lunes, 16 de diciembre de 2013

Las palabras con las que vemos el mundo

Si es cierto, como dijo el escritor español Juan José Millás, que "cada vez que desaparece una palabra, desaparece una zona de la realidad", también vale lo contrario. Podríamos decir, entonces, que cuando surge una palabra y cuando –en tanto comunidad de lengua– empezamos a usarla, se destaca, se define, cobra entidad algo de la (imaginada o empírica) realidad.


Muchos lingüistas han ido a fondo con esta idea. Conocida es la hipótesis de Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf, que afirma que existe una relación entre el léxico y las categorías gramaticales que una persona usa y la forma en que esa misma persona entiende y conceptualiza el mundo. Así, una lengua que tiene menor número de tiempos verbales que otra vuelve a sus hablantes menos conscientes del paso del tiempo; y un idioma, como el de los esquimales, que ofrece un menú de casi 20 nombres para denominar lo que en español es solo "nieve" por supuesto que permite, a quien lo habla, diferenciar rasgos físicos y sensoriales de esa materia que otros hablantes no podrían ni percibir. Todo esto lleva a creer que cuando uno aprende un idioma (de niño, a través de sus mayores, o en cualquier edad, cuando quiere conocer otra lengua) lo que absorbe –junto con los sustantivos, las preposiciones, las formas de indicar pluralidad y trascurso temporal– es una determinada forma de ver el mundo.

Por eso, es interesante conocer y contrastar cómo algunas lenguas han concebido la realidad. Porque si todas las lenguas tienen un término para "mujer" o para "mesa", no todas tienen una forma de indicar 'la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles', como sí el japonés con su palabra "komorebi" o el modo de nombrar 'la sensación de suspensión de la noción de realidad y en consecuencia descreimiento que puede ocurrir al leer o escuchar una buena historia', de la que habló mucho Borges, con casi tantas palabras como las usadas, en lugar de poder decir, simplemente, como admite el urdu, "goya". Como vemos aquí, en este delicioso listado de palabras intraducibles y únicas, estas denominaciones, inexistentes en español, se dan en otras lenguas.

Y, a la vez, no todas las lenguas transmiten lo mismo acerca de una realidad relativamente común: para el español, "añoranza" procede de una nostalgia por una ausencia (en última instancia, por un "no saber de", por eso su parecido a "ignorar", palabra con la que tiene raíz común); para el alemán, en cambio, "heimweh", el término equivalente, indica literalmente 'dolor de hogar'.

¿Qué palabras "intraducibles" conocen ustedes (dentro de jergas el español o de otras lenguas)? ¿Y qué palabras salvarían como irreemplazables? Lo conversamos aquí.

lunes, 28 de octubre de 2013

Grandes citas en pequeños formatos: extractos de Congresos de la Lengua

Del 20 al 23 de octubre pasado, en la Ciudad de Panamá, se celebró el VI Congreso Internacional de Lengua Española. Estos congresos se celebran cada tres años en distintas ciudades hispanohablantes y procuran ser foros de reflexión acerca de la situación, los problemas y los retos de nuestra lengua, en los que no faltan ocasionales polémicas: en el primer congreso, en 1997, en Zacatecas, Gabriel García Márquez, pidió la «jubilación de la ortografía» y en el tercero, en Rosario en 2004, el Premio Nobel de la Paz argentino, Adolfo Pérez Esquivel, dijo estar inaugurando el primer Congreso de laS lenguaS para reivindicar la revalorización de de las lenguas de los pueblos originarios de América Latina.


De las actas de estos congresos (incluyendo el de Chile, que tuvo que desarrollarse de forma digital a causa del terrible terremoto que asoló al país por aquellos días, en 2010) compartimos algunos fragmentos valiosos:

El de Mario Vargas Llosa, en la parte final del discurso preparado para el congreso de Valparaíso:
"En La Florida del Inca, el Inca Garcilaso de la Vega cuenta la historia terrible del soldado español Juan Ortiz que, en las luchas por la conquista de la Florida, fue capturado por los indios de los cacicazgos de Hirrihigua y de Mucozo. Por más de diez años permaneció Juan Ortiz entre sus captores, a cuyas costumbres y maneras llegó sin duda a acostumbrarse. Dos lustros después, una expedición de españoles encabezada por Baltazar de Gallegos lo rescata y devuelve a su vieja cultura. Y entonces, horror de horrores, el pobre Juan Ortiz descubre que ha olvidado su lengua materna y ya no sabe cómo contar su historia a sus salvadores. En su desesperación, para que lo reconozcan, sólo atina a balbucear (y de mala manera) el nombre de su ciudad natal: «Xivilla, Xivilla».
El Inca Garcilaso evoca este episodio con un sentimiento melancólico, pues, confiesa, a él también le está ya ocurriendo lo que a Juan Ortiz, por no tener en España «con quien hablar mi lengua general y materna, que es la general que se habla en todo el Perú… se me ha olvidado de tal manera… que no acierto». Una lengua no solo se pierde por no tener con quién hablarla, debido a un secuestro o a la distancia, como le ocurrió a aquel conquistador sevillano conquistado. Se pierde también por negligencia y haraganería, por desaprovechar sus riquísimas posibilidades y matices, por no conocerla ni gozarla a través de la lectura de sus grandes clásicos y sus mejores prosistas, por no ejercitarla y servirse de ella de manera creativa. Una lengua se nos puede ir escurriendo de las manos o mejor dicho de la boca, dejándonos despalabrados, por culpa de la ignorancia, la mala educación y esa pereza que consiste en valerse del lugar común, el estereotipo y el clisé, lenguaje muerto que empobrece la inteligencia y agosta la sensibilidad de los hablantes. Que no nos ocurra nunca la desgracia que se abatió sobre el pobre soldado Juan Ortiz y nos veamos un día privados de esta lengua que es nuestra mejor credencial para sortear los desafíos del tiempo en que vivimos. Dejar que la lengua se nos pierda o empobrezca es perder mucho más que un medio de comunicarse: es perder la seguridad, la única identidad real que tenemos y rodar hacia ese caos primitivo, a esa behetría habitada por sonámbulos que tanto espantaba a los quechuas del antiguo Perú".
Sobre las palabras como consuelo, en el discurso del narrador y periodista argentino Tomás Eloy Martínez (Cartagena, 2007):
"He frecuentado más de cuatro lenguas y ninguna me ha resultado tan flexible, tan abierta como el castellano natal. En los muchos momentos de desolación que hubo en mi vida —enfermedades, exilios, pérdidas irreparables de amores— siempre encontré una palabra entrañable para ese sentimiento, y ella me dio consuelo, comprensión y estímulos para seguir adelante".
Héctor Tizón, otro escritor argentino, sobre los efectos de la literatura, en Rosario:
"La literatura defiende la individualidad, lo concreto de las cosas, los colores, los sentimientos, lo sensible contra lo falsamente universal, que agarrota y nivela a los hombres contra la abstracción que los esteriliza, frente a la Historia, que pretende encarnar y realizar lo universal. La literatura contrapone lo que queda en las imágenes del devenir histórico".
Carlos Fuentes, también en la edición de Rosario:
"Nos instalamos en el mundo, nos recuerda Emilio Lledó. Pero el mundo también se instala en nosotros. La lengua es nuestra manera de modificar al mundo a fin de ser personas, y nunca cosas, sujetos y no sólo objetos del mundo. La lengua nos permite ocupar un lugar en la comunidad y transmitir los resultados de nuestra experiencia". 
Y, probablemente, el más cómico, el del escritor y humorista Roberto Fontanarrosa, en este mismo congreso, quien no dudó en referirse a la eficacia de las malas palabras:
"Un Congreso de la Lengua, es más que todo, para plantearse preguntas. Yo como casi siempre hablo desde el desconocimiento, me pregunto por qué son malas las malas palabras, quién las define como tal. ¿Quién y por qué?, ¿quién dice qué tienen las malas palabras?, ¿o es que acaso les pegan las malas palabras a las buenas?, ¿son malas porque son de mala calidad?, o sea que ¿cuando uno las pronuncia se deterioran? o ¿cuando uno las utiliza, tienen actitudes reñidas con la moral? Obviamente, no se quién las define como malas palabras, tal vez sean como esos villanos de viejas películas como las que nosotros veíamos, que en un principio eran buenos, pero que al final la sociedad los hizo malos. (...)
A veces hay periódicos que ponen: «El senador fulano de tal envío a la M a su par…». La triste función de esos puntos suspensivos, realmente el papel absurdo que están haciendo ahí, merecería también una discusión acá, en el Congreso de la Lengua. Hay otra palabra que quiero apuntar que creo es fundamental en el idioma castellano, que es la palabra «mierda», que también es irremplazable. El secreto de la contextura física está en la r —anoten las docentes— porque es mucho más débil como lo dicen los cubanos: miELda, que suena a chino y eso —yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la Revolución cubana—, quita de posibilidades de expresiva.
Voy cerrando, después de este aporte medular que he hecho al lenguaje y al Congreso, lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse, para dejar de lado el estrés y todo ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría (no quiero hacer una teoría) es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas. Vivamos una navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar".

jueves, 29 de agosto de 2013

Con b de bueno... - apuntes sobre la ortografía

Ya sabemos lo que opina Gabriel García Márquez sobre la ortografía porque lo expresó con toda contundencia en el Congreso de la Lengua Española celebrado en México, en 1997. Entonces, revolucionó el debate sobre nuestro idioma con el llamamiento:
Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima, ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
A lo que Octavio Paz respondió:
El habla evoluciona sola, no tiene por qué proclamar ni declarar la libertad de la palabra, ni su servidumbre. Muchas de las expresiones que García Márquez propuso para sustituir las conjugaciones actuales son arcaicas. Tampoco estoy de acuerdo con la supresión de la hache. Si queremos saber adónde vamos hay que saber de dónde venimos.
Y se podría decir que son ciertas ambas cosas: la forma de escribir las palabras desvela su etimología… y, por otra parte, la ortografía, muchas veces, nos complica la vida. “Escribir como se pronuncia”, es el lema de algunos: que se instale una correspondencia unívoca entre sonido y letra, y si no hay sonido (el caso de la h), pues que no haya letra que represente esa falta.

Pero ciertamente la h y las distintas variantes para escribir los mismos sonidos (b/v, g/j, en algunos contextos, s, c y z, dependiendo de la región) están incorporadas de forma totalmente consensuada. Son convenciones que los hispanohablantes ya aceptamos. Funcionan porque todos los hablantes convenimos (de modo implícito) en llamar a las cosas por los nombres con que las llamamos. Y porque acordamos escribirlas de un cierto modo: el modo que las academias de la lengua muestra.

Como principio general, al menos en la actualidad, las academias no buscan imponer formas, sino recoger los usos más difundidos (y no necesariamente los más prestigiosos) y mostrarlos como modelos. El beneficio que se busca es evitar la dispersión gráfica y guiar la pronunciación de las palabras. El criterio es que si hay una forma escrita conocida, estable y aceptada por sus hablantes, es la que se debe mantener para asegurar la comunicación: para que todos entendamos, a partir de una palabra o expresión, lo mismo. Y para que haya más palabras y menos confusión…  si existe cazar, en el sentido de ‘atrapar un ser vivo’ y casar, en el sentido de... bueno, no hace falta ser redundantes (jeje…), el hecho de que dispongamos tanto de la s como de la z puede tener sentido.

¿Qué opinan ustedes de la ortografía (o directamente, de la existencia de la normativa) y su utilidad? ¿Cómo ven las reformas periódicas que la Real Academia introduce? Lo conversamos aquí.

viernes, 28 de junio de 2013

50 aniversario de la novela-juego

Hoy se cumplen 50 años de la publicación de Rayuela, la obra más conocida del escritor argentino Julio Cortázar, probablemente por la novedad que presentaba la propuesta, allá por 1963: la novela admitía ser leída según el orden "físico" de presentación de los capítulos o según una tabla aparentemente aleatoria sugerida por el autor.

Rayuela, fotografía de una de sus cubiertas clásicas

Para recordarla, extraemos el breve e intenso capítulo 7:
"Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua".

martes, 2 de abril de 2013

Arlt, con la violencia de un cross a la mandíbula

2 de abril de 1900 nacía el novelista, cuentista, periodista y dramaturgo argentino Roberto Arlt. 

Criticado por sus contemporáneos por escribir con errores y alguna torpeza sintáctica, Artl se defendió, de una vez y para la posteridad, en el prólogo a su novela Los lanzallamas (1931), del que aquí extraemos un fragmento: 

"Con Los lanzallamas finaliza la novela de Los siete locos. Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana. 

Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras. 

Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage. 

Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia. 

Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad. 

Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas. 

Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes. 

(...) De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables: 

"El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc." No, no y no. 

Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un "cross" a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que los eunucos bufen". 

El porvenir es triunfalmente nuestro. 

Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la "Underwood", que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El Amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932. 

Y que el futuro diga". 


miércoles, 27 de marzo de 2013

Elogio de la palabra precisa

Una sintaxis determinada, una forma de unir oraciones entre sí; el modo de suceder párrafos; por supuesto que las ideas de fondo y los temas que aborde, un tipo de personajes... todo hace al estilo de un escritor. En todo esto, no es menor, aunque pueda parecerlo, la selección de las palabras que usa.

Que las palabras estén bien elegidas es determinante para que un escritor puede decir exactamente aquello que pretende. Toda la claridad y la contundencia del significado se asocian con esto.

Los autores coinciden; expresa Voltaire, por ejemplo:

"Una palabra mal colocada estropea el más bello pensamiento".

Haciendo gala del mismo talento para elegir palabras que celebra en su frase, Twain, por su parte, definía:

"La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma que entre el rayo y la luciérnaga".

Y así rogaba el poeta Juan Ramón Jiménez:

"Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas".

Sin duda, las palabras -las más pequeñas de las piezas con que se construye la literatura- influyen decisivamente en que el resultado final sea una prosa elegante, reveladora, memorable...

martes, 26 de marzo de 2013

Roland Barthes, lector de fotografías

El 26 de marzo de 1980 muere Roland Barthes, lingüista y escritor francés. Pensador de la cultura en términos amplios, parte de su obra se dedica a cuestionar las representaciones colectivas que operan en la conciencia de todos nosotros con la eficacia de la "evidencia"; es decir, como si fueran verdades absolutas, en vez de construcciones humanas contingentes e históricas.

En esta línea, va el libro Mitologías, conjunto de exploraciones sobre diversos signos de la cultura (fotografías, comerciales, imágenes  y representaciones a todo nivel), del que extrajimos inspirados en la interna de los demócratas en EE. UU. y su publicitada serie de debates televisivos el apartado "Fotogenia electoral":


Algunos candidatos a diputado adornan con su retrato sus folletos electorales, lo que presupone que la fotografía tiene un poder de conversión que es necesario analizar. Ante todo, la efigie del candidato establece un nexo personal entre él y los electores; el candidato no sólo da a juzgar un programa, sino que propone un clima físico, un conjunto de opciones cotidianas expresadas en una morfología, un modo de vestirse, una pose. De esta manera, la fotografía tiende a restablecer el fondo paternalista de las elecciones, su naturaleza "representativa", desordenada por la representación proporcional y el reino de los partidos (la derecha parece usarla más que la izquierda). En la medida en que la fotografía es elipsis del lenguaje y condensación de un "inefable" social, constituye un arma antiintelectual, tiende a escamotear la "política" (es decir, un cuerpo de problemas y soluciones) en provecho de una "manera de ser", de una situación sociomoral. Se sabe que esta oposición es uno de los mitos mayores del poujadismo (Poujade en la televisión: "Mírenme: soy como ustedes").
La fotografía electoral es, pues, ante todo, reconocimiento de una profundidad, de algo irracional extensivo a la política. Lo que atraviesa la fotografía del candidato no son sus proyectos sino sus móviles, las circunstancias familiares, mentales, hasta eróticas, todo ese modo de ser del que a la vez es producto, ejemplo y estímulo. Es claramente perceptible que lo que la mayoría de nuestros candidatos da a leer en su efigie es su posición social, la comodidad espectacular de normas familiares, jurídicas, religiosas, la propiedad infusa de ese tipo de bienes burgueses, como por ejemplo, la mesa del domingo, la xenofobia, el bistec con papas fritas, la comicidad del cornudo, en resumen, lo que se llama una ideología. El uso de la fotografía electoral supone, naturalmente, una complicidad: la foto es espejo, ofrece en lectura lo familiar, lo conocido, propone al lector su propia efigie, clarificada, magnificada, orgullosamente trasladada al estado de tipo. Esta ampliación, por otra parte, define exactamente la fotogenia: el elector se encuentra expresado y transformado en héroe, es invitado a elegirse a sí mismo, a cargar al mandato que va a dar con una verdadera transferencia física: delega su "casta". Los tipos de delegación no son demasiado variados. En primer lugar se encuentra el de la posición social, la respetabilidad, sanguínea y corpulenta (listas "nacionales"), o sosa y distinguida (listas M.R.P.). Otro tipo es el del intelectual (aclaro que para el caso se trata de tipos "significados" y no de tipos naturales); intelectualidad hipócrita de la Reunión nacional, o "penetrante" del candidato comunista. En ambos casos, la iconografía pretende significar la extraña conjunción de pensamiento y voluntad, de reflexión y de acción: el párpado algo plegado deja filtrar una mirada aguda que parece extraer fuerza de un bello sueño interior, sin que por eso deje de fijarse en los obstáculos reales, como si el candidato ejemplar debiese unir en la imagen, magníficamente, el idealismo social con el empirismo burgués. El último tipo es el del "buen muchacho", señalado al público por su salud y virilidad. Algunos candidatos, además, interpretan de manera notable dos tipos a la vez: de un lado de la moneda aparece como galán joven, héroe (en uniforme); del otro, hombre maduro, ciudadano viril que impulsa adelante a su pequeña familia. Con frecuencia el tipo morfológico se complementa con atributos absolutamente claros: candidato rodeado de sus chiquillos (acicalados y arregladitos como todos los niños fotografiados en Francia), joven paracaidista con las mangas remangadas, oficial revestido de condecoraciones. La fotografía, en este caso, constituye un verdadero chantaje a los valores morales: patria, ejército, familia, honor, pelea. La convención fotográfica en sí misma está, por otra parte, llena de signos. La exposición de frente acentúa el realismo del candidato, sobre todo si está provisto de anteojos escrutadores. En esta actitud, todo expresa penetración, gravedad, franqueza: el futuro diputado dirige la mirada al enemigo, al obstáculo, al "problema". La exposición de tres cuartos, más frecuente, sugiere la tiranía de un ideal: la mirada se pierde noblemente en el porvenir; no enfrenta, domina y siembra un "más allá" púdicamente indefinido. Casi todos los tres cuartos son ascensionales, el rostro aparece elevado hacia una luz sobrenatural que lo aspira, lo transporta a las regiones de una humanidad superior, el candidato alcanza el olimpo de los sentimientos elevados, donde cualquier contradicción política está resuelta: paz y guerra argelinas, progreso social y beneficios patronales, enseñanza "libre" y subvenciones a la remolacha, la derecha y la izquierda (¡oposición siempre "superada"!), todo esto coexiste apaciblemente en esa mirada pensativa, noblemente fijada sobre los ocultos intereses del orden.

lunes, 18 de marzo de 2013

Reglas para reseñistas, de Updike

Un 18 de marzo de 1932 nacía John Updike, escritor y periodista estadounidense, ganador de los premios Faulkner y Pulitzer, entre otros.



De él compartimos sus "Reglas para reseñistas" (extracto), destinadas a que los comentadores de (¿sus?) libros hagan mejor su tarea:

I
Intenta entender qué es lo que el autor deseaba hacer y no lo culpes por no lograr lo que nunca intentó.
 
II
Da citas literales suficientes, al menos un fragmento largo, de la prosa del libro de tal modo que el lector del reseñista pueda formarse su propia impresión, que pueda seguir su propio gusto.
 
III
Más que ofrecer nebulosas precisiones, confirma la descripción del libro con citas del libro, aunque sean de una sola frase.
 
IV
No te alargues en la descripción de la trama y no cuentes el final.
 
V
Si el libro te resulta deficiente, cita un ejemplo del mismo autor o de otro sitio que explique qué es lo bueno. Intenta comprender el fallo. ¿Seguro que es del autor y no del reseñista?

Ustedes, ¿leen reseñas de los libros en los suplementos culturales? ¿Les sirven tal como son o pedirían otros contenidos u otro enfoque?

lunes, 11 de marzo de 2013

Recordando al autoestopista intergaláctico

Tal como recuerda Google con su doodle de la fecha:

hoy se cumplen 61 años del nacimiento del escritor y guionista radiofónico Douglas Noël Adams (Cambridge, Inglaterra), recordado sobre todo por su Guía del autoestopista galáctico.

En esa serie de novelas, Adams cuenta los destinos de personajes disparatados (como el adorable Androide Paranoide, hipersensible desde que sus compañeros de misión lo dejaron olvidado durante siglos en un planeta) en medio de cómicos eventos intergalácticos... peripecias tan insólitas como, de algún modo, verosímiles para nuestra experiencia de mundo.

Aquí, el comienzo de una de estas novelas, Informe sobre la Tierra: fundamentalmente inofensiva:
La historia de la Galaxia se ha vuelto un poco confusa por una serie de motivos. En parte porque los que intentan seguirle la pista andan un poco perplejos, pero también porque de todos modos han ocurrido cosas muy desconcertantes.
Una de las complicaciones se refiere a la velocidad de la luz y a los consiguientes obstáculos para rebasarla. Es imposible. Nada viaje más deprisa que la velocidad de la luz, con la posible excepción de las malas noticias, que obedecen a sus propias leyes particulares. Los habitantes de Hingelfreel, de Arkintoofle Menor, trataron de construir naves impulsadas por malas noticias, pero no les salió muy bien y, cuando llegaban a algún sitio donde realmente no tenían nada que hacer, solían dispensarles un recibimiento de lo más desagradable. 
De manera que, en general, los pueblos de la Galaxia acabaron empantanados en sus propias confusiones locales y, durante mucho tiempo, la historia de la Galaxia tuvo un carácter marcadamente cosmológico.
Ello no quiere decir que no fuesen emprendedores. Intentaron enviar naves a lugares remotos, con fines guerreros o comerciales, pero normalmente tardaban miles de años en llegar. (...). Entonces fue cuando se produjeron las primeras confusiones importantes de la historia de la Galaxia, con guerras que volvían a estallar siglos después de que las cuestiones por las que al parecer se habían suscitado ya estuvieran arregladas...
Lectura muy recomendada para los que les gusta la ciencia ficción o la parodia en sí misma.

viernes, 8 de marzo de 2013

Escritoras que hicieron historia

Hoy, en el Día de la Mujer, recordamos a mujeres que dejaron su marca en la historia de la literatura. Por distintos motivos: desafiar el poder establecido, inventar nuevos géneros, ampliar los límites del lenguaje o ser pioneras en logros que tradicionalmente se reservaban a los hombres.

Aquí van cinco elegidas (¡y claro que podrían citarse muchas otras más... ya tendrán oportunidad de sugerirlas ustedes!):

1. Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant... o George Sand, su seudónimo (1804-1876)

George Sand fue una escritora francesa. No satisfecha con ser culta y divorciada (dos novedades para la época), Aurore Dupin comenzó a vestir con ropa masculina para circular con toda libertad por todos los círculos sociales de París. Amante de Alfred de Musset y Federico Chopin, escribió, entre otras, las novelas Indiana (1832), Lelia (1833), El compañero de Francia (1840) y Los maestros soñadores (1853).

Pero tal vez pueda decirse que su lucidez como pensadora ya queda acreditada en estas frases:

"La inteligencia busca, pero quien encuentra es el corazón".

"Lo verdadero es siempre sencillo, pero solemos llegar a ello por el camino más complicado".

"He leído en alguna parte que para amarse hay que tener principios semejantes, con gustos opuestos".

2. Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)

Nació en México bajo el nombre Juana de Asbaje y Ramírez, pero se hizo más conocida por su nombre religioso. Precoz en su habilidad para leer y escribir, y ávida de conocimientos, de muy joven ingresó a la corte del virrey para ser dama de compañía de Leonor de Carreto, su esposa, y luego se introdujo en la Orden de las Jerónimas. Eran épocas en que no era posible para una mujer acceder a los claustros académicos de otra forma.

Escribió obras religiosas y profanas; las primeras, bajo la forma de coplas y villancicos; las segundas, bajo la forma de sonetos y redondillas. Y también escribió cartas; la más memorable, aquella encendida autodefensa de su tarea intelectual dirigida al obispo Manuel de Santa Cruz, escondido bajo el seudónimo de Sor Filotea, en el escrito que se dio en llamar Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (aquí, de regalo). Murió tempranamente en una epidemia.

3. Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1891)

Pionera en el género del terror con su temprana obra Frankenstein o el moderno Prometeo, Mary Shelley fue también capaz de instaurarse como escritora profesional e independiente en la Inglaterra del siglo XVIII. Se la considera una de las precursoras de la filosofía feminista.

4. Gabriela Mistral (1889-1957)

En 1945, Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, más conocida como Gabriela Mistral, se convirtió en el primer escritor latinoamericano en recibir el premio Nobel (y en la quinta mujer en el mundo).

Además de poeta y destacada pedagoga, fue cónsul de su país, Chile, en varias ciudades del mundo.

5. Alejandra Pizarnik (1936-1972)

Notable poeta argentina, que se suicidó tempranamente, a los 36 años. Vivió muchos años en París y se relacionó con muchos escritores y escritoras de su época. Se le puede reconocer el mérito de ampliar, con su trabajo poético, los límites del lenguaje convencional. Como ejemplo, dos botones:los poemas 11 y 13 del libro Árbol de Diana:

11
ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada

y

13
explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome

¿Qué otras escritoras incluirían en la lista de las más destacables?

miércoles, 27 de febrero de 2013

Lenguaje claro, lenguaje oscuro

Lo oscuro suena importante. Lo dicho con vueltas, más erudito; lo extenso, más complejo y completo.
Sin embargo, muchas veces esos mensajes largos, trabados y rimbombantes esconden pocas ideas. Después de leerlos varias veces, llegamos a la conclusión de que detrás de la apariencia de profundidad no se decía nada.
Y los expertos (los escritores, los que hacen de su día a día una reflexión sobre cómo expresarse mejor con palabras) refuerzan esta idea.
"Lo único verdaderamente subversivo y perturbador es la claridad. Pensemos en Kafka. No hay frases más claras y transparentes que las de Kafka. Y, al mismo tiempo, nadie más perturbador", decía el escritor Edmond Jabès, recordado por Paul Auster.
"Un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas”, sentenciaba Ernesto Sábato.
Julio Cortázar directamente aseguraba: “Creo que ningún escritor tiene derecho a dificultar deliberadamente la lectura al lector: porque esto se llama pedantería o insuficiencia. Es el caso del que no tiene nada que decir y entonces lo dice en un lenguaje muy complicado, para disimular que no está diciendo absolutamente nada”.
Se trata, también, de estilos que se imponen. En el siglo XX el lenguaje se volvió más directo y preciso, y según este estándar se valoró parte de la literatura y el periodismo. A tono con su tiempo (comenzó a escribir a principios del 1900) Eugenio d'Ors recomendaba:
“Entre dos explicaciones, elige la más clara; entre dos formas, la más elemental; entre dos expresiones, la más breve”.
El objetivo era usar un lenguaje no enrevesado, oscuro, artificioso a propósito. Y elegir signos y letras bien para que cada palabra cuente:
“La fuerza de un novelista no radica solamente en su imaginación, sino también en su facultad de exactitud semántica”, decía el narrador checoslovaco Milan Kundera.
Y Mark Twain, escritor, periodista y humorista estadounidense:
“La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma entre el rayo y la luciérnaga”.
Pero escribir con un estilo más llano ¿es más fácil? ¿O menos meritorio? Lo contrario. O al menos así lo dicen los autores:
"Escribir con sencillez es tan difícil como escribir bien", declaró una vez el escritor William Somerset Maugham.
Es que pulir, elegir la palabra más precisa, la que diga más con menos, lograr la síntesis supone un mayor esfuerzo. Simone de Beauvoir terminaba así un mensaje:
“He hecho esta carta más larga de lo usual porque no tengo tiempo para hacer una más corta”.
Tal vez la clave la exprese Jorge Luis Borges, en un prólogo escrito ya entrado en años:
"Es curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad".
Es decir, no se trata de la simpleza por sí misma; no es un culto a lo rústico o a la apariencia de no elaborado. Se trata, más bien, de la claridad para lo profundo y de la delicadeza, la aproximación sutil (pero no por eso indirecta ni disfrazada) a lo difícil de sondear, a aquello que está de fondo, latiendo, con toda su riqueza y complejidad, en nuestras vidas y relaciones.
¿Qué opinan ustedes? Lo conversamos aquí.

jueves, 7 de febrero de 2013

Parejas de escritores

Historias de amor en la literatura hay de todo tipo: trágicas, luminosas, cómicas, pasionales, imposibles, bien reales…  

Pero los romances literarios también pueden ocurrir por fuera de los libros: en las parejas de escritores; uniones de las que hay muchas, en general todas muy intensas y singulares.
Por ejemplo, la de Mary Wollstonecraft Godwin, autora (con solo 19 años) de la increíble novela gótica Frankenstein, y Percy Bysshe Shelley, poeta romántico inglés, apenas unos años mayor pero escritor más experimentado.
Otro caso es el del matrimonio formado por Leonard Woolf y Virginia Stephen (Woolf al casarse y para la posteridad). Aunque ella se suicidó (hundiéndose en un río con piedras en sus bolsillos), parece que fue la historia de un amor, si no feliz, profundo y leal. Así lo muestra la agradecida carta que ella le dejó antes de partir a su muerte:
8 de marzo de 1941
Querido:
Me siento segura de estar nuevamente enloqueciendo. Creo que no podemos atravesar otro de estos terribles períodos. No voy a reponerme esta vez. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor hacer. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todas las formas todo lo que alguien puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta que apareció esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy estropeando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Cuanto te quiero decir es que te debo toda la felicidad en mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bondadoso. Quiero decirte que –todo el mundo lo sabe– si alguien podía salvarme, hubieras sido tú. Nada queda en mí salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destruyendo tu vida por más tiempo.
No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.
Virginia

Otra pareja que tuvo un final parecido (con la diferencia de que la relación fue más breve, terminada en separación a causa de una infidelidad de él) fue la de los escritores Sylvia Plath y Ted Hugues. Con solo 30 años y dos hijos pequeños, Sylvia se quitó la vida en 1963 asfixiándose con gas en el horno de su casa.
Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre constituyen otro ejemplo de pasiones peculiares. Fueron pareja, pero siempre alternando con otros amantes, cuyas historias compartían. Como se aprecia en esta carta de Simone a Jean Paul, del 27 de julio de 1938:
Me ha sucedido algo sumamente agradable y completamente inesperado: me acosté en el pequeño Bost hace tres días. Fui yo quien lo propuso, por supuesto. (...). Pasamos días idílicos y noches de pasión. Pero no temas encontrarme de mal talante o desorientada o incómoda el sábado; esto es algo muy preciado para mí, pero a la vez liviano y fácil y bien ubicado en mi vida.


Lo que nos recuerda el caso de la escritora estadounidense Anaïs Nin y Henry Miller, quienes también armaron una pareja abierta… con la esposa de él (June).
En el ámbito de la lengua española, podemos mencionar a Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Ella le llevaba 11 años y era extraña desde su aspecto exterior hasta en su forma de ver el mundo. Él era un galán profesional (y mujeriego consumado) y encajaba mucho más naturalmente en sociedad. Escribieron juntos una novela policial con un título que acaso revele la complejidad de su relación: Los que aman odian.
Y, más contemporáneamente, encontramos a Paul Auster y Siri Hustvedt, su segunda mujer, quien por décadas debió soportar el mote de "esposa de" para poder brillar con luz propia a partir de novelas como Todo cuanto amé.
¿Qué otras parejas de escritores conocen? O ¿qué podrían comentar de las citadas?