lunes, 8 de junio de 2009

Literatura y el lugar del padre


imagen: FreeDigitalPhotos.net


Junio es el mes elegido por muchos países para festejar el Día del Padre. La mayoría -como la Argentina, Colombia, Cuba, Ecuador, México y Paraguay- lo fija el tercer domingo de junio; en otros, como en Chile o Austria, la fecha cae el segundo domingo.

La literatura no ha sido ajena al reconocimiento de la figura paterna. Desde los inicios de la cultura occidental, en una obra fundante de la forma en que se piensan las relaciones entre padres e hijos como es Edipo rey (de la que surge el famoso "complejo de Edipo" y la idea de que en todo niño existe una atracción sexual inconsciente por la madre y un sentimiento de odio -también inconsciente- hacia el padre), hasta el poema gauchesco más famoso del siglo XIX, el Martín Fierro -que asegura en un par de versos citados en múltiples pósters y señaladores que "Un padre que da consejos / más que padre es un amigo"-, la literatura ha ido cristalizando caracterizaciones de la imagen del padre tal como el imaginario colectivo se las fue dictando.

Los abordajes al vínculo suelen partir de emociones fuertes. En el extremo negativo, se encuentra paradigmáticamente la Carta al padre, de Kafka. En ese texto -que, como explicamos en la descripción de la obra, no puede considerarse autobiográfico con todas las letras- aparecen el reproche, las acusaciones, la venganza verbal ahora que el escritor se encuentra en condiciones de tomar él mismo la palabra:

"Me preguntaste una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe qué contestar, en parte, justamente por el miedo que te tengo, y en parte porque en los fundamentos de ese miedo entran demasiados detalles como para que pueda mantenerlos reunidos en el curso de una conversación." (...)

"Si comenzaba a hacer algo que no fuera de tu gusto y tú me amenazabas con el fracaso, el respeto por tu opinión era tan grande en mí, que el fracaso, aunque fuese mucho más tarde, era irremediable. Perdí la confianza en mis actos. Yo era inconstante, indeciso. A medida que fui creciendo aumentó el material que podías señalar como testimonio de mi inutilidad; poco a poco, en ciertos aspectos, comenzaste a tener razón."

Pero también hay quienes evocan la figura del padre del modo opuesto: con gran apego y agradecimiento, valorando lo que el autor comprueba como herencia en su propia vida, en sus propias elecciones y en sus propios gestos. Así, Borges, en el texto "Posesión del ayer" decía:

"Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos".

Por su parte, en El viaje sedentario, el escritor mexicano Gonzalo Celorio repasa los últimos años de su padre y encuentra en ellos muchas razones para explicarse quién es él mismo hoy en día. La historia del padre también aparece como un refuerzo de su identidad:

"Cuando ya no tenía otra ocupación que la de inventar, papá se procuró una retahíla de comodidades que le consentían quedarse sentado en su escritorio. No existía entonces la pastilla disolvente que puede llevarse a cualquier parte si usted padece agruras. Papá inventó un salero en forma de pluma que, al ser girada, dejaba al descubierto unas perforaciones por donde se vaciaba, sobre un simple vaso de agua, su contenido efervescente, útil para usted que va de aquí para allá y ni manera de andar cargando con el frascote de Picto. Pero papá jamás salía de casa y su invención no tenía otro objeto que la permanencia en su escritorio cuando lo asaltaban las agruras.

Tanto cuento para decir solamente que soy hijo de papá; que amo los enseres del escritorio -los papeles y los lápices y sobre todo las gomas de borrar- tanto o más que la escritura; que acaso, sin saberlo, escribo lo que ya escribieron otros; en fin, que estar sentado en mi escritorio (aval de mi acidia y mi jubilación, tan prematura como mi nostalgia) justifica mi vida. Escribir es una manera de quedarse en casa: tener la sal de uvas a la mano para aliviar la acidez sin necesidad de levantarse."

Finalmente, el crítico literario Alberto Giordano, en Una posibilidad de vida. Escrituras íntimas, recuerda ( mientras piensa capítulo tras capítulo la forma en que los autores construyen sus autobiografías):

"Una tarde muy triste, para consolarme, y también para disculparme por haber tenido que dejarlo solo en la clínica en la que estaba internado, traté de recordar y escribir la imagen de papá que me parecía más feliz, la que mi memoria podía ofrecer como prueba de qué, al fin de cuentas, nos quisimos y compartimos, del modo equívoco en que pueden compartir algo de sus vidas un padre y un hijo, momentos dichosos. En una de las mesas del bar del aeropuerto de Córdoba, mientras esperaba el avión que me devolvería a Rosario, sobre unas servilletas que después guardé dentro de un libro y al final perdí, escribí que si alguien me preguntaba en ese momento cuál era la imagen de papá que más me gustaba recordar mi respuesta inmediata habría sido: la imagen de papá esperándome en la plataforma de llegada de una estación de ómnibus, o mejor, la imagen de papá en el momento en que me reconoce entre los pasajeros que descienden. Puede ser en Buenos Aires o en Córdoba, en Tucumán, incluso en Rufino, el ómnibus ya se detuvo y desde la fila de los ansiosos que apuramos la llegada descubro a papá entre los que esperan. Todavía no me ve y está alerta, en una anticipación de todo el cuerpo que se prepara para la alegría de los besos y los abrazos. Ahora sí, me descubre, y viene a mi encuentro. Se mueve con una mezcla de dureza y plasticidad que, sin proponérselo, resulta elegante, como si en el presente del cariño algo del pudor y la timidez originarios se ablandara con la visión de la llegada del hijo. Sonríe, con entusiasmo, con generosidad, y la cara, que ya era encantadora en la espera, ahora resplandece. Aquí no hay dudas, la fuerza de esta imagen suspende la cantinela familiar de los olvidos y los resentimientos. Acabo de llegar y, sin decir nada y sin saberlo, papá me da lo mejor que un padre le puede dar a un hijo: la certidumbre de que es bienvenido."

Todas estas nos parecieron logradas evocaciones de una figura seguramente central para la vida de cada uno de nosotros. ¿Conocen ustedes otros textos que toquen el tema de forma interesante? Pueden enviarnos textos ajenos y textos propios sobre la relación padre e hijo o sobre la imagen paterna aquí abajo.