¿Qué es un libro? ¿Un conjunto de hojas impresas unidas por un costado, encerradas entre tapas duras o blandas? ¿Una serie de caracteres electrónicos que forman palabras y luego líneas y luego páginas en cualquier tipo de visor o pantalla? ¿O un contenido relativamente autónomo que desarrolla de forma textual una idea o una historia más allá de su soporte?
Los tiempos que corren nos obligan a preguntas tan básicas como estas. Y a responder, o al menos así lo vemos nosotros, que un libro no es necesariamente un texto impreso ni tampoco un archivo digital. Un libro es un contenido especial: de cierta coherencia temática, cerrado en sí mismo como unidad material, respaldado por cierto cuidado en el diseño y la edición. Es todo esto, independientemente de su soporte.
El paso del libro tradicional al
ebook no es el primer cambio en la historia de la producción de textos. Desde las
planchas de barro de los sumerios y los babilonios, pasando por los
rollos de papiro usados en la Antigüedad clásica, hasta el
códice -el antecesor directo de nuestro libro en papel-, la delimitación de un contenido y su disposición en un soporte ha pasado por cambios de todo tipo.
Sin embargo, hace casi dos milenios que el libro en formato “códice” nos es el dispositivo de lectura más familiar. Por eso se explica que vivamos la aparición de los
libros electrónicos como una verdadera revolución. Y, también, porque no se trata de que está cambiando solo el soporte físico: con el texto digital, se modifica además tanto la forma en que se lee (por ejemplo, porque ya no hacemos una necesariamente lectura lineal, sino de libre búsqueda y multidireccional) como la forma en que se escribe (el fenómeno de los blogs, la micronarrativa, la creación conjunta de obras). Termina implicando un cambio de hábitos culturales y generando
una nueva forma de procesar el conocimiento.
Y eso que no deberíamos considerarlo tan novedoso, tan
ex nihilo: sin que el espíritu, la disposición, el deseo de algo así estuviera en el aire, el desarrollo tecnológico no habría ocurrido. Como pruebas, existen la novela
Rayuela, de Cortázar, de ¡1963! (un modelo de hipertextualidad, de posibilidad de hacer recorridos personales por un texto pensado como serie de fragmentos libres, no de capítulos secuenciales) y propuestas teóricas, como las de Roland
Barthes, en
S/Z (1970), en donde propone que "el objetivo de la obra literaria [...] consiste en hacer del lector no un consumidor, sino un productor del texto. El lector no queda atrapado por ninguna organización ni jerarquía". Esta expresión referida a la literatura resulta asombrosamente vigente para dar cuenta de lo que hoy se torna posible gracias a la aplicación de las nuevas tecnologías al campo cultural.
De todos modos, lo esperable es que el
ebook no reemplace el impreso en papel (que tiene tantos méritos, como muestra
este videíto), sino que uno y otro convivan. Que haya más formatos para que más lectores vean satisfechas sus necesidades de acceder a contenidos. Más formas de disfrutar de eso que valoramos tanto: los libros.