lunes, 29 de agosto de 2011

Los escritores y sus musas

Artistas e intelectuales, en su mayoría, coinciden: si las musas existen, se acercan solo a quienes están transpirando:
“La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”, aseguraba el pintor Pablo Picasso.

"Si la inspiración no viene a mí, salgo a su encuentro, a la mitad del camino", advertía Sigmund Freud, médico austríaco (o creativo intelectual, si se tiene en cuenta que fundó el psicoanálisis).

“El genio es 1% de inspiración y un 99% de sudor”, declaraba el inventor Thomas Alva Edison.
El sitio Buenos Aires Capital del Libro 2011 (en honor a que esta ciudad —como antes Madrid, Alejandría, Nueva Delhi, Amberes, Bogotá, Ámsterdam, Montreal, Turín y Liubliana— recibió por este año la distinción de la Unesco como Capital Mundial del Libro) se dedicó a plantearles esta pregunta (y otras más) a muchos escritores argentinos contemporáneos.

La pregunta es: "¿Existe para usted una rutina a la hora de escribir? ¿Repentina inspiración o hábito sostenido?". Aquí, las respuestas más jugosas:

Andrés Neuman, contra el lugar común acostumbrado (inspiración vs. hábito), plantea:
"Creo que no existe ninguna diferencia entre el hábito y la inspiración. La costumbre fabrica epifanías. ¿Alguna rutina? La salvaje: escribir todo lo que pueda, siempre que pueda.

La autora Elsa Drucaroff opina:
"Sin el hábito sostenido, la repentina inspiración se pasa rápido y además nos maneja, llega cuando llega. Sola no sirve. Sirve cuando irrumpe mágicamente (me ocurrió, pero pocas veces), si no, hay que aprender a convocarla, facilitarla. El negro Fontanarrosa decía que la inspiración existe y a él siempre lo agarró trabajando. Ídem. Mi rutina para escribir consiste en usar todo el tiempo que puedo en depositar mi trasero en una silla preferentemente cómoda, ponerme los anteojos y empezar a teclear. Hay un momento en la elaboración de las novelas (cuando están bastante avanzadas y ese mundo y los personajes andan desplegándose en mí casi sin esfuerzo mío) en que preciso aislarme de la familia: me quedo completamente sola en algún lugar y trabajo ocho o nueve horas diarias, suelo escribir así un tercio del libro y o lo termino, o vuelvo con todo casi terminado".

Noé Jitrik, por su parte, define:
"Podría creer que padezco de inspiración pero en realidad son solo ocurrencias a las que no les atribuyo ese carácter divino. Diría, correlativamente, que escribo por hábito sostenido; eso puede ser considerado rutina, pero en realidad escribo en cualquier parte y en cualquier momento".

Abelardo Castillo responde con determinación:
"Ninguna rutina; detesto la palabra rutina. También detesto la palabra inspiración, que me hace pensar en señoritas sublimes al borde del desmayo. Escribo como puedo y cuando puedo".

Y, finalmente, la siempre libre de corsets Hebe Uhart declara:
"No tengo rutina, y no sé por qué le parece a la gente tan importante la rutina de un escritor cuando al ser individuos tan distintos los escritores todos tienen hábitos tan distintos como sus peculiaridades como individuos. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, la repentina inspiración y el hábito sostenido no son dicotómicos: la inspiración (configuración de una imagen, sensación, etc.) suele venir cuando uno está o estuvo pensando largamente en una dirección".

¿Qué piensan ustedes del quehacer artístico? ¿Qué despierta la creatividad, de qué depende?

miércoles, 24 de agosto de 2011

La escritura y sus leyes, según Capote

El 24 de agosto de 1984, muere el escritor estadounidense Truman Capote. En la misma línea que Thomas Mann, respondía en una entrevista de la famosa publicación The Paris Review:
El único recurso que conozco es el trabajo. La escritura tiene leyes de perspectiva, de luz y sombra, igual que la pintura o la música. Si naces conociéndolas, perfecto. Si no, apréndelas. Y entonces reacomoda las reglas para que se adapten a ti. Incluso Joyce, nuestro más extremo inconforme, era un espléndido artesano; él pudo escribir Ulises precisamente porque pudo escribir Dublineses. Demasiados escritores parecen considerar que escribir cuentos es una especie de ejercicio con los dedos. Bueno, en tales casos lo único que hacen es ejercitar sus dedos...

miércoles, 17 de agosto de 2011

Oliverio Girondo y un poema cubista

El 17 de agosto de 1891 nace Oliverio Girondo, poeta argentino. Su familia era muy adinerada y eso le permitió invertir grandes cantidades de dinero en la publicación de libros y de revistas culturales. Estudió Derecho, pero muy pronto se conectó con poetas vanguardistas, cuyas obras lo impulsaron a comenzar su propia producción.

Entre sus libros, se destacan Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), Calcomanías (1925), Espantapájaros (1932) y En la masmédula (1954). Murió en 1967.

A diferencia de otros contemporáneos –Borges, por ejemplo–, que eligieron un tono nostálgico ante las turbulencias sociales, políticas, económicas y sociológicas de su presente, Girondo siempre apostó con fascinación por el vértigo, la velocidad y la fragmentación de la ciudad moderna. Del vanguardismo, tomó lo lúdico, la falta de sentimentalismo y de tono confesional, y la desacralización de las convenciones éticas y estéticas. Extraemos, de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, su poema más cubista –por sus procedimientos dominantes: la fragmentación y la yuxtaposición–: "Croquis en la arena":
La mañana se pasea en la playa empolvada de sol.

Brazos.
Piernas amputadas.
Cuerpos que se reintegran.
Cabezas flotantes de caucho.

Al tornearles los cuerpos de las bañistas, las olas alargan sus virutas sobre el aserrín de la playa.

¡Todo es oro y azul!

La sombra de los toldos. Los ojos de las chicas que se inyectan novelas y horizontes. Mi alegría, de zapatos de goma, que me hace rebotar sobre la arena.

Por ochenta centavos, los fotógrafos venden los cuerpos de las mujeres que se bañan.

Hay quioscos que explotan la dramaticidad de la rompiente. Sirvientas cluecas. Sifones irascibles, con extracto de mar. Rocas de pechos algosos de marinero y corazones pintados de esgrimista. Bandadas de gaviotas, que fingen el vuelo destrozado de un pedazo blanco de papel.

¡Y ante todo está el mar!

¡El mar!... ritmo de divagaciones. ¡El mar! Con su baba y su epilepsia.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Siempre nos quedará París

“Siempre nos quedará París” dice Humphrey Bogart a Ingrid Bergman al final de Casablanca.


Y la película de Woody Allen Medianoche en París saca partido de esa convicción. Todo el ambiente mágico, bohemio y efervescente de la París de los años 20 (con su condesanción única de escritores, pintores y críticos, como Hemingway, Fitzgerald, Picasso y Dalí) aparece en este film que propone un dosificado viaje en el tiempo: su protagonista puede, como Cenicienta, subirse a un auto antiguo una vez que sonaron las 12 campanadas y visitar la misma ciudad que recorrió de día, pero 90 años atrás. Una época que para el aspirante a escritor que protagoniza la historia representa la edad de oro de las artes.

Lo gracioso, a medida que avanza la trama, es que para quienes viven los 20 la edad de oro es 40 años atrás, cuando pintaban Toulouse-Lautrec, Gauguin y Degas. Quienes, llegado su turno y siguiendo la lógica, proponen el Renacimiento como verdadera época gloriosa. Así, la añoranza por un pasado mejor y más brillante se muestra como parte de la condición humana.

Sin embargo, la fantasía tiene su encanto. Imaginar que uno puede viajar al momento histórico que quiera, conocer los personajes que más admire, vivir en directo los sucesos que cambiaron el curso de las cosas...

Por eso, si pudieran viajar en el tiempo a una de esas épocas mágicas, ¿adónde irían? ¿Qué viaje en el tiempo harían? ¿Visitarían las pirámides de Egipto mientras eran construidas; se paserían por la creativa Viena de Freud y de Klimt; serían jóvenes en los años 60, escuchando los primeros Beatles y participando de la cultura hippie? ¿A qué lugar y a qué época viajarían de poder moverse en el tiempo?