viernes, 18 de diciembre de 2009
El dilema de Dimitri Nabokov
Vladimir Nabokov (1899-1977), el conocido escritor ruso exiliado en Estados Unidos, autor de Lolita, pidió expresamente que su última novela, El original de Laura, fuera destruida. Y, sin embargo, no bien murió comenzó un terrible dilema para su hijo y su esposa: ¿qué hacer con las 138 fichas de cartón que contienen lo último que pensó uno de los grandes creadores del siglo XX?
Después de tres décadas, Dimitri, el único hijo de Nabokov, se decidió a entregar la obra para edición. ¿El resultado? Revuelo en el ámbito literario, críticas a favor y en contra de la obra (el prestigioso escritor británico Martin Amis se refirió a ella como una obra nada lograda, en donde se deja leer la decadencia vital de su autor). Y, por supuesto, largos debates acerca de qué corresponde en una situación como esta.
Quien expresó mejor los términos del debate, los valores que en una situación como esta se enfrentan, fue un profesor de Letras de la Universidad de San Petersburgo, Boris Averine: "¿Qué es lo más justo? Respetar la última voluntad del escritor o dar a los lectores la posibilidad de conocer esta obra? No lo sé."
¿Qué piensan ustedes?
viernes, 16 de octubre de 2009
¡Atención! Premio al mejor post de Oblogo (ya publicado o por publicar hasta el 16/11)
Copiamos la gacetilla de este concurso destinado a los bloggers:
¡Tu voto cuenta! Ayudá a tu blogger favorito a ganar el Premio Oblogo-Hipotecario en la categoría Premio de los Lectores haciendo click aquí.
El Premio Oblogo otorga una suma de dinero en efectivo a los bloggers ganadores en tres categorías: Mejor Post, Mejor Post de Blogger Revelación, y Premio de los Lectores. Con tu voto podés ayudar a que el blogger que te hizo pensar, reír o llorar se lleve los laureles y el reconocimiento del público (además de la mosca). Participá acá. O informate acerca del Premio leyendo a continuación.
¿Por qué un premio?
En Oblogo nos dedicamos a rastrear las perlitas ocultas en el océano de Internet y publicarlas en papel. Creemos que abundan los bloggers con mucho talento y no tantos seguidores, y por eso invertimos muchas horas en encontrarlos, sacarlos a la luz y acercarlos a nuestros lectores.El Premio Oblogo - Hipotecario comparte estos objetivos. Queremos premiar y difundir las mejores producciones de quienes han publicado posts en nuestra revista, y de este modo incentivar la escritura y la lectura de blogs y ayudar a que estas nuevas estrellas del firmamento blogger lleguen cada día a más lectores.El Banco Hipotecario (http://www.hipotecario.com.ar/) auspicia el Premio Oblogo-Hipotecario.
¿En qué consiste el Premio Oblogo-Hipotecario?
Un selecto jurado va a leer todos los números de Oblogo publicados entre abril y el 16 de noviembre de 2009, y va a elegir los mejores posts en las categorías “General” y “Revelación”.
El jurado está conformado por:
Esther Feldman: Autora de Lalola, Okupas y Los exitosos Pells, entre muchos otros programas exitosos y premiados, así como de varios libros, entre ellos Amados y amantes.
Diego Golombek: Científico, profesor, periodista y escritor. Dirige la colección de libros "Ciencia que ladra" y conduce el programa televisivo Proyecto G.
Guillermo Martínez: Autor de Crímenes Imperceptibles, La muerte lenta de Luciana B. y otras novelas, cuentos y ensayos premiados y traducidos a varios idiomas.
Además de estos dos galardones otorgados por el jurado, un tercer premio será otorgado por el público. Sí: ahora nuestros lectores no solamente nos van a ayudar sugiriéndonos posts, ilustraciones, frases de tapa y de cierre (como han hecho nuestros lectores hasta ahora) sino que también van a votar para elegir el mejor post por voto popular. Participá acá.
¿Cuáles son los premios?
Cada uno de los bloggers premiados recibirá $2000 en efectivo. Además, editaremos un número especial de Oblogo que incluirá los posts premiados y que tendrá amplia distribución.
¿Cómo se puede participar?
Los premios se otorgan exclusivamente a los bloggers que han sido publicados en Oblogo. Si desean sugerir un post para que aparezca publicado en Oblogo, pueden hacerlo aquí. Si el post es seleccionado y publicado hasta la fecha límite (16 de noviembre de 2009) automáticamente será tenido en cuenta.En los próximos números de Oblogo iremos publicando más detalles.
¡Tu voto cuenta! Ayudá a tu blogger favorito a ganar el Premio Oblogo-Hipotecario en la categoría Premio de los Lectores haciendo click aquí.
El Premio Oblogo otorga una suma de dinero en efectivo a los bloggers ganadores en tres categorías: Mejor Post, Mejor Post de Blogger Revelación, y Premio de los Lectores. Con tu voto podés ayudar a que el blogger que te hizo pensar, reír o llorar se lleve los laureles y el reconocimiento del público (además de la mosca). Participá acá. O informate acerca del Premio leyendo a continuación.
¿Por qué un premio?
En Oblogo nos dedicamos a rastrear las perlitas ocultas en el océano de Internet y publicarlas en papel. Creemos que abundan los bloggers con mucho talento y no tantos seguidores, y por eso invertimos muchas horas en encontrarlos, sacarlos a la luz y acercarlos a nuestros lectores.El Premio Oblogo - Hipotecario comparte estos objetivos. Queremos premiar y difundir las mejores producciones de quienes han publicado posts en nuestra revista, y de este modo incentivar la escritura y la lectura de blogs y ayudar a que estas nuevas estrellas del firmamento blogger lleguen cada día a más lectores.El Banco Hipotecario (http://www.hipotecario.com.ar/) auspicia el Premio Oblogo-Hipotecario.
¿En qué consiste el Premio Oblogo-Hipotecario?
Un selecto jurado va a leer todos los números de Oblogo publicados entre abril y el 16 de noviembre de 2009, y va a elegir los mejores posts en las categorías “General” y “Revelación”.
El jurado está conformado por:
Esther Feldman: Autora de Lalola, Okupas y Los exitosos Pells, entre muchos otros programas exitosos y premiados, así como de varios libros, entre ellos Amados y amantes.
Diego Golombek: Científico, profesor, periodista y escritor. Dirige la colección de libros "Ciencia que ladra" y conduce el programa televisivo Proyecto G.
Guillermo Martínez: Autor de Crímenes Imperceptibles, La muerte lenta de Luciana B. y otras novelas, cuentos y ensayos premiados y traducidos a varios idiomas.
Además de estos dos galardones otorgados por el jurado, un tercer premio será otorgado por el público. Sí: ahora nuestros lectores no solamente nos van a ayudar sugiriéndonos posts, ilustraciones, frases de tapa y de cierre (como han hecho nuestros lectores hasta ahora) sino que también van a votar para elegir el mejor post por voto popular. Participá acá.
¿Cuáles son los premios?
Cada uno de los bloggers premiados recibirá $2000 en efectivo. Además, editaremos un número especial de Oblogo que incluirá los posts premiados y que tendrá amplia distribución.
¿Cómo se puede participar?
Los premios se otorgan exclusivamente a los bloggers que han sido publicados en Oblogo. Si desean sugerir un post para que aparezca publicado en Oblogo, pueden hacerlo aquí. Si el post es seleccionado y publicado hasta la fecha límite (16 de noviembre de 2009) automáticamente será tenido en cuenta.En los próximos números de Oblogo iremos publicando más detalles.
lunes, 28 de septiembre de 2009
Lenguaje y género, comparecer desde la diferencia. El caso de Lemebel
La lengua existe, entre otras cosas, como sistema de signos de los que nos apropiamos cada vez que tomamos la palabra, en el habla o la escritura, mediante diferentes procedimientos: cuando conjugamos los verbos según nuestra circunstancia y entonces organizamos la enunciación desde nuestro centro yo-aquí-ahora; cuando usamos ciertos índices de tiempo o espacio, como "ayer", "eso", "después" –todas expresiones cuya referencia depende de la situación de habla–; o cuando tomamos, de entre todo el léxico, las palabras y estructuras que mejor nos sirven para expresar lo que queremos.
Las posibilidades que ofrece el lenguaje son muchas y eso nos da un amplio margen para la elección personal: hay quienes tienen un estilo más barroco y recargado, hay quienes son llanos y breves, hay quienes prefieren un tono coloquial... Sin embargo, solemos emplear la lengua de una forma previsible y bastante elemental. La mayoría de nosotros innova poco: a lo sumo, sugerimos alguno que otro neologismo para dar cuenta de una realidad novedosa (en el último tiempo, el caso de "chatear"), siempre que consigamos una extensa aceptación de parte de los demás.
Pero hay una minoría que se distingue por usar el lenguaje de forma diferente, sorpresiva, inédita: los escritores. Los escritores llevan el lenguaje a sus extremos, lo fuerzan para hacerle transmitir contenidos que antes no había podido expresar, lo moldean para adaptarlo a nuevas ideas. Claro que tienen, además, otras habilidades: plantean historias con cierto encanto, cierto ritmo, cierta profundidad. Pero su especialidad es el manejo hábil, y muchas veces audaz, del lenguaje.
Tomemos el caso del autor chileno Pedro Lemebel, que trabaja con el idioma de una forma totalmente disruptiva. El caso de subversión más claro en los libros de Lemebel (entre los que se pueden citar Loco afán –libro de crónicas– o La esquina es mi corazón) pasa por la aplicación no convencional de pronombres, artículos, sustantivos y adjetivos a determinados referentes.
En español, el sistema de género es binario, los sustantivos (y, en consecuencia, los pronombres, los artículos, los adjetivos) tienen solo dos opciones: ser femeninos o masculinos. En la mayoría de los casos, estas alternativas serán asignadas según motivos extralingüísticos: por ejemplo, la condición sexual desde el punto de vista biológico.
Sin embargo, Pedro Lemebel –que toma por protagonistas a homosexuales y travestis– se caracteriza por la falta de disciplina para seguir esta convención y altera el uso normal de los géneros en nuestro idioma. Sus personajes –que no se sienten ni hombres completos ni mujeres cabales– buscan paliar este déficit de representación lingüística –de no reconocer como distintos a sujetos cuya subjetividad de género es diferente de su condición sexual biológica– acudiendo a la alternancia: hacen referencia a sí mismos y a los demás travestis tanto de forma masculina como femenina. Por ejemplo:
Ocurre, se podría decir, que nuestra lengua, además de ser un sistema de signos (como detectó a principios del siglo pasado el estructuralista Saussure) y además de servir para referir cosas de la realidad, es un producto social que sirve también para crearla. La lengua configura lo real y condiciona la forma en que percibimos y experimentamos lo que nos rodea.
Las categorías de la lengua se toman como categorías naturales, cuando, en realidad, reflejan una interpretación histórica del mundo y en esto tiene mucho que ver lo que imponen nuestras instituciones. El Estado, por ejemplo, solo admite clasificaciones binarias para ordenar su población y únicamente da nombres o masculinos o femeninos; la Iglesia solo acepta dos sexualidades bien definidas, y la expectativa materna y paterna, la Familia, coloca un determinado nombre al descendiente (a quien también hace participar de ciertos ritos sociales relacionados con el género, como la vestimenta o el tipo de regalos que se le hacen) guiándose solamente por la sexualidad biológica:
Entonces Lemebel, para expresar su género sexual marginal y para deshacer el encasillamiento identitario, lleva la ruptura entre condición sexual biológica y subjetiva a la lengua. Más que proponer un tercer género (o una tercera categoría gramatical), más que sustraerse de la lógica binaria del lenguaje, Lemebel la sacude: se trata de dejar de pensar en términos fijos, se trata de proponer la oscilación de una identidad que no es, del todo, ni una cosa ni la otra. Así, mediante este trabajo con el significante, genera un nuevo significado y da cuenta de una singularidad que antes no tenía expresión.
La función del arte y la literatura, como sostiene la crítica Francine Masiello, es poner en evidencia contradicciones sociales y revelar tensiones que puedan existir entre el individuo y la historia oficial en relación con el pasado y la identidad. Lemebel asume esta función con desparpajo, animándose a alterar el lenguaje para defender una causa que, en su caso, es tanto personal como ideológica. Una causa que puede resumirse en el inicio de esta suerte de manifiesto:
Las posibilidades que ofrece el lenguaje son muchas y eso nos da un amplio margen para la elección personal: hay quienes tienen un estilo más barroco y recargado, hay quienes son llanos y breves, hay quienes prefieren un tono coloquial... Sin embargo, solemos emplear la lengua de una forma previsible y bastante elemental. La mayoría de nosotros innova poco: a lo sumo, sugerimos alguno que otro neologismo para dar cuenta de una realidad novedosa (en el último tiempo, el caso de "chatear"), siempre que consigamos una extensa aceptación de parte de los demás.
Pero hay una minoría que se distingue por usar el lenguaje de forma diferente, sorpresiva, inédita: los escritores. Los escritores llevan el lenguaje a sus extremos, lo fuerzan para hacerle transmitir contenidos que antes no había podido expresar, lo moldean para adaptarlo a nuevas ideas. Claro que tienen, además, otras habilidades: plantean historias con cierto encanto, cierto ritmo, cierta profundidad. Pero su especialidad es el manejo hábil, y muchas veces audaz, del lenguaje.
Tomemos el caso del autor chileno Pedro Lemebel, que trabaja con el idioma de una forma totalmente disruptiva. El caso de subversión más claro en los libros de Lemebel (entre los que se pueden citar Loco afán –libro de crónicas– o La esquina es mi corazón) pasa por la aplicación no convencional de pronombres, artículos, sustantivos y adjetivos a determinados referentes.
En español, el sistema de género es binario, los sustantivos (y, en consecuencia, los pronombres, los artículos, los adjetivos) tienen solo dos opciones: ser femeninos o masculinos. En la mayoría de los casos, estas alternativas serán asignadas según motivos extralingüísticos: por ejemplo, la condición sexual desde el punto de vista biológico.
Sin embargo, Pedro Lemebel –que toma por protagonistas a homosexuales y travestis– se caracteriza por la falta de disciplina para seguir esta convención y altera el uso normal de los géneros en nuestro idioma. Sus personajes –que no se sienten ni hombres completos ni mujeres cabales– buscan paliar este déficit de representación lingüística –de no reconocer como distintos a sujetos cuya subjetividad de género es diferente de su condición sexual biológica– acudiendo a la alternancia: hacen referencia a sí mismos y a los demás travestis tanto de forma masculina como femenina. Por ejemplo:
Y cómo te van a ver si uno es tan refea y arrastra por el mundo su desnutrición de loca tercermundista. Cómo te van a dar pelota si uno lleva esta cara de chilena asombrada frente a este Olimpo de homosexuales potentes y bien comidos [de Nueva York] que te miran con asco, como diciéndote Te hacemos el favor de traerte, indiecita, a la catedral del orgullo gay. Y uno anda tan despistada en estos escenarios...("Crónicas de Nueva York. El bar Stonewall")
Ocurre, se podría decir, que nuestra lengua, además de ser un sistema de signos (como detectó a principios del siglo pasado el estructuralista Saussure) y además de servir para referir cosas de la realidad, es un producto social que sirve también para crearla. La lengua configura lo real y condiciona la forma en que percibimos y experimentamos lo que nos rodea.
Las categorías de la lengua se toman como categorías naturales, cuando, en realidad, reflejan una interpretación histórica del mundo y en esto tiene mucho que ver lo que imponen nuestras instituciones. El Estado, por ejemplo, solo admite clasificaciones binarias para ordenar su población y únicamente da nombres o masculinos o femeninos; la Iglesia solo acepta dos sexualidades bien definidas, y la expectativa materna y paterna, la Familia, coloca un determinado nombre al descendiente (a quien también hace participar de ciertos ritos sociales relacionados con el género, como la vestimenta o el tipo de regalos que se le hacen) guiándose solamente por la sexualidad biológica:
Una colección de apodos que ocultan el rostro bautismal; esa marca indeleble que el padre que lo sacramentó con su macha descendencia, con ese Luis junior de por vida. Sin preguntar, sin entender, sin saber si ese Alberto, Arturo o Pedro le quedaría bien al hijo mariposón que debe cargar con esa próstata de nombre hasta la tumba.("Los mil nombres de María Camaleón")
Entonces Lemebel, para expresar su género sexual marginal y para deshacer el encasillamiento identitario, lleva la ruptura entre condición sexual biológica y subjetiva a la lengua. Más que proponer un tercer género (o una tercera categoría gramatical), más que sustraerse de la lógica binaria del lenguaje, Lemebel la sacude: se trata de dejar de pensar en términos fijos, se trata de proponer la oscilación de una identidad que no es, del todo, ni una cosa ni la otra. Así, mediante este trabajo con el significante, genera un nuevo significado y da cuenta de una singularidad que antes no tenía expresión.
La función del arte y la literatura, como sostiene la crítica Francine Masiello, es poner en evidencia contradicciones sociales y revelar tensiones que puedan existir entre el individuo y la historia oficial en relación con el pasado y la identidad. Lemebel asume esta función con desparpajo, animándose a alterar el lenguaje para defender una causa que, en su caso, es tanto personal como ideológica. Una causa que puede resumirse en el inicio de esta suerte de manifiesto:
Vadeando los géneros binarios, escurriéndose de la postal sepia de la familia y sobre todo escamoteando la vigilancia del discurso; más bien aprovechando sus intervalos y silencios (...) Me atengo a la perturbación de este aroma para comparecer con mi diferencia.("Loco afán")
Efemérides destacadas. Nietzsche y la posibilidad el conocimiento
El 15 de octubre de 1844 nace Friedrich Wihelm Nietzsche, filósofo alemán muy influyente en la historia del pensamiento del siglo XX por sus conceptos sobre la muerte de Dios, la idea del eterno retorno, la idea del superhombre y la idea de la voluntad de poder.
Aunque entre sus títulos se recuerda más Así habló Zaratustra, Genealogía de la moral o El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, extraeremos fragmentos muy representativos de su pensamiento de la obra La ciencia jovial (también traducida como La gaya ciencia), organizada en pequeños apartados temáticos.
Todas las citas tomadas se refieren al carácter artificioso del conocimiento: invento humano para intentar manejar (entender, clasificar, manipular) el mundo, pero que nunca logra aprehenderlo. Para Nietzsche, la producción intelectual humana solo postula realidades sobre las cosas, sin llegar nunca a reflejar realmente cómo son (aunque no lo reconozca e intente hacer pasar sus postulados por Verdades). Así, Nietzsche se opone a la idea (luminosa y confiada) de la Ilustración acerca de que el potencial de nuestro pensamiento es virtualmente ilimitado y de que el progreso continuo es posible. Por esta crítica al racionalismo y por proponer que -en realidad- la idea de razón esconde pulsiones más profundas y vergonzosas, el filósofo francés Paul Ricaeur lo incluyó, como a Marx y a Freud, entre los "maestros de la sospecha".
"Pensamientos
Los pensamientos son las sombras de nuestras sensaciones -siempre más oscuros, vacíos, simples que estas."
"El pensador
Él es un pensador: eso significa que él sabe cómo tomar las cosas de una manera más simple de lo que son."
"El límite de nuestra audición
Uno solamente escucha las preguntas para las que está en condiciones de escuchar una respuesta. "
"El origen de nuestro concepto 'conocimiento'
¿Qué quiere [el pueblo], cuando quiere el "conocimiento"? Nada más que esto: algo extraño debe ser reducido a algo consabido. [...] ¡Error de errores! Lo consabido es lo habitual; y lo habitual es lo más difícil de conocer, es decir, de ver como problema, es decir, de ver como extraño, como lejano, como "fuera de nosotros"."
Efemérides destacadas. Autores de radio- y teleteatros
El 12 de septiembre de 1931 nació el talentoso autor de exitosas telenovelas y obras de teatro Alberto Migré. Se había iniciado en la radiofonía, pero con el auge de la televisión se volcó a este nuevo medio. Entre sus libretos más recordados (escribió más de 700) figuran los que dieron pie a las telenovelas "Rolando Rivas, taxista", "El amor tiene cara de mujer", "Pobre diabla", "Dos a quererse", "Piel naranja" y "Esos que dicen amarse".
Ya sus títulos revelan cómo ponía recursos literarios en función del arte popular. Pero además Migré se destacó por proponer historias intensas y, a la vez, originales, con personajes novedosos e inolvidables. Fue de los primeros autores de culebrones en quebrar el modelo del final feliz: lejos de que el último cuadro mostrara a los protagonistas en brazos del ser amado, algunos de ellos terminaban separándose e, incluso, muriendo.
Su pasión por el trabajo y su audacia para plantear historias hacen recordar al entrañable personaje Pedro Camacho, elaborado por Mario Vargas Llosa -inspirado en el autor real Raúl Salmón, según él mismo dijo- en La tía Julia y el escribidor.
Así lo presentaba el escribidor Varguitas en los primeros capítulo de esta novela reconocidamente autobiográfica:
"Era un ser pequeñito y menudo, en el límite mismo del hombre de baja estatura y el enano, con una nariz grande y unos ojos extraordinariamente vivos, en los que bullía algo excesivo. Vestía de negro, un terno que se advertía muy usado, y su camisa y su corbatita de lazo tenían máculas, pero, al mismo tiempo, en su manera de llevar esas prendas había algo en él de atildado y de compuesto, de rígido, como en esos caballeros de las viejas fotografías que parecen presos en sus levitas almidonadas, en sus chisteras tan justas. Podría tener cualquier edad entre treinta y cincuenta años, y lucía una aceitosa cabellera negra que le llegaba hasta los hombros. Su postura, sus movimientos, su expresión parecían el desmentido mismo de lo espontáneo y natural, hacían pensar inmediatamente en el muñeco articulado, en los hilos del títere.
Ya sus títulos revelan cómo ponía recursos literarios en función del arte popular. Pero además Migré se destacó por proponer historias intensas y, a la vez, originales, con personajes novedosos e inolvidables. Fue de los primeros autores de culebrones en quebrar el modelo del final feliz: lejos de que el último cuadro mostrara a los protagonistas en brazos del ser amado, algunos de ellos terminaban separándose e, incluso, muriendo.
Su pasión por el trabajo y su audacia para plantear historias hacen recordar al entrañable personaje Pedro Camacho, elaborado por Mario Vargas Llosa -inspirado en el autor real Raúl Salmón, según él mismo dijo- en La tía Julia y el escribidor.
Así lo presentaba el escribidor Varguitas en los primeros capítulo de esta novela reconocidamente autobiográfica:
"Era un ser pequeñito y menudo, en el límite mismo del hombre de baja estatura y el enano, con una nariz grande y unos ojos extraordinariamente vivos, en los que bullía algo excesivo. Vestía de negro, un terno que se advertía muy usado, y su camisa y su corbatita de lazo tenían máculas, pero, al mismo tiempo, en su manera de llevar esas prendas había algo en él de atildado y de compuesto, de rígido, como en esos caballeros de las viejas fotografías que parecen presos en sus levitas almidonadas, en sus chisteras tan justas. Podría tener cualquier edad entre treinta y cincuenta años, y lucía una aceitosa cabellera negra que le llegaba hasta los hombros. Su postura, sus movimientos, su expresión parecían el desmentido mismo de lo espontáneo y natural, hacían pensar inmediatamente en el muñeco articulado, en los hilos del títere.
(...) Parecía que en esa voz no solo desfilara cada letra, sin quedar mutilada ni una sola, sino también las partículas y los átomos de cada una, los sonidos del sonido. Al instante, con un movimiento veloz y automático, el hombrecillo estiró uno de sus bracitos, dio unos pasos hacia mí, me ofreció una manita de niño, y con su preciosa voz de tenor, haciendo una nueva genuflexión cortesana, se presentó:-Un amigo: Pedro Camacho, boliviano y artista.
Pedro Camacho, encargado de todos los radioteatros de la Radio Central, sí que se tomaba su trabajo en serio. Siempre hablaba de su escritura como "el arte". Era un hombre de pasiones, de amor u odio. Una de sus características salientes era la aversión a determinado pueblo latinoamericano:
"Su odio a los argentinos en general, y a los actores y actrices argentinos en particular, parecía desinteresado."
Otra, la costumbre de tomar té de yerbaluisa y menta. Y otra, la seriedad con que preparaba sus historias. Camacho se había comprado un mapa de Lima para poder situar en concreto los escenarios de sus obras. Precisaba clasificar cada barrio por sus componentes más prototípicos, para decir con mayor representatividad y economía las cualidades de cada personaje:
Pedro Camacho, encargado de todos los radioteatros de la Radio Central, sí que se tomaba su trabajo en serio. Siempre hablaba de su escritura como "el arte". Era un hombre de pasiones, de amor u odio. Una de sus características salientes era la aversión a determinado pueblo latinoamericano:
"Su odio a los argentinos en general, y a los actores y actrices argentinos en particular, parecía desinteresado."
Otra, la costumbre de tomar té de yerbaluisa y menta. Y otra, la seriedad con que preparaba sus historias. Camacho se había comprado un mapa de Lima para poder situar en concreto los escenarios de sus obras. Precisaba clasificar cada barrio por sus componentes más prototípicos, para decir con mayor representatividad y economía las cualidades de cada personaje:
"No me interesa toda la gente que compone cada barrio, sino la más llamativa, la que da a cada sitio su perfume y su color. Si un personaje es ginecólogo debe vivir donde le corresponde y lo mismo si es sargento de la policía.
(...) Me sometió a un interrogatorio prolijo y divertido (para mí, pues él mantenía su seriedad funeral) sobre la topografía humana de la ciudad y advertí que las cosas que le interesaban más se referían a los extremos: millonarios y mendigos, blancos y negros, santos y criminales. Según mis respuestas, añadía, cambiaba o suprimía iniciales en el plano con un gesto veloz y sin vacilar un segundo, lo que me hizo pensar que había inventado y usaba ese sistema de catalogación hacía tiempo. ¿Por qué había marcado solo Miraflores, San Isidro, la Victoria y el Callao?-Porque, indudablemente, serán los escenarios principales -dijo, paseando sus ojos saltones con suficiencia napoleónica sobre los cuatro distritos-. Soy hombre que odia las medias tintas, el agua turbia, el café flojo. Me gustan el sí o el no, los hombres masculinos y las mujeres femeninas, la noche o el día. En mis obras hay aristócratas o plebe, prostitutas o madonas. La mesocracia no me inspira y tampoco a mi público."
También se apoyaba en "un amigo fiel y un buen ayudante de trabajo", el libro Diez Mil Citas Literarias de los Cien Mejores Escritores del Mundo. Lo que dijeron Cervantes, Shakespeare, Moliere, etc., sobre Dios, la Vida, la Muerte, el Amor, el Sufrimiento, etc., para poder poner en boca de los actores oportunas citas de amor o interpretaciones rotundas de la vida.
Hacia el final de la historia, cuando ya Pedro Camacho sucumbe ante el agotamiento mental o la locura, y termina enredando las historias entre sí (poniendo a un comisario del radioteatro de las 10 como juez en la novela de las 13) o liquidando a sus protagonistas sin preaviso, un personaje sostiene:
"Un tipo capaz de matar a todos los personajes de una historia de un terremoto es digno de respeto".
Hay que aclarar, por supuesto, que Alberto Migré nunca se volvió loco. Murió en su casa, mientras dormía, el 10 de marzo de 2006.
También se apoyaba en "un amigo fiel y un buen ayudante de trabajo", el libro Diez Mil Citas Literarias de los Cien Mejores Escritores del Mundo. Lo que dijeron Cervantes, Shakespeare, Moliere, etc., sobre Dios, la Vida, la Muerte, el Amor, el Sufrimiento, etc., para poder poner en boca de los actores oportunas citas de amor o interpretaciones rotundas de la vida.
Hacia el final de la historia, cuando ya Pedro Camacho sucumbe ante el agotamiento mental o la locura, y termina enredando las historias entre sí (poniendo a un comisario del radioteatro de las 10 como juez en la novela de las 13) o liquidando a sus protagonistas sin preaviso, un personaje sostiene:
"Un tipo capaz de matar a todos los personajes de una historia de un terremoto es digno de respeto".
Hay que aclarar, por supuesto, que Alberto Migré nunca se volvió loco. Murió en su casa, mientras dormía, el 10 de marzo de 2006.
viernes, 28 de agosto de 2009
Internet y papel, un viaje de ida y vuelta
La primera impresión cuando Internet estalló (es decir, cuando se difundió a niveles masivos) fue de que el mundo ya había cambiado por completo. La sensación general era que había que adaptarse con urgencia a los nuevos tiempos y todos los formatos de contenido conocidos (periodismo escrito, producción literaria, programas de radio y audios en general, cine y televisión) se apresuraron por encontrar su espacio en la Red.
Pasado el tiempo, sin embargo, el fenómeno de pasaje y traducción al medio web resultó no del todo unilateral. En los últimos años, medios y productos nacidos en Internet iniciaron su camino de vuelta hacia el papel. Ejemplos hay muchos y variados, y vienen ocurriendo desde hace algunos años a esta parte, como en los casos que siguen.
Oblogo (un proyecto de Buenos Aires, Argentina) es una publicación gratuita física (es decir, impresa), pero compuesta enteramente de textos tomados de blogs. Tiene un formato de revista, con una tapa en colores que exhibe la ilustración semanal. Si bien apuesta al papel, la publicación usa recursos de comunidad propios de la web 2.0: permite recomendar qué blogs se deberían incluir en cada edición, recibe votos de los lectores acerca de los contenidos seleccionados y exhibe imágenes (fotografías, arte digital, dibujos) que le acercan los usuarios para ilustrar sus páginas. Todo bien participativo, como ocurre en Internet, pero llevado a subtes, bares y espacios públicos en general, para el disfrute de la lectura off line.
Oblogo (un proyecto de Buenos Aires, Argentina) es una publicación gratuita física (es decir, impresa), pero compuesta enteramente de textos tomados de blogs. Tiene un formato de revista, con una tapa en colores que exhibe la ilustración semanal. Si bien apuesta al papel, la publicación usa recursos de comunidad propios de la web 2.0: permite recomendar qué blogs se deberían incluir en cada edición, recibe votos de los lectores acerca de los contenidos seleccionados y exhibe imágenes (fotografías, arte digital, dibujos) que le acercan los usuarios para ilustrar sus páginas. Todo bien participativo, como ocurre en Internet, pero llevado a subtes, bares y espacios públicos en general, para el disfrute de la lectura off line.
Tal vez las blogonovelas (o el armado de una historia on line a través de publicaciones sucesivas en torno a los mismos personajes y a partir de una situación básica) fueron una suerte de punta de lanza. El éxito de seguidores de Weblog de una mujer gorda, creación de Hernán Casciari, llamó la atención de las editoriales y así se lanzó como libro, retitulado Más respeto que soy tu madre. Pero la cosa no quedó ahí. Antonio Gasalla, gran artista y productor de espectáculos argentino, se animó a adaptar el contenido para teatro y desde entonces la obra (hoy, una comedia) está en cartel con gran éxito de público. Otro caso similar es el de Ciega a citas (de Carolina Aguirre), que no solo se convirtió en libro, sino que también se está guionando para serie de televisión.
Los responsables del sitio Taringa! (el portal de Internet más visitado de la Argentina) también se decidieron a llevar lo que consideraron sus contenidos más valiosos (generados, en esta red, por "la inteligencia colectiva" -como la llaman ellos- de los 2,5 millones de usuarios que tienen) a libro. Taringa! (el título de la recopilación) incluye, en más de 200 páginas en colores, consejos, recetas, ilustraciones y recomendados de los posts más visitados.
Los responsables del sitio Taringa! (el portal de Internet más visitado de la Argentina) también se decidieron a llevar lo que consideraron sus contenidos más valiosos (generados, en esta red, por "la inteligencia colectiva" -como la llaman ellos- de los 2,5 millones de usuarios que tienen) a libro. Taringa! (el título de la recopilación) incluye, en más de 200 páginas en colores, consejos, recetas, ilustraciones y recomendados de los posts más visitados.
Pocos emprendimientos tan asociados a la web 2.0 como Wikipedia, la enciclopedia virtual colaborativa. Y, sin embargo, ya se ofrece un servicio por el cual uno puede encargar la impresión de los artículos que elija. Para una lectura más cómoda, hoy en día se puede pedir una impresión según demanda, personalizada, de la selección de entradas que prefiramos.
Parece ser que el libro, los medios impresos, la ficción, no han muerto, como se anunciaba hace un tiempo, sino que se han reconvertido. Hoy en día, el blog y los contenidos virtuales se aproximan al formato periódico o libro para conseguir mayor audiencia. Tal vez, incluso, para acceder a una legitimidad tradicional que todavía no resulta del todo superflua. Y también, sin duda, para satisfacer a un público que todavía anhela leer en cualquier parte, sin la necesidad de estar conectado y sin que deba ser en pantalla, sino mediante el encanto conocido de pasar las páginas con el dedo. Al parecer, al menos por el momento, un medio (el físico, el de papel) y otro (el virtual, el de Internet) no se sustituyen: se complementan, conviven, se enriquecen.
viernes, 14 de agosto de 2009
Clásicos de la literatura infantil
En varios países de Hispanoamérica, se celebra en agosto (el segundo o tercer domingo) el Día del Niño. Por eso (o porque todos llevamos todavía en nosotros a quienes fuimos de chicos), es una buena ocasión para pensar en la literatura infantil y en cuáles fueron aquellos libros que nos marcaron y que consideramos imperdibles para cualquier niño.
La literatura infantil tiene fecha y motivo de nacimiento. Surgió de lo que se dio en llamar -en la historia de la cultura- la invención de la infancia, es decir, la definición y la concepción de la niñez y de la adolescencia como fases específicas de la vida, con sus propios problemas y necesidades. Hasta el siglo XIX, los niños eran solamente pequeños adultos: hombres o mujeres en potencia.
En la creación de una literatura para niños, tuvo que ver sobre todo la expansión de la educación primaria en Europa. Las escuelas comenzaron a necesitar material de lectura, lo que llamó la atención de los editores de la época que comenzaron a contratar autores para satisfacer el incipiente mercado. Muy pronto se dieron cuenta de que los nuevos libros debían cumplir con dos requisitos fundamentales: ofrecer historias laicas y pedagógicas.
El fin era didáctico y esto explica que, en las primeras décadas del 1800, los libros infantiles buscaran transmitir un código ético estricto. Las narraciones se ambientaban en lugares exóticos para captar la imaginación infantil, pero esa era la única concesión al apetito fantástico: todos los libros tenían un final feliz y moralizante. Se subrayaba sin cesar el valor de la solidaridad familiar, la honestidad, la fidelidad y la bondad, en lo que fueron los pilares de una ética no religiosa. Paralelamente, se advertía con énfasis acerca de los peligros de la avaricia y la compulsión al juego.
Más avanzado el siglo XIX, con el mismo afán didáctico, pero como respuesta a la creciente atracción que generaba en los más jóvenes la magia y los reinos de la imaginación, surgieron lo que hoy conocemos como cuentos de hadas. Originalmente, eran relatos orales, anónimos, que circulaban en ambientes campesinos. La industria editorial de entonces los reformuló de manera tal que pudieran expresar una idea moral. Así, las narraciones perdieron toda impropiedad, crudeza y referencia sexual que pudieran arrastrar de su pasado rural y adulto. Y se convirtieron en historias que defienden claramente valores con personajes idealizados, aptos para la infancia por educar. Así es que los cuentos de hadas, tal como los conocemos, no son sino la reformulación infantilizada de los cuentos populares campesinos. Como muestra, contrastemos los más clásicos con sus versiones originales:
La literatura infantil tiene fecha y motivo de nacimiento. Surgió de lo que se dio en llamar -en la historia de la cultura- la invención de la infancia, es decir, la definición y la concepción de la niñez y de la adolescencia como fases específicas de la vida, con sus propios problemas y necesidades. Hasta el siglo XIX, los niños eran solamente pequeños adultos: hombres o mujeres en potencia.
En la creación de una literatura para niños, tuvo que ver sobre todo la expansión de la educación primaria en Europa. Las escuelas comenzaron a necesitar material de lectura, lo que llamó la atención de los editores de la época que comenzaron a contratar autores para satisfacer el incipiente mercado. Muy pronto se dieron cuenta de que los nuevos libros debían cumplir con dos requisitos fundamentales: ofrecer historias laicas y pedagógicas.
El fin era didáctico y esto explica que, en las primeras décadas del 1800, los libros infantiles buscaran transmitir un código ético estricto. Las narraciones se ambientaban en lugares exóticos para captar la imaginación infantil, pero esa era la única concesión al apetito fantástico: todos los libros tenían un final feliz y moralizante. Se subrayaba sin cesar el valor de la solidaridad familiar, la honestidad, la fidelidad y la bondad, en lo que fueron los pilares de una ética no religiosa. Paralelamente, se advertía con énfasis acerca de los peligros de la avaricia y la compulsión al juego.
Más avanzado el siglo XIX, con el mismo afán didáctico, pero como respuesta a la creciente atracción que generaba en los más jóvenes la magia y los reinos de la imaginación, surgieron lo que hoy conocemos como cuentos de hadas. Originalmente, eran relatos orales, anónimos, que circulaban en ambientes campesinos. La industria editorial de entonces los reformuló de manera tal que pudieran expresar una idea moral. Así, las narraciones perdieron toda impropiedad, crudeza y referencia sexual que pudieran arrastrar de su pasado rural y adulto. Y se convirtieron en historias que defienden claramente valores con personajes idealizados, aptos para la infancia por educar. Así es que los cuentos de hadas, tal como los conocemos, no son sino la reformulación infantilizada de los cuentos populares campesinos. Como muestra, contrastemos los más clásicos con sus versiones originales:
- La segunda parte de "La bella durmiente del bosque" trata, en su primera redacción, de una ogresa. En el cuento que todos conocemos esa parte es suprimida: la historia termina con la boda entre el príncipe y la bella.
- "Caperucita Roja" es otro buen ejemplo. De todas las versiones orales recopiladas, solo la quinta parte tiene final feliz (es decir, Caperucita se salva y el lobo es castigado). Sin embargo, en la versión escrita que nos llegó a nosotros, lo tiene siempre.
- "Hansel y Gretel": originalmente, los niños eran expulsados por sus padres. Como esto de que hubiera padres naturales malévolos resultó intolerable, se cambió la versión de los padres desamorados por la dupla conformada por un padre amable y una madrastra cruel.
Y, como sabemos, se introdujeron por doquier cazadores bondadosos, princesas bellísimas y hadas encantadoras, dando lugar a un mundo edulcorado y predecible. El mundo que se consideró, en su momento, ejemplar.
Pero ya desde el siglo XIX fue surgiendo otra literatura pensada para niños, con historias que se salían del estereotipo. Por ejemplo, Alicia en el país de las maravillas (que ahora está por llevar al cine Tim Burton). Y también, mucho más cerca en el tiempo, las narraciones sobre los huerfanitos Baudelaire, redactadas con toda melancolía y escepticismo por Lemony Snicket, y agrupadas en la desperanzada saga Una serie de eventos desafortunados, compuesta por 13 títulos. La particularidad de estos libros ya no es que sus finales no son felices, en el sentido rotundo y clásico del término, sino que tampoco se dan mensajes moralizantes. Simplemente, se muestra cuán difícil e injusta puede volverse la vida y, como mucho, que la alianza con otros puede ayudarnos (un poco y a veces).
Pero ya desde el siglo XIX fue surgiendo otra literatura pensada para niños, con historias que se salían del estereotipo. Por ejemplo, Alicia en el país de las maravillas (que ahora está por llevar al cine Tim Burton). Y también, mucho más cerca en el tiempo, las narraciones sobre los huerfanitos Baudelaire, redactadas con toda melancolía y escepticismo por Lemony Snicket, y agrupadas en la desperanzada saga Una serie de eventos desafortunados, compuesta por 13 títulos. La particularidad de estos libros ya no es que sus finales no son felices, en el sentido rotundo y clásico del término, sino que tampoco se dan mensajes moralizantes. Simplemente, se muestra cuán difícil e injusta puede volverse la vida y, como mucho, que la alianza con otros puede ayudarnos (un poco y a veces).
lunes, 8 de junio de 2009
Literatura y el lugar del padre
imagen: FreeDigitalPhotos.net
Junio es el mes elegido por muchos países para festejar el Día del Padre. La mayoría -como la Argentina, Colombia, Cuba, Ecuador, México y Paraguay- lo fija el tercer domingo de junio; en otros, como en Chile o Austria, la fecha cae el segundo domingo.
La literatura no ha sido ajena al reconocimiento de la figura paterna. Desde los inicios de la cultura occidental, en una obra fundante de la forma en que se piensan las relaciones entre padres e hijos como es Edipo rey (de la que surge el famoso "complejo de Edipo" y la idea de que en todo niño existe una atracción sexual inconsciente por la madre y un sentimiento de odio -también inconsciente- hacia el padre), hasta el poema gauchesco más famoso del siglo XIX, el Martín Fierro -que asegura en un par de versos citados en múltiples pósters y señaladores que "Un padre que da consejos / más que padre es un amigo"-, la literatura ha ido cristalizando caracterizaciones de la imagen del padre tal como el imaginario colectivo se las fue dictando.
Los abordajes al vínculo suelen partir de emociones fuertes. En el extremo negativo, se encuentra paradigmáticamente la Carta al padre, de Kafka. En ese texto -que, como explicamos en la descripción de la obra, no puede considerarse autobiográfico con todas las letras- aparecen el reproche, las acusaciones, la venganza verbal ahora que el escritor se encuentra en condiciones de tomar él mismo la palabra:
"Me preguntaste una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe qué contestar, en parte, justamente por el miedo que te tengo, y en parte porque en los fundamentos de ese miedo entran demasiados detalles como para que pueda mantenerlos reunidos en el curso de una conversación." (...)
"Si comenzaba a hacer algo que no fuera de tu gusto y tú me amenazabas con el fracaso, el respeto por tu opinión era tan grande en mí, que el fracaso, aunque fuese mucho más tarde, era irremediable. Perdí la confianza en mis actos. Yo era inconstante, indeciso. A medida que fui creciendo aumentó el material que podías señalar como testimonio de mi inutilidad; poco a poco, en ciertos aspectos, comenzaste a tener razón."
Pero también hay quienes evocan la figura del padre del modo opuesto: con gran apego y agradecimiento, valorando lo que el autor comprueba como herencia en su propia vida, en sus propias elecciones y en sus propios gestos. Así, Borges, en el texto "Posesión del ayer" decía:
"Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos".
Por su parte, en El viaje sedentario, el escritor mexicano Gonzalo Celorio repasa los últimos años de su padre y encuentra en ellos muchas razones para explicarse quién es él mismo hoy en día. La historia del padre también aparece como un refuerzo de su identidad:
"Cuando ya no tenía otra ocupación que la de inventar, papá se procuró una retahíla de comodidades que le consentían quedarse sentado en su escritorio. No existía entonces la pastilla disolvente que puede llevarse a cualquier parte si usted padece agruras. Papá inventó un salero en forma de pluma que, al ser girada, dejaba al descubierto unas perforaciones por donde se vaciaba, sobre un simple vaso de agua, su contenido efervescente, útil para usted que va de aquí para allá y ni manera de andar cargando con el frascote de Picto. Pero papá jamás salía de casa y su invención no tenía otro objeto que la permanencia en su escritorio cuando lo asaltaban las agruras.
Tanto cuento para decir solamente que soy hijo de papá; que amo los enseres del escritorio -los papeles y los lápices y sobre todo las gomas de borrar- tanto o más que la escritura; que acaso, sin saberlo, escribo lo que ya escribieron otros; en fin, que estar sentado en mi escritorio (aval de mi acidia y mi jubilación, tan prematura como mi nostalgia) justifica mi vida. Escribir es una manera de quedarse en casa: tener la sal de uvas a la mano para aliviar la acidez sin necesidad de levantarse."
Finalmente, el crítico literario Alberto Giordano, en Una posibilidad de vida. Escrituras íntimas, recuerda ( mientras piensa capítulo tras capítulo la forma en que los autores construyen sus autobiografías):
"Una tarde muy triste, para consolarme, y también para disculparme por haber tenido que dejarlo solo en la clínica en la que estaba internado, traté de recordar y escribir la imagen de papá que me parecía más feliz, la que mi memoria podía ofrecer como prueba de qué, al fin de cuentas, nos quisimos y compartimos, del modo equívoco en que pueden compartir algo de sus vidas un padre y un hijo, momentos dichosos. En una de las mesas del bar del aeropuerto de Córdoba, mientras esperaba el avión que me devolvería a Rosario, sobre unas servilletas que después guardé dentro de un libro y al final perdí, escribí que si alguien me preguntaba en ese momento cuál era la imagen de papá que más me gustaba recordar mi respuesta inmediata habría sido: la imagen de papá esperándome en la plataforma de llegada de una estación de ómnibus, o mejor, la imagen de papá en el momento en que me reconoce entre los pasajeros que descienden. Puede ser en Buenos Aires o en Córdoba, en Tucumán, incluso en Rufino, el ómnibus ya se detuvo y desde la fila de los ansiosos que apuramos la llegada descubro a papá entre los que esperan. Todavía no me ve y está alerta, en una anticipación de todo el cuerpo que se prepara para la alegría de los besos y los abrazos. Ahora sí, me descubre, y viene a mi encuentro. Se mueve con una mezcla de dureza y plasticidad que, sin proponérselo, resulta elegante, como si en el presente del cariño algo del pudor y la timidez originarios se ablandara con la visión de la llegada del hijo. Sonríe, con entusiasmo, con generosidad, y la cara, que ya era encantadora en la espera, ahora resplandece. Aquí no hay dudas, la fuerza de esta imagen suspende la cantinela familiar de los olvidos y los resentimientos. Acabo de llegar y, sin decir nada y sin saberlo, papá me da lo mejor que un padre le puede dar a un hijo: la certidumbre de que es bienvenido."
Todas estas nos parecieron logradas evocaciones de una figura seguramente central para la vida de cada uno de nosotros. ¿Conocen ustedes otros textos que toquen el tema de forma interesante? Pueden enviarnos textos ajenos y textos propios sobre la relación padre e hijo o sobre la imagen paterna aquí abajo.
La literatura no ha sido ajena al reconocimiento de la figura paterna. Desde los inicios de la cultura occidental, en una obra fundante de la forma en que se piensan las relaciones entre padres e hijos como es Edipo rey (de la que surge el famoso "complejo de Edipo" y la idea de que en todo niño existe una atracción sexual inconsciente por la madre y un sentimiento de odio -también inconsciente- hacia el padre), hasta el poema gauchesco más famoso del siglo XIX, el Martín Fierro -que asegura en un par de versos citados en múltiples pósters y señaladores que "Un padre que da consejos / más que padre es un amigo"-, la literatura ha ido cristalizando caracterizaciones de la imagen del padre tal como el imaginario colectivo se las fue dictando.
Los abordajes al vínculo suelen partir de emociones fuertes. En el extremo negativo, se encuentra paradigmáticamente la Carta al padre, de Kafka. En ese texto -que, como explicamos en la descripción de la obra, no puede considerarse autobiográfico con todas las letras- aparecen el reproche, las acusaciones, la venganza verbal ahora que el escritor se encuentra en condiciones de tomar él mismo la palabra:
"Me preguntaste una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe qué contestar, en parte, justamente por el miedo que te tengo, y en parte porque en los fundamentos de ese miedo entran demasiados detalles como para que pueda mantenerlos reunidos en el curso de una conversación." (...)
"Si comenzaba a hacer algo que no fuera de tu gusto y tú me amenazabas con el fracaso, el respeto por tu opinión era tan grande en mí, que el fracaso, aunque fuese mucho más tarde, era irremediable. Perdí la confianza en mis actos. Yo era inconstante, indeciso. A medida que fui creciendo aumentó el material que podías señalar como testimonio de mi inutilidad; poco a poco, en ciertos aspectos, comenzaste a tener razón."
Pero también hay quienes evocan la figura del padre del modo opuesto: con gran apego y agradecimiento, valorando lo que el autor comprueba como herencia en su propia vida, en sus propias elecciones y en sus propios gestos. Así, Borges, en el texto "Posesión del ayer" decía:
"Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos".
Por su parte, en El viaje sedentario, el escritor mexicano Gonzalo Celorio repasa los últimos años de su padre y encuentra en ellos muchas razones para explicarse quién es él mismo hoy en día. La historia del padre también aparece como un refuerzo de su identidad:
"Cuando ya no tenía otra ocupación que la de inventar, papá se procuró una retahíla de comodidades que le consentían quedarse sentado en su escritorio. No existía entonces la pastilla disolvente que puede llevarse a cualquier parte si usted padece agruras. Papá inventó un salero en forma de pluma que, al ser girada, dejaba al descubierto unas perforaciones por donde se vaciaba, sobre un simple vaso de agua, su contenido efervescente, útil para usted que va de aquí para allá y ni manera de andar cargando con el frascote de Picto. Pero papá jamás salía de casa y su invención no tenía otro objeto que la permanencia en su escritorio cuando lo asaltaban las agruras.
Tanto cuento para decir solamente que soy hijo de papá; que amo los enseres del escritorio -los papeles y los lápices y sobre todo las gomas de borrar- tanto o más que la escritura; que acaso, sin saberlo, escribo lo que ya escribieron otros; en fin, que estar sentado en mi escritorio (aval de mi acidia y mi jubilación, tan prematura como mi nostalgia) justifica mi vida. Escribir es una manera de quedarse en casa: tener la sal de uvas a la mano para aliviar la acidez sin necesidad de levantarse."
Finalmente, el crítico literario Alberto Giordano, en Una posibilidad de vida. Escrituras íntimas, recuerda ( mientras piensa capítulo tras capítulo la forma en que los autores construyen sus autobiografías):
"Una tarde muy triste, para consolarme, y también para disculparme por haber tenido que dejarlo solo en la clínica en la que estaba internado, traté de recordar y escribir la imagen de papá que me parecía más feliz, la que mi memoria podía ofrecer como prueba de qué, al fin de cuentas, nos quisimos y compartimos, del modo equívoco en que pueden compartir algo de sus vidas un padre y un hijo, momentos dichosos. En una de las mesas del bar del aeropuerto de Córdoba, mientras esperaba el avión que me devolvería a Rosario, sobre unas servilletas que después guardé dentro de un libro y al final perdí, escribí que si alguien me preguntaba en ese momento cuál era la imagen de papá que más me gustaba recordar mi respuesta inmediata habría sido: la imagen de papá esperándome en la plataforma de llegada de una estación de ómnibus, o mejor, la imagen de papá en el momento en que me reconoce entre los pasajeros que descienden. Puede ser en Buenos Aires o en Córdoba, en Tucumán, incluso en Rufino, el ómnibus ya se detuvo y desde la fila de los ansiosos que apuramos la llegada descubro a papá entre los que esperan. Todavía no me ve y está alerta, en una anticipación de todo el cuerpo que se prepara para la alegría de los besos y los abrazos. Ahora sí, me descubre, y viene a mi encuentro. Se mueve con una mezcla de dureza y plasticidad que, sin proponérselo, resulta elegante, como si en el presente del cariño algo del pudor y la timidez originarios se ablandara con la visión de la llegada del hijo. Sonríe, con entusiasmo, con generosidad, y la cara, que ya era encantadora en la espera, ahora resplandece. Aquí no hay dudas, la fuerza de esta imagen suspende la cantinela familiar de los olvidos y los resentimientos. Acabo de llegar y, sin decir nada y sin saberlo, papá me da lo mejor que un padre le puede dar a un hijo: la certidumbre de que es bienvenido."
Todas estas nos parecieron logradas evocaciones de una figura seguramente central para la vida de cada uno de nosotros. ¿Conocen ustedes otros textos que toquen el tema de forma interesante? Pueden enviarnos textos ajenos y textos propios sobre la relación padre e hijo o sobre la imagen paterna aquí abajo.
jueves, 30 de abril de 2009
Un buen principio
imagen: FreeDigitalPhotos.net
Dicen los narradores, especialmente los que practican otras formas de escritura como el periodismo, que la primera frase es lo más importante de un texto: si no logra capturar al lector, todo mérito posterior es vano.
Según esta premisa, el inicio debe ser lo suficientemente seductor e intrigante como para forzar a quien lo lea a avanzar al próximo párrafo. Debe atrapar al lector cueste lo que cueste; caso contrario, él se irá por ahí, detrás de comienzos más prometedores, en el universo de páginas que se ofrecen a sus ojos.
Para aprender cómo escribir párrafos iniciales que cautiven, nada mejor que ver cómo lo hacen los expertos. Así que, si conseguimos que usted se haya quedado hasta estas líneas, lo invitamos a seguir un poco más y leer algunos de nuestros comienzos preferidos. Y, más abajo, lo invitamos también a enviarnos el suyo:
2 de noviembre. He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.
Así comienza Los detectives salvajes, del escritor chileno Roberto Bolaño. Y así sigue:
3 de noviembre. No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo 17 años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho.
En pocas líneas, este inicio presenta al protagonista con toda la fuerza de la primera persona: con sus propias palabras y con su perspectiva. Pocos recursos son tan eficaces para interesar de inmediato.
En la misma línea, Borges, en el cuento "La casa de Asterión", escribe:
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera.
Se comenta que Gabriel García Márquez ha llegado a dedicar meses enteros al primer párrafo de un libro. Veamos los resultados:
"El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo", en Crónica de una muerte anunciada.
y, en Cien años de soledad:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Cruce de tiempos: el presente de la muerte, el pasado de la remota niñez, dos iniciaciones opuestas. Y dos comienzos logrados, sin duda.
Y hablando de muertos, pero desde la perspectiva del sobreviviente:
Yo no maté a mi padre, pero a veces me sentía como si hubiera contribuido a ello y, de no ser porque coincidió con un momento específico de mi desarrollo físico, su muerte pareció insignificante, comparado con lo que después siguió.
en El jardín de cemento, de Ian Mc Ewan (traducido por Antonio-Prometeo Moya).
También hay comienzos breves y apelativos, como el "Call me Ismael", de Melville, en Moby Dick.
Y, los hay también, por el contrario, dubitativos, demorados, casi exasperantes:
"Es, si se quiere, octubre, octubre o noviembre, del sesenta o del sesenta y uno, octubre tal vez, el catorce o el dieciséis, o el veintidós o el veintitrés tal vez, el veintitrés de octubre de mil novecientos sesenta y uno pongamos, qué más da", en Glosa, de Juan José Saer.
Comienzos embelesados, inicios que ya ponen en escena el tono completo de la novela, como el de Lolita, de Nabokov:
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Y para terminar, Un mal principio, el libro que contradice sistemática y astutamente las convenciones de la literatura general y de la infantil, muy especialmente:
Si estáis interesados en historias con un final feliz, será mejor que leáis otro libro. En este, no sólo no hay un final feliz, sino que tampoco hay un principio feliz y muy pocos sucesos felices en el medio.
De Lemony Snicket (trad. Néstor Busquets). ¿Cómo no seguir leyendo para desafiar al autor, con la convicción de que en algún momento el libro tendrá que ceder a la tradición?
Según esta premisa, el inicio debe ser lo suficientemente seductor e intrigante como para forzar a quien lo lea a avanzar al próximo párrafo. Debe atrapar al lector cueste lo que cueste; caso contrario, él se irá por ahí, detrás de comienzos más prometedores, en el universo de páginas que se ofrecen a sus ojos.
Para aprender cómo escribir párrafos iniciales que cautiven, nada mejor que ver cómo lo hacen los expertos. Así que, si conseguimos que usted se haya quedado hasta estas líneas, lo invitamos a seguir un poco más y leer algunos de nuestros comienzos preferidos. Y, más abajo, lo invitamos también a enviarnos el suyo:
2 de noviembre. He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.
Así comienza Los detectives salvajes, del escritor chileno Roberto Bolaño. Y así sigue:
3 de noviembre. No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo 17 años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho.
En pocas líneas, este inicio presenta al protagonista con toda la fuerza de la primera persona: con sus propias palabras y con su perspectiva. Pocos recursos son tan eficaces para interesar de inmediato.
En la misma línea, Borges, en el cuento "La casa de Asterión", escribe:
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera.
Se comenta que Gabriel García Márquez ha llegado a dedicar meses enteros al primer párrafo de un libro. Veamos los resultados:
"El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo", en Crónica de una muerte anunciada.
y, en Cien años de soledad:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Cruce de tiempos: el presente de la muerte, el pasado de la remota niñez, dos iniciaciones opuestas. Y dos comienzos logrados, sin duda.
Y hablando de muertos, pero desde la perspectiva del sobreviviente:
Yo no maté a mi padre, pero a veces me sentía como si hubiera contribuido a ello y, de no ser porque coincidió con un momento específico de mi desarrollo físico, su muerte pareció insignificante, comparado con lo que después siguió.
en El jardín de cemento, de Ian Mc Ewan (traducido por Antonio-Prometeo Moya).
También hay comienzos breves y apelativos, como el "Call me Ismael", de Melville, en Moby Dick.
Y, los hay también, por el contrario, dubitativos, demorados, casi exasperantes:
"Es, si se quiere, octubre, octubre o noviembre, del sesenta o del sesenta y uno, octubre tal vez, el catorce o el dieciséis, o el veintidós o el veintitrés tal vez, el veintitrés de octubre de mil novecientos sesenta y uno pongamos, qué más da", en Glosa, de Juan José Saer.
Comienzos embelesados, inicios que ya ponen en escena el tono completo de la novela, como el de Lolita, de Nabokov:
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Y para terminar, Un mal principio, el libro que contradice sistemática y astutamente las convenciones de la literatura general y de la infantil, muy especialmente:
Si estáis interesados en historias con un final feliz, será mejor que leáis otro libro. En este, no sólo no hay un final feliz, sino que tampoco hay un principio feliz y muy pocos sucesos felices en el medio.
De Lemony Snicket (trad. Néstor Busquets). ¿Cómo no seguir leyendo para desafiar al autor, con la convicción de que en algún momento el libro tendrá que ceder a la tradición?
Culebrones eran los de antes
"¡Eres un hipócrita!" [reforzando el acento del insulto todo lo posible]
"Déjame en paz, Carlos Alfredo, ¡para mí tú estás muerto y sepultado!"
"Luis Abelardo: tú y María Begonia no pueden casarse porque… porque: ¡ella es… tu hermana!" [y la cámara hace un acelerado primer plano al rostro del héroe, que queda pestañeando conmovido, al tiempo que niega con su cabeza para rechazar la indigerible realidad]
... no hace falta haber pasado las tardes de los últimos lustros sentados religiosamente delante del televisor para saber que estos son diálogos de una telenovela. Casi que basta haber hecho un solo zapping ocasional para identificarlo.
Es que para reconocer el género culebrón contamos con indicios que se dejan apreciar en pocos segundos: la gran teatralidad de que hacen gala los actores; el melodramatismo de sus parlamentos; los profusos o, al menos, rimbombantes nombres propios; y, finalmente, esos argumentos que abundan en heroínas pobres de toda pobreza (aunque sean –en realidad– las únicas herederas legítimas de la poderosa empresa familiar), en paralítico/as o ciego/as que no son tales, en hijos no reconocidos y en embrollos de todo tipo y tenor, que hacen que la pareja protagónica muchas veces no pueda pasar de furtivos (pero apasionados) besos ocasionales hasta el final de la tira.
Con estos ingredientes, tenemos una novela prototípica (y, tal vez por eso, una de las más exitosas de la historia) como Los ricos también lloran (México, 1979), protagonizada por la gran Verónica Castro. Y Topacio (Venezuela, 1984), de Grecia Colmenares, heroína sufrida como pocas (con el hit de Carlos Mata "Que por qué te quiero", ¿lo recuerdan?). Y Cristal (Venezuela, 1986), del mismo Mata y la altiva Jeanette Rodríguez. Por supuesto, también Amándote (Argentina, 1988), ya algo más cerca de la comedia. Y otras memorables de Arnaldo André, como Piel naranja (escrita por el talentoso Alberto Migré, que se animaba a transgredir las convenciones y, por ejemplo, presentar finales trágicos), Amor gitano y Amo y señor (todas estas argentinas, de 1975, 1983 y 1984, respectivamente). Todas musicalizadas con esos temas inolvidables como "Mi vida eres tú" o "Rosa / Salvaje, / soy yo…" de Rosa salvaje, obviamente).
Receta básica, burda si se quiere, pero hechizante. Por meses y meses uno vivía esclavizado: no hacía otra cosa durante la hora de la emisión que estar petrificado delante de la pantalla de modo de no perderse una escena. Se sufría con las heroínas y se odiaba a las villanas: las historias podían ser muy fantasiosas, pero la identificación que generaban era inquietante. De hecho, María Rubio, la actriz que le puso el cuerpo a Catalina Creel, la mala malísima de Cuna de lobos (México, 1986) debió irse una temporada del país al terminar la novela porque sufrió agresiones físicas y verbales. Y eso que era una malvada que daba gusto ver porque tenía la delicadeza de combinar el parche que usaba para tapar su ojo supuestamente atrofiado con la ropa que lucía cada día. En un alarde de elegancia, llevaba, por ejemplo, con tailleur fucsia, parche fucsia; con bata gris perla, parche gris perla; con tapado escocés, parche escocés, ¿se acuerdan? (si no se acuerdan, no pierdan la oportunidad de rememorarlo aquí).
Las novelas de hoy en día son, en cambio, más livianas (sin considerar las novelas brasileñas, que siempre fueron más libres y desacartonadas). Hay malos, pero no son tan retorcidos ni caricaturizables. Las heroínas no la tienen fácil, pero eso hasta puede dar pie a la comicidad (miren, si no, Betty, la fea). Y a veces los problemas pasan por enredos de género sexual en el mismo protagonista, como en la reciente La Lola, en vez de tener que ver con tretas ajenas.
En pocas palabras, las novelas de hoy han perdido grandilocuencia, romanticismo y afectación, para reflejar mejor el mundo real. Algunas incluso asumen cuestionamientos políticos de épocas recientes, como la actual novela argentina Vidas robadas. Puede decirse con convicción que estas nuevas producciones revitalizan el género. ... Y, sin embargo, novelas (en el sentido de culebrones verdaderamente atrapantes)... novelas eran las de antes.
"Déjame en paz, Carlos Alfredo, ¡para mí tú estás muerto y sepultado!"
"Luis Abelardo: tú y María Begonia no pueden casarse porque… porque: ¡ella es… tu hermana!" [y la cámara hace un acelerado primer plano al rostro del héroe, que queda pestañeando conmovido, al tiempo que niega con su cabeza para rechazar la indigerible realidad]
... no hace falta haber pasado las tardes de los últimos lustros sentados religiosamente delante del televisor para saber que estos son diálogos de una telenovela. Casi que basta haber hecho un solo zapping ocasional para identificarlo.
Es que para reconocer el género culebrón contamos con indicios que se dejan apreciar en pocos segundos: la gran teatralidad de que hacen gala los actores; el melodramatismo de sus parlamentos; los profusos o, al menos, rimbombantes nombres propios; y, finalmente, esos argumentos que abundan en heroínas pobres de toda pobreza (aunque sean –en realidad– las únicas herederas legítimas de la poderosa empresa familiar), en paralítico/as o ciego/as que no son tales, en hijos no reconocidos y en embrollos de todo tipo y tenor, que hacen que la pareja protagónica muchas veces no pueda pasar de furtivos (pero apasionados) besos ocasionales hasta el final de la tira.
Con estos ingredientes, tenemos una novela prototípica (y, tal vez por eso, una de las más exitosas de la historia) como Los ricos también lloran (México, 1979), protagonizada por la gran Verónica Castro. Y Topacio (Venezuela, 1984), de Grecia Colmenares, heroína sufrida como pocas (con el hit de Carlos Mata "Que por qué te quiero", ¿lo recuerdan?). Y Cristal (Venezuela, 1986), del mismo Mata y la altiva Jeanette Rodríguez. Por supuesto, también Amándote (Argentina, 1988), ya algo más cerca de la comedia. Y otras memorables de Arnaldo André, como Piel naranja (escrita por el talentoso Alberto Migré, que se animaba a transgredir las convenciones y, por ejemplo, presentar finales trágicos), Amor gitano y Amo y señor (todas estas argentinas, de 1975, 1983 y 1984, respectivamente). Todas musicalizadas con esos temas inolvidables como "Mi vida eres tú" o "Rosa / Salvaje, / soy yo…" de Rosa salvaje, obviamente).
Receta básica, burda si se quiere, pero hechizante. Por meses y meses uno vivía esclavizado: no hacía otra cosa durante la hora de la emisión que estar petrificado delante de la pantalla de modo de no perderse una escena. Se sufría con las heroínas y se odiaba a las villanas: las historias podían ser muy fantasiosas, pero la identificación que generaban era inquietante. De hecho, María Rubio, la actriz que le puso el cuerpo a Catalina Creel, la mala malísima de Cuna de lobos (México, 1986) debió irse una temporada del país al terminar la novela porque sufrió agresiones físicas y verbales. Y eso que era una malvada que daba gusto ver porque tenía la delicadeza de combinar el parche que usaba para tapar su ojo supuestamente atrofiado con la ropa que lucía cada día. En un alarde de elegancia, llevaba, por ejemplo, con tailleur fucsia, parche fucsia; con bata gris perla, parche gris perla; con tapado escocés, parche escocés, ¿se acuerdan? (si no se acuerdan, no pierdan la oportunidad de rememorarlo aquí).
Las novelas de hoy en día son, en cambio, más livianas (sin considerar las novelas brasileñas, que siempre fueron más libres y desacartonadas). Hay malos, pero no son tan retorcidos ni caricaturizables. Las heroínas no la tienen fácil, pero eso hasta puede dar pie a la comicidad (miren, si no, Betty, la fea). Y a veces los problemas pasan por enredos de género sexual en el mismo protagonista, como en la reciente La Lola, en vez de tener que ver con tretas ajenas.
En pocas palabras, las novelas de hoy han perdido grandilocuencia, romanticismo y afectación, para reflejar mejor el mundo real. Algunas incluso asumen cuestionamientos políticos de épocas recientes, como la actual novela argentina Vidas robadas. Puede decirse con convicción que estas nuevas producciones revitalizan el género. ... Y, sin embargo, novelas (en el sentido de culebrones verdaderamente atrapantes)... novelas eran las de antes.
Feria de Frankfurt 2010: los polémicos representantes elegidos por la Argentina
En vez de complacencia o aplausos, la elección del Gobierno argentino de los representantes del país para la edición 2010 de la Feria del Libro de Frankfurt (la mayor feria de libros del mundo) provocó polémica y cuestionamientos.
Como todos los años (en 2007 le tocó a Cataluña), la Feria homenajeará a un país o una cultura dándole la categoría de invitado de honor y otorgándole un gran espacio de exposición de forma gratuita. En 2010, le toca el turno a la Argentina. Desde que la invitación se oficializó, generó una gran expectativa entre los actores locales del mundo del libro. Hasta que esa expectativa cambió por otra emoción: disgusto.
El dream team elegido por el Gobierno se compuso de los clásicos de lo argentino: Eva Perón, Diego Maradona, Ernesto "Che" Guevara y Carlos Gardel. Y, como se ve, de ningún escritor.
Dicen que si sólo el nombre propio basta para hacer referencia a una persona entre tantas otras, sin que haga falta mencionar al apellido (como podría decirse que ocurre con "Evita", "el Che" y "Diego"), esas personas ya son integrantes indudables de la constelación de estrellas. De eso no hay duda en ninguno de los casos.
Lo que intelectuales, escritores y algún que otro periodista cuestionan no es la falta de popularidad, precisamente; sino que no sean figuras del mundo cultural en el sentido escrito de la producción intelectual, literaria o artística. Y que, además, sean en sí mismas así de polémicas y fomenten tantas emociones encontradas: son personajes que algunos aman, pero que otros odian (o que, al menos, rechazan enfáticamente como modelos).
Finalmente, ante las voces de protesta provenientes de distintos sectores, el Gobierno argentino agregó a Borges y Cortázar al cuarteto. Y resaltó que, igualmente, ya habían tenido en cuenta a los escritores argentinos y es por eso que están preparando ediciones especiales del Martín Fierro para repartir en la ocasión. Pero cabe de vuelta evaluar si se trata de una buena decisión: ¿hoy en día representa algo el gaucho Martín Fierro o fue, simplemente, una clásica y conservadora apuesta segura?
Pero, en definitiva, ¿qué figuras pueden considerarse representativas de una cultura? Más todavía, ¿hay algo como la esencia de un país, su idiosincrasia, que pueda ser representado por personas con determinadas características (con determinados talentos, aptitudes, cualidades)? Una cuestión para debatir.
Como todos los años (en 2007 le tocó a Cataluña), la Feria homenajeará a un país o una cultura dándole la categoría de invitado de honor y otorgándole un gran espacio de exposición de forma gratuita. En 2010, le toca el turno a la Argentina. Desde que la invitación se oficializó, generó una gran expectativa entre los actores locales del mundo del libro. Hasta que esa expectativa cambió por otra emoción: disgusto.
El dream team elegido por el Gobierno se compuso de los clásicos de lo argentino: Eva Perón, Diego Maradona, Ernesto "Che" Guevara y Carlos Gardel. Y, como se ve, de ningún escritor.
Dicen que si sólo el nombre propio basta para hacer referencia a una persona entre tantas otras, sin que haga falta mencionar al apellido (como podría decirse que ocurre con "Evita", "el Che" y "Diego"), esas personas ya son integrantes indudables de la constelación de estrellas. De eso no hay duda en ninguno de los casos.
Lo que intelectuales, escritores y algún que otro periodista cuestionan no es la falta de popularidad, precisamente; sino que no sean figuras del mundo cultural en el sentido escrito de la producción intelectual, literaria o artística. Y que, además, sean en sí mismas así de polémicas y fomenten tantas emociones encontradas: son personajes que algunos aman, pero que otros odian (o que, al menos, rechazan enfáticamente como modelos).
Finalmente, ante las voces de protesta provenientes de distintos sectores, el Gobierno argentino agregó a Borges y Cortázar al cuarteto. Y resaltó que, igualmente, ya habían tenido en cuenta a los escritores argentinos y es por eso que están preparando ediciones especiales del Martín Fierro para repartir en la ocasión. Pero cabe de vuelta evaluar si se trata de una buena decisión: ¿hoy en día representa algo el gaucho Martín Fierro o fue, simplemente, una clásica y conservadora apuesta segura?
Pero, en definitiva, ¿qué figuras pueden considerarse representativas de una cultura? Más todavía, ¿hay algo como la esencia de un país, su idiosincrasia, que pueda ser representado por personas con determinadas características (con determinados talentos, aptitudes, cualidades)? Una cuestión para debatir.
Con los nombres nada se pierde… todo se transforma
En su poema "El Golem", Jorge Luis Borges recuerda la postura de Platón en su diálogo Cratilo:
Si (como el griego afirma en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo.
respecto de si los nombres son motivados o convencionales. Si tomamos la tesis platónica y la llevamos al extremo, los habitantes de cierto pueblo ecuatoriano tendrán muchas explicaciones que dar.
Chone, localidad de 20 000 almas en el interior de Ecuador -llamada por los lugareños, ya veremos cuán acertadamente, "la capital de los nombres raros"-, alberga habitantes con nombres de pila tan inesperados como Frank Sinatra, Alí Babá, Burger King, Lincoln, Stalin, Puro Aguardiente, Vick Vaporup o Land Rover.
Desde personajes históricos hasta marcas comerciales de los rubros más diversos, pasando por resultados de partidos de fútbol y bebidas predilectas, los padres de estos individuos han ejercitado su capacidad imaginativa a la hora de rellenar los documentos de identidad de sus recién nacidos. Los hijos lo agradecen, si recibieron un buen nombre en gracia o si les gusta dar la nota. O reniegan de la herencia, si fue Stalin lo que les tocó en suerte o si padecen de por vida la obligación de hacer propaganda gratuita de un producto como el Alka Seltzer. En el pueblo, se oyen nombres espirituales y etéreos, como Semiencanto, Querido Ecuador y Arcángel Gabriel Salvador. Y, también, decididamente carnales, como Venus Lollobrigida o Everguito Coito.
Ningún lugar del mundo fue tan lejos como esta región del Ecuador en poner nombres extravagantes. Pero eso no lo convierte en el único sitio en que sus pobladores consideren que bautizar puede ser una tarea creativa. En la Argentina, por ejemplo, se están poniendo de moda muchas denominaciones sacadas del cine y del deporte, como Xuxa, Nemo, Jordan, Viggo, Aladdino y Jet. El Registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires, por caso, aceptó en el último tiempo Abbot, Dakota, Gallagher, Ídola, Jackson, Napoleón, Radcliffe y Poppy (que ¿no era un nombre para perros?).
Venezuela, por su parte, trata de prohibir -mediante un proyecto de ley en curso- nombres que resulten ridículos, agravantes o que sean extraños al idioma español, como Hitler, Makgiber, Yuvifred, Genghis Khan o Backstreet Boys. Todo para "preservar el equilibrio y desarrollo integral del niño, niña o adolescente".
Recientemente, salió la noticia de que una pareja neozelandesa llamará a su hijo Superman como protesta porque no les permitieron que quedara registrado como 4Real (DVerdad, podría traducirse). "El nombre tiene que ser una secuencia de letras", argumentó el funcionario de turno. Habían decidido llamarlo así tras verlo por primera vez en una ecografía porque, dijeron, entonces se dieron cuenta de que su bebé era "de verdad".
Esto por hablar sólo de primeros nombres. Porque, si ampliamos a la combinación de nombres con apellidos, ya la cuestión parece un designio divino. En España, aseguran que existe una Juana Madruga Mogollón y en Uruguay -entre cientos de Maracanazos, en homenaje a la victoria que Uruguay le arrebató a la selección brasileña en suelo carioca, en el Mundial de 1950- existe la leyenda de una mujer que se llama, entre el apellido de soltera y apellido de casada, Pascualina Masa de Tarta.
Y podríamos seguir con las asociaciones significativas (pero siempre de dudosas consecuencias) que a veces se dan entre los nombres y las profesiones: ajustes perfectos o contradicciones flagrantes. Aquí conocemos un veterinario con el respetable apelativo de Dr. Pelagati y una autora de libros de autoayuda, que responde al nombre y al apellido de Tara Depre. Pero entonces ya se trata de la elección vocacional de personas adultas y el resultado calamitoso deja de ser responsabilidad de los señores padres.
Más sobre nombres, aquí: http://foros.librosenred.com/viewtopic.php?t=1082&highlight=transforma
Si (como el griego afirma en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo.
respecto de si los nombres son motivados o convencionales. Si tomamos la tesis platónica y la llevamos al extremo, los habitantes de cierto pueblo ecuatoriano tendrán muchas explicaciones que dar.
Chone, localidad de 20 000 almas en el interior de Ecuador -llamada por los lugareños, ya veremos cuán acertadamente, "la capital de los nombres raros"-, alberga habitantes con nombres de pila tan inesperados como Frank Sinatra, Alí Babá, Burger King, Lincoln, Stalin, Puro Aguardiente, Vick Vaporup o Land Rover.
Desde personajes históricos hasta marcas comerciales de los rubros más diversos, pasando por resultados de partidos de fútbol y bebidas predilectas, los padres de estos individuos han ejercitado su capacidad imaginativa a la hora de rellenar los documentos de identidad de sus recién nacidos. Los hijos lo agradecen, si recibieron un buen nombre en gracia o si les gusta dar la nota. O reniegan de la herencia, si fue Stalin lo que les tocó en suerte o si padecen de por vida la obligación de hacer propaganda gratuita de un producto como el Alka Seltzer. En el pueblo, se oyen nombres espirituales y etéreos, como Semiencanto, Querido Ecuador y Arcángel Gabriel Salvador. Y, también, decididamente carnales, como Venus Lollobrigida o Everguito Coito.
Ningún lugar del mundo fue tan lejos como esta región del Ecuador en poner nombres extravagantes. Pero eso no lo convierte en el único sitio en que sus pobladores consideren que bautizar puede ser una tarea creativa. En la Argentina, por ejemplo, se están poniendo de moda muchas denominaciones sacadas del cine y del deporte, como Xuxa, Nemo, Jordan, Viggo, Aladdino y Jet. El Registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires, por caso, aceptó en el último tiempo Abbot, Dakota, Gallagher, Ídola, Jackson, Napoleón, Radcliffe y Poppy (que ¿no era un nombre para perros?).
Venezuela, por su parte, trata de prohibir -mediante un proyecto de ley en curso- nombres que resulten ridículos, agravantes o que sean extraños al idioma español, como Hitler, Makgiber, Yuvifred, Genghis Khan o Backstreet Boys. Todo para "preservar el equilibrio y desarrollo integral del niño, niña o adolescente".
Recientemente, salió la noticia de que una pareja neozelandesa llamará a su hijo Superman como protesta porque no les permitieron que quedara registrado como 4Real (DVerdad, podría traducirse). "El nombre tiene que ser una secuencia de letras", argumentó el funcionario de turno. Habían decidido llamarlo así tras verlo por primera vez en una ecografía porque, dijeron, entonces se dieron cuenta de que su bebé era "de verdad".
Esto por hablar sólo de primeros nombres. Porque, si ampliamos a la combinación de nombres con apellidos, ya la cuestión parece un designio divino. En España, aseguran que existe una Juana Madruga Mogollón y en Uruguay -entre cientos de Maracanazos, en homenaje a la victoria que Uruguay le arrebató a la selección brasileña en suelo carioca, en el Mundial de 1950- existe la leyenda de una mujer que se llama, entre el apellido de soltera y apellido de casada, Pascualina Masa de Tarta.
Y podríamos seguir con las asociaciones significativas (pero siempre de dudosas consecuencias) que a veces se dan entre los nombres y las profesiones: ajustes perfectos o contradicciones flagrantes. Aquí conocemos un veterinario con el respetable apelativo de Dr. Pelagati y una autora de libros de autoayuda, que responde al nombre y al apellido de Tara Depre. Pero entonces ya se trata de la elección vocacional de personas adultas y el resultado calamitoso deja de ser responsabilidad de los señores padres.
Más sobre nombres, aquí: http://foros.librosenred.com/viewtopic.php?t=1082&highlight=transforma
martes, 28 de abril de 2009
Los Simpson ¿parte de la literatura universal?
"En cierta medida, Los Simpson ya son parte de la literatura universal y son un fenómeno que va más allá del género de la serie de televisión", sostuvo profesor Henry Keazor, de la Universidad de Frankfurt, en una entrevista con la página web de la Radio Televisión del Oeste de Alemania, en el marco de un festival literario alemán.
Sonará polémico, pero Keazor, especialista en pintura barroca, ni siquiera se considera una excepción dentro del ámbito de los historiadores del arte. Sostiene que sus colegas y él se interesan cada vez más en la televisión porque en ese espacio se crean muchas de las imágenes que imponen un sello en nuestra cultura cotidiana. En relación con Los Simpson en particular, justificó su interés diciendo que "hay una confrontación con el arte anterior para crear algo nuevo. El arte es siempre arte sobre el arte".
En favor de la tesis de este intelectual, puede decirse que, ciertamente, el uso de la parodia y la gran cantidad de referencias que el show pone en juego (hay citas a películas, canciones, hechos y frases célebres, personajes conocidos de la política, la música, el arte, la historia y el deporte) dan gran riqueza cultural a la serie y la vuelven muy representativa del paradigma hipertextual que preside los tiempos que corren. Los Simpson son, además, una reflexión lúcida sobre el mundo actual, con sus complejidades y sus contradicciones, que claramente excede el público infantil y que se anima a tratar temas ríspidos de la idiosincrasia estadounidense, de la iglesia, de la política y de la sexualidad.
Muchos críticos de cine, y muchos espectadores y aficionados, opinan que la calidad de la trama, de la elaboración de los personajes y de la factura en general de las series es hoy superior a la de los films. Los shows de señales como Sony, AXN, HBO y otras han superado, en promedio, un producto tradicionalmente tan cuidado como eran las películas. Por citar algunos ejemplos más de programas televisivos dignos de destacar, está el caso de Seinfeld, el antológico (de culto y masivo a la vez) show sobre nada; Lost, una historia que se nutrió -en su concepción al menos- de referencias a El señor de las moscas y Robinson Crusoe, o la merecidísimamente premiada Los Soprano, la historia de una familia de la mafia posmoderna.
Más allá de la pregunta por dónde queda el límite entre lo que es cultura y lo que no, vuelve a surgir la cuestión de si masividad y arte son dimensiones que se excluyen, y la cuestión de si el éxito comercial de una obra o pieza invalida necesariamente lo artístico (lo renovador, lo profundo, lo movilizante) que esa obra o pieza pueda portar. Por lo pronto, varias de las series de televisión actuales (productos indudablemente comerciales y masivos) están pudiendo contar historias de ficción mejor que el cine y -tal vez, incluso- que las novelas de hoy.
Sonará polémico, pero Keazor, especialista en pintura barroca, ni siquiera se considera una excepción dentro del ámbito de los historiadores del arte. Sostiene que sus colegas y él se interesan cada vez más en la televisión porque en ese espacio se crean muchas de las imágenes que imponen un sello en nuestra cultura cotidiana. En relación con Los Simpson en particular, justificó su interés diciendo que "hay una confrontación con el arte anterior para crear algo nuevo. El arte es siempre arte sobre el arte".
En favor de la tesis de este intelectual, puede decirse que, ciertamente, el uso de la parodia y la gran cantidad de referencias que el show pone en juego (hay citas a películas, canciones, hechos y frases célebres, personajes conocidos de la política, la música, el arte, la historia y el deporte) dan gran riqueza cultural a la serie y la vuelven muy representativa del paradigma hipertextual que preside los tiempos que corren. Los Simpson son, además, una reflexión lúcida sobre el mundo actual, con sus complejidades y sus contradicciones, que claramente excede el público infantil y que se anima a tratar temas ríspidos de la idiosincrasia estadounidense, de la iglesia, de la política y de la sexualidad.
Muchos críticos de cine, y muchos espectadores y aficionados, opinan que la calidad de la trama, de la elaboración de los personajes y de la factura en general de las series es hoy superior a la de los films. Los shows de señales como Sony, AXN, HBO y otras han superado, en promedio, un producto tradicionalmente tan cuidado como eran las películas. Por citar algunos ejemplos más de programas televisivos dignos de destacar, está el caso de Seinfeld, el antológico (de culto y masivo a la vez) show sobre nada; Lost, una historia que se nutrió -en su concepción al menos- de referencias a El señor de las moscas y Robinson Crusoe, o la merecidísimamente premiada Los Soprano, la historia de una familia de la mafia posmoderna.
Más allá de la pregunta por dónde queda el límite entre lo que es cultura y lo que no, vuelve a surgir la cuestión de si masividad y arte son dimensiones que se excluyen, y la cuestión de si el éxito comercial de una obra o pieza invalida necesariamente lo artístico (lo renovador, lo profundo, lo movilizante) que esa obra o pieza pueda portar. Por lo pronto, varias de las series de televisión actuales (productos indudablemente comerciales y masivos) están pudiendo contar historias de ficción mejor que el cine y -tal vez, incluso- que las novelas de hoy.
Este tema lo seguimos discutiendo acá: http://foros.librosenred.com/viewtopic.php?t=1381
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