jueves, 29 de agosto de 2013

Con b de bueno... - apuntes sobre la ortografía

Ya sabemos lo que opina Gabriel García Márquez sobre la ortografía porque lo expresó con toda contundencia en el Congreso de la Lengua Española celebrado en México, en 1997. Entonces, revolucionó el debate sobre nuestro idioma con el llamamiento:
Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima, ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
A lo que Octavio Paz respondió:
El habla evoluciona sola, no tiene por qué proclamar ni declarar la libertad de la palabra, ni su servidumbre. Muchas de las expresiones que García Márquez propuso para sustituir las conjugaciones actuales son arcaicas. Tampoco estoy de acuerdo con la supresión de la hache. Si queremos saber adónde vamos hay que saber de dónde venimos.
Y se podría decir que son ciertas ambas cosas: la forma de escribir las palabras desvela su etimología… y, por otra parte, la ortografía, muchas veces, nos complica la vida. “Escribir como se pronuncia”, es el lema de algunos: que se instale una correspondencia unívoca entre sonido y letra, y si no hay sonido (el caso de la h), pues que no haya letra que represente esa falta.

Pero ciertamente la h y las distintas variantes para escribir los mismos sonidos (b/v, g/j, en algunos contextos, s, c y z, dependiendo de la región) están incorporadas de forma totalmente consensuada. Son convenciones que los hispanohablantes ya aceptamos. Funcionan porque todos los hablantes convenimos (de modo implícito) en llamar a las cosas por los nombres con que las llamamos. Y porque acordamos escribirlas de un cierto modo: el modo que las academias de la lengua muestra.

Como principio general, al menos en la actualidad, las academias no buscan imponer formas, sino recoger los usos más difundidos (y no necesariamente los más prestigiosos) y mostrarlos como modelos. El beneficio que se busca es evitar la dispersión gráfica y guiar la pronunciación de las palabras. El criterio es que si hay una forma escrita conocida, estable y aceptada por sus hablantes, es la que se debe mantener para asegurar la comunicación: para que todos entendamos, a partir de una palabra o expresión, lo mismo. Y para que haya más palabras y menos confusión…  si existe cazar, en el sentido de ‘atrapar un ser vivo’ y casar, en el sentido de... bueno, no hace falta ser redundantes (jeje…), el hecho de que dispongamos tanto de la s como de la z puede tener sentido.

¿Qué opinan ustedes de la ortografía (o directamente, de la existencia de la normativa) y su utilidad? ¿Cómo ven las reformas periódicas que la Real Academia introduce? Lo conversamos aquí.