace un acelerado primer plano al rostro del héroe, que queda pestañeando conmovido, al tiempo que niega con su cabeza para rechazar la indigerible realidad]

... no hace falta haber pasado las tardes de los últimos lustros sentados religiosamente delante del televisor para saber que estos son diálogos de una telenovela. Casi que basta haber hecho un solo zapping ocasional para identificarlo.
Es que para reconocer el género culebrón contamos con indicios que se dejan apreciar en pocos segundos: la gran teatralidad de que hacen gala los actores; el melodramatismo de sus parlamentos; los profusos o, al menos, rimbombantes nombres propios; y, finalmente, esos argumentos que abundan en heroínas pobres de toda pobreza (aunque sean –en realidad– las únicas herederas legítimas de la poderosa empresa familiar), en paralítico/as o ciego/as que no son tales, en hijos no reconocidos y en embrollos de todo tipo y tenor, que hacen que la pareja protagónica muchas veces no pueda pasar de furtivos (pero apasionados) besos ocasionales hasta el final de la tira.
Con estos ingredientes, tenemos una novela prototípica (y, tal vez por eso, una de las más exitosas de la historia) como Los ricos también lloran (México, 1979), protagonizada por la gran Verónica Castro. Y Topacio (Venezuela, 1984), de Grecia Colmenares, heroína sufrida como pocas (con el hit de Carlos Mata "Que por qué te quiero", ¿lo recuerdan?). Y Cristal (Venezuela, 1986), del mismo Mata y la altiva Jeanette Rodríguez. Por supuesto, también Amándote (Argentina, 1988), ya algo más cerca de la comedia. Y otras memorables de Arnaldo André, como Piel naranja (escrita por el talentoso Alberto Migré, que se animaba a transgredir las convenciones y, por ejemplo, presentar finales trágicos), Amor gitano y Amo y señor (todas estas argentinas, de 1975, 1983 y 1984, respectivamente). Todas musicalizadas con esos temas inolvidables como "Mi vida eres tú" o "Rosa / Salvaje, / soy yo…" de Rosa salvaje, obviamente).

Receta básica, burda si se quiere, pero hechizante. Por meses y meses uno vivía esclavizado: no hacía otra cosa durante la hora de la emisión que estar petrificado delante de la pantalla de modo de no perderse una escena. Se sufría con las heroínas y se odiaba a las villanas: las historias podían ser muy fantasiosas, pero la identificación que generaban era inquietante. De hecho, María Rubio, la actriz que le puso el cuerpo a Catalina Creel, la mala malísima de Cuna de lobos (México, 1986) debió irse una temporada del país al terminar la novela porque sufrió agresiones físicas y verbales. Y eso que era una malvada que daba gusto ver porque tenía la delicadeza de combinar el parche que usaba para tapar su ojo supuestamente atrofiado con la ropa que lucía cada día. En un alarde de elegancia, llevaba, por ejemplo, con tailleur fucsia, parche fucsia; con bata gris perla, parche gris perla; con tapado escocés, parche escocés, ¿se acuerdan? (si no se acuerdan, no pierdan la oportunidad de rememorarlo aquí).

Las novelas de hoy en día son, en cambio, más livianas (sin considerar las novelas brasileñas, que siempre fueron más libres y desacartonadas). Hay malos, pero no son tan retorcidos ni caricaturizables. Las heroínas no la tienen fácil, pero eso hasta puede dar pie a la comicidad (miren, si no, Betty, la fea). Y a veces los problemas pasan por enredos de género sexual en el mismo protagonista, como en la reciente La Lola, en vez de tener que ver con tretas ajenas.

En pocas palabras, las novelas de hoy han perdido grandilocuencia, romanticismo y afectación, para reflejar mejor el mundo real. Algunas incluso asumen cuestionamientos políticos de épocas recientes, como la actual novela argentina Vidas robadas. Puede decirse con convicción que estas nuevas producciones revitalizan el género. ... Y, sin embargo, novelas (en el sentido de culebrones verdaderamente atrapantes)... novelas eran las de antes.

Feria de Frankfurt 2010: los polémicos representantes elegidos por la Argentina

En vez de complacencia o aplausos, la elección del Gobierno argentino de los representantes del país para la edición 2010 de la Feria del Libro de Frankfurt (la mayor feria de libros del mundo) provocó polémica y cuestionamientos.
Como todos los años (en 2007 le tocó a Cataluña), la Feria homenajeará a un país o una cultura dándole la categoría de invitado de honor y otorgándole un gran espacio de exposición de forma gratuita. En 2010, le toca el turno a la Argentina. Desde que la invitación se oficializó, generó una gran expectativa entre los actores locales del mundo del libro. Hasta que esa expectativa cambió por otra emoción: disgusto.

El dream team elegido por el Gobierno se compuso de los clásicos de lo argentino: Eva Perón, Diego Maradona, Ernesto "Che" Guevara y Carlos Gardel. Y, como se ve, de ningún escritor.
Dicen que si sólo el nombre propio basta para hacer referencia a una persona entre tantas otras, sin que haga falta mencionar al apellido (como podría decirse que ocurre con "Evita", "el Che" y "Diego"), esas personas ya son integrantes indudables de la constelación de estrellas. De eso no hay duda en ninguno de los casos.

Lo que intelectuales, escritores y algún que otro periodista cuestionan no es la falta de popularidad, precisamente; sino que no sean figuras del mundo cultural en el sentido escrito de la producción intelectual, literaria o artística. Y que, además, sean en sí mismas así de polémicas y fomenten tantas emociones encontradas: son personajes que algunos aman, pero que otros odian (o que, al menos, rechazan enfáticamente como modelos).
Finalmente, ante las voces de protesta provenientes de distintos sectores, el Gobierno argentino agregó a Borges y Cortázar al cuarteto. Y resaltó que, igualmente, ya habían tenido en cuenta a los escritores argentinos y es por eso que están preparando ediciones especiales del Martín Fierro para repartir en la ocasión. Pero cabe de vuelta evaluar si se trata de una buena decisión: ¿hoy en día representa algo el gaucho Martín Fierro o fue, simplemente, una clásica y conservadora apuesta segura?

Pero, en definitiva, ¿qué figuras pueden considerarse representativas de una cultura? Más todavía, ¿hay algo como la esencia de un país, su idiosincrasia, que pueda ser representado por personas con determinadas características (con determinados talentos, aptitudes, cualidades)? Una cuestión para debatir.

Con los nombres nada se pierde… todo se transforma

En su poema "El Golem", Jorge Luis Borges recuerda la postura de Platón en su diálogo Cratilo:

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo.

respecto de si los nombres son motivados o convencionales. Si tomamos la tesis platónica y la llevamos al extremo, los habitantes de cierto pueblo ecuatoriano tendrán muchas explicaciones que dar.

Chone, localidad de 20 000 almas en el interior de Ecuador -llamada por los lugareños, ya veremos cuán acertadamente, "la capital de los nombres raros"-, alberga habitantes con nombres de pila tan inesperados como Frank Sinatra, Alí Babá, Burger King, Lincoln, Stalin, Puro Aguardiente, Vick Vaporup o Land Rover.

Desde personajes históricos hasta marcas comerciales de los rubros más diversos, pasando por resultados de partidos de fútbol y bebidas predilectas, los padres de estos individuos han ejercitado su capacidad imaginativa a la hora de rellenar los documentos de identidad de sus recién nacidos. Los hijos lo agradecen, si recibieron un buen nombre en gracia o si les gusta dar la nota. O reniegan de la herencia, si fue Stalin lo que les tocó en suerte o si padecen de por vida la obligación de hacer propaganda gratuita de un producto como el Alka Seltzer. En el pueblo, se oyen nombres espirituales y etéreos, como Semiencanto, Querido Ecuador y Arcángel Gabriel Salvador. Y, también, decididamente carnales, como Venus Lollobrigida o Everguito Coito.

Ningún lugar del mundo fue tan lejos como esta región del Ecuador en poner nombres extravagantes. Pero eso no lo convierte en el único sitio en que sus pobladores consideren que bautizar puede ser una tarea creativa. En la Argentina, por ejemplo, se están poniendo de moda muchas denominaciones sacadas del cine y del deporte, como Xuxa, Nemo, Jordan, Viggo, Aladdino y Jet. El Registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires, por caso, aceptó en el último tiempo Abbot, Dakota, Gallagher, Ídola, Jackson, Napoleón, Radcliffe y Poppy (que ¿no era un nombre para perros?).

Venezuela, por su parte, trata de prohibir -mediante un proyecto de ley en curso- nombres que resulten ridículos, agravantes o que sean extraños al idioma español, como Hitler, Makgiber, Yuvifred, Genghis Khan o Backstreet Boys. Todo para "preservar el equilibrio y desarrollo integral del niño, niña o adolescente".

Recientemente, salió la noticia de que una pareja neozelandesa llamará a su hijo Superman como protesta porque no les permitieron que quedara registrado como 4Real (DVerdad, podría traducirse). "El nombre tiene que ser una secuencia de letras", argumentó el funcionario de turno. Habían decidido llamarlo así tras verlo por primera vez en una ecografía porque, dijeron, entonces se dieron cuenta de que su bebé era "de verdad".

Esto por hablar sólo de primeros nombres. Porque, si ampliamos a la combinación de nombres con apellidos, ya la cuestión parece un designio divino. En España, aseguran que existe una Juana Madruga Mogollón y en Uruguay -entre cientos de Maracanazos, en homenaje a la victoria que Uruguay le arrebató a la selección brasileña en suelo carioca, en el Mundial de 1950- existe la leyenda de una mujer que se llama, entre el apellido de soltera y apellido de casada, Pascualina Masa de Tarta.

Y podríamos seguir con las asociaciones significativas (pero siempre de dudosas consecuencias) que a veces se dan entre los nombres y las profesiones: ajustes perfectos o contradicciones flagrantes. Aquí conocemos un veterinario con el respetable apelativo de Dr. Pelagati y una autora de libros de autoayuda, que responde al nombre y al apellido de Tara Depre. Pero entonces ya se trata de la elección vocacional de personas adultas y el resultado calamitoso deja de ser responsabilidad de los señores padres.


Más sobre nombres, aquí: http://foros.librosenred.com/viewtopic.php?t=1082&highlight=transforma

martes, 28 de abril de 2009

Los Simpson ¿parte de la literatura universal?

"En cierta medida, Los Simpson ya son parte de la literatura universal y son un fenómeno que va más allá del género de la serie de televisión", sostuvo profesor Henry Keazor, de la Universidad de Frankfurt, en una entrevista con la página web de la Radio Televisión del Oeste de Alemania, en el marco de un festival literario alemán.

Sonará polémico, pero Keazor, especialista en pintura barroca, ni siquiera se considera una excepción dentro del ámbito de los historiadores del arte. Sostiene que sus colegas y él se interesan cada vez más en la televisión porque en ese espacio se crean muchas de las imágenes que imponen un sello en nuestra cultura cotidiana. En relación con Los Simpson en particular, justificó su interés diciendo que "hay una confrontación con el arte anterior para crear algo nuevo. El arte es siempre arte sobre el arte".

En favor de la tesis de este intelectual, puede decirse que, ciertamente, el uso de la parodia y la gran cantidad de referencias que el show pone en juego (hay citas a películas, canciones, hechos y frases célebres, personajes conocidos de la política, la música, el arte, la historia y el deporte) dan gran riqueza cultural a la serie y la vuelven muy representativa del paradigma hipertextual que preside los tiempos que corren. Los Simpson son, además, una reflexión lúcida sobre el mundo actual, con sus complejidades y sus contradicciones, que claramente excede el público infantil y que se anima a tratar temas ríspidos de la idiosincrasia estadounidense, de la iglesia, de la política y de la sexualidad.

Muchos críticos de cine, y muchos espectadores y aficionados, opinan que la calidad de la trama, de la elaboración de los personajes y de la factura en general de las series es hoy superior a la de los films. Los shows de señales como Sony, AXN, HBO y otras han superado, en promedio, un producto tradicionalmente tan cuidado como eran las películas. Por citar algunos ejemplos más de programas televisivos dignos de destacar, está el caso de Seinfeld, el antológico (de culto y masivo a la vez) show sobre nada; Lost, una historia que se nutrió -en su concepción al menos- de referencias a El señor de las moscas y Robinson Crusoe, o la merecidísimamente premiada Los Soprano, la historia de una familia de la mafia posmoderna.

Más allá de la pregunta por dónde queda el límite entre lo que es cultura y lo que no, vuelve a surgir la cuestión de si masividad y arte son dimensiones que se excluyen, y la cuestión de si el éxito comercial de una obra o pieza invalida necesariamente lo artístico (lo renovador, lo profundo, lo movilizante) que esa obra o pieza pueda portar. Por lo pronto, varias de las series de televisión actuales (productos indudablemente comerciales y masivos) están pudiendo contar historias de ficción mejor que el cine y -tal vez, incluso- que las novelas de hoy.

Este tema lo seguimos discutiendo acá: http://foros.librosenred.com/viewtopic.php?t=1381