martes, 21 de junio de 2011

Sartre, pensador del humanismo del siglo XX

El 21 de junio de 1905 nacía Jean Paul Sartre. Teórico del individualismo (“Quien es auténtico asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es”) y del existencialismo, es sin duda uno de los pensadores clave del siglo XX. Retrató la náusea del hombre contemporáneo perdido en un mundo sin dioses ni sentido. 

Trató desde la filosofía y la literatura temas como la soledad, la muerte, la subjetividad o la libertad. Nadie personificó como él al intelectual comprometido con su tiempo; pocos han asumido de forma tan radical convicciones y gestos que la opinión pública podía denunciar como contradictorios: siendo un fervoroso comunista, condenó la invasión soviética de Hungría, apoyó la revolución maoísta; rechazó el Nobel de Literatura, pero reclamó el dinero; combatió en la Resistencia y estuvo en las barricadas del 68 francés.

Aquí, un fragmento de su texto "Por qué escribir", extraído de Qué es la literatura:
Cada cual tiene sus razones: para este, el arte es un escape; para aquel, un modo de conquistar. Pero cabe huir a una ermita, a la locura, a la muerte y cabe conquistar con las armas. ¿Por qué precisamente escribir, hacer por escrito esas evasiones y esas conquistas? Es que, detrás de los diversos propósitos de los autores, hay una elección más profunda e inmediata, común a todos. Vamos a intentar una elucidación de esta elección y veremos si no es ella misma lo que induce a reclamar a los escritores que se comprometan.

Cada una de nuestras percepciones va acompañada de la conciencia de que la realidad humana es "reveladora", es decir, de que "hay" ser gracias a ella o, mejor aún, que el hombre es el medio por el que las cosas se manifiestan; es nuestra presencia en el mundo lo que multiplica las relaciones; somos nosotros los que ponemos en relación este árbol con ese trozo de cielo; gracias a nosotros, esa estrella, muerta hace milenios, ese cuarto de luna y ese río se revelan en la unidad de un paisaje; es la velocidad de nuestro automóvil o nuestro avión lo que organiza las grandes masas terrestres; con cada uno de nuestros actos, el mundo nos revela un rostro nuevo. Pero, si sabemos que somos los detectores del ser, sabemos también que no somos sus productores. Si le volvemos la espalda, ese paisaje quedará sumido en su permanencia oscura. Quedará sumido por lo menos; no hay nadie tan loco que crea que el paisaje se reducirá a la nada. Seremos nosotros los que nos reduciremos a la nada y la tierra continuará en su letargo hasta que otra conciencia venga a despertarla. De este modo, a nuestra certidumbre interior de ser "reveladores" se une la de ser inesenciales en relación con la cosa revelada.

Uno de los principales motivos de la creación artística es indudablemente la necesidad de sentirnos esenciales en relación con el mundo. Este aspecto de los campos o del mar y esta expresión del rostro por mí revelados, cuando los fijo en un cuadro o un escrito, estrechando las relaciones, introduciendo el orden donde no lo había, imponiendo la unidad de espíritu a la diversidad de la cosa, tienen para mi conciencia el valor de una producción, es decir, hacen que me sienta esencial en relación con mi creación. Pero esta vez, lo que se me escapa es el objeto creado: no puedo revelar y producir a la vez. La creación pasa a lo inesencial en relación con la actividad creadora. Por de pronto, aunque parezca a los demás algo definitivo, el objeto creado siempre se nos muestra como provisional: siempre podemos cambiar esta línea, este color, esta palabra. El objeto creado no se impone jamás.

(...) Si producimos nosotros mismos las normas de la producción, las medidas y los criterios y si nuestro impulso creador viene de lo más profundo del corazón, no cabe nunca encontrar en la obra otra cosa que nosotros mismos: somos nosotros quienes hemos inventado las leyes con las que juzgamos esa obra; vemos en ella nuestra historia, nuestro amor, nuestra alegría; aunque la contemplemos sin volverla a tocar, nunca nos entrega esa alegría o ese amor, porque somos nosotros quienes ponernos esas cosas en ella; los resultados que hemos obtenido sobre el lienzo o sobre el papel no nos parecen nunca objetivos, pues conocemos demasiado bien los procedimientos de los que son los efectos. Estos procedimientos continúan siendo un hallazgo subjetivo: son nosotros mismos, nuestra inspiración, nuestra astucia, y, cuando tratamos de percibir nuestra obra, todavía la creamos, repetimos mentalmente las operaciones que la han producido y cada uno de los aspectos se nos manifiesta como un resultado. Así, en la percepción, el objeto se manifiesta como esencial y el sujeto como inesencial; este busca la esencialidad en la creación y la obtiene, pero entonces el objeto se convierte en inesencial.

Ahora bien, la operación de escribir supone una cuasi-lectura implícita que hace la verdadera lectura imposible. Cuando las palabras se forman bajo la pluma, el autor las ve, sin duda, pero no las ve como el lector, pues las conoce antes de escribirlas; su mirada no tiene por función despertar rozando las palabras dormidas que están a la espera de ser leídas, sino de controlar el trazado de los signos; es una misión puramente reguladora, en suma, y la vista nada enseña en este caso, salvo los menudos errores de la mano. El escritor no prevé ni conjetura: proyecta. Con frecuencia, se espera; espera, como se dice, la inspiración. Pero no se espera a sí mismo como se espera a los demás; si vacila, sabe que el porvenir no está labrado, que es él mismo quien tiene que labrarlo, y, si ignora todavía qué va a ser de su héroe, es sencillamente que todavía no ha pensado en ello, que no lo ha decidido; entonces, el futuro es una página en blanco, mientras que el futuro del lector son doscientas paginas llenas de palabras que le separan del fin. Así, el escritor no hace más que volver a encontrar en todas partes su saber, su voluntad, sus proyectos; es decir, vuelve a encontrarse a sí mismo; no tiene jamás contacto con su propia subjetividad y el objeto que crea está fuera de alcance: no lo crea para él. Si se relee, es ya demasiado tarde; su frase no será jamás a sus ojos completamente una cosa. El escritor va hasta los límites de lo subjetivo, pero no los franquea: aprecia el efecto de un rasgo, de una máxima, de un adjetivo bien colocado, pero se trata del efecto sobre los demás; puede estimarlo, pero no volverlo a sentir. Proust nunca ha descubierto la homosexualidad de Charlus, porque la tenía decidida antes de iniciar su libro. Y si la obra adquiere un día para su autor cierto aspecto de subjetividad, es que han transcurrido los años y que el autor ha olvidado lo escrito, no tiene ya en ello arte ni parte y no sería ya indudablemente capaz de escribirlo. Tal vez es el caso de Rousseau volviendo a leer El contrato social al final de su vida.

No es verdad, pues, que se escriba para sí mismo: sería el mayor de los fracasos; al proyectar las emociones sobre el papel, apenas se lograría procurarles una lánguida prolongación. El acto creador no es más que un momento incompleto y abstracto de la producción de una obra; si el autor fuera el único hombre existente, por mucho que escribiera, jamás su obra vería la luz como objeto; no habría más remedio que dejar la pluma o desesperarse. Pero la operación de escribir supone la de leer como su correlativo dialéctico y estos dos actos conexos necesitan dos agentes distintos. Lo que hará surgir ese objeto concreto e imaginario, que es la obra del espíritu, será el esfuerzo conjugado del autor y del lector. Sólo hay arte por y para los demás.

martes, 14 de junio de 2011

Borges y la repostería endecasílaba

Hoy (y como se recordará en diversos eventos) se cumplen 25 años de la muerte, en Ginebra, de Jorge Luis Borges.

Borges fue narrador, poeta, crítico literario... y un polemista hábil, irónico e ingenioso. En el fragmento que sigue, se expide en contra tanto de los defensores del arte social, como de aquellos que coartan su creación por requerimientos vacuos de la rima (en una clara alusión a Leopoldo Lugones, cultor en sus poemas de las asonancias en -ul):
Es una insípida y notoria verdad que el arte no debe estar al servicio de la política. Hablar de arte social es como hablar de geometría vegetariana o de repostería endecasílaba. Tampoco el Arte por el Arte es la solución. Para eludir las fauces de ese aforismo, conviene distinguir los fines del arte de las excitaciones que lo producen. Hay excitaciones formales, id est, artísticas. Es muy sabido que la palabra AZUL en punta de verso produce la palabra ABEDUL, y que ésta engendra la palabra ESTAMBUL, que luego exige reverberaciones de TUL. Hay otros menos evidentes estímulos. Parece fabuloso, pero la política es uno de ellos. Hay constructores de odas que beben su mejor inspiración en el Impuesto Único y acreditados sonetistas que no segregan ni un primer hemistiquio sin el Voto Secreto y Obligatorio. Todos ya saben que este es un misterioso universo, pero muy pocos de esos todos lo sienten.
Y por si caben dudas de a quién se refiere con su ejemplo, aquí otra conclusión similar, pero con nombre y apellido, sobre la fatalidad del "sistema de Lugones":
si [un poeta] rima en ul como Lugones, tiene que azular algo enseguida para disponer de un azul o armar un viaje para que le dejen llevar baúl u otras indignidades.

sábado, 11 de junio de 2011

Vargas Llosa: veredictos de los censores franquistas

Imperdible reporte de reportes: informes de obra franquistas sobre novelas de Mario Vargas Llosa para determinar si eran censuradas. Dos ejemplos:

Sobre La ciudad y los perros
"Literatura inmoral. Las palabras más corrientes son mierda, cojones, joder. Han de tacharse los siguientes pasajes graves (...) Todo ello repelente en general y en todo se refiere casi siempre, además de la inmoralidad general, a la mariconería, y con ello decimos todo".

Sobre Conversación en La Catedral
"Novela marxista, anticlerical, antimilitarista y obscena. (...) No creo que en ningún caso pueda autorizarse este; pero salvo la mejor decisión de la Superioridad, y a fin de evitar situaciones enojosas, creo que debe aplicársele el SILENCIO ADMINISTRATIVO".

Aquí la nota completa.

lunes, 6 de junio de 2011

Pedro Mairal: junio como últimátum

Como muy bien capta Pedro Mairal, llegó el mes de junio, y con él el replanteo del programa anual al que solemos someternos todos los eneros:

"Cuidado con mayo y junio. Son meses de renuncias, no tanto políticas, sino más bien personales. (...) A principio de año empezaste clases de actuación o te anotaste en sociología, en percusión, en el gimnasio, en pileta, pensando que este año finalmente ibas a lograrlo, este año iba a ser distinto, todo vos ibas a ser un súper vos, más alto, parado más derecho, más flaco, comiendo menos y mejor, te ibas a poner las pilas, este año ibas a terminar la tesis, o el quincho de atrás, este año ibas a cuidar bien el jardín, a pintar, a pasarte en limpio (...)"

El texto completo, aquí.

viernes, 3 de junio de 2011

Carlos Herrera, un paso más allá de Duchamp

Zapatos viejos, calamares en proceso de putrefacción, una bolsa. Esa es la representación de la muerte que pensó el artista rosarino Carlos Herrera para la muestra de arteBA (Buenos Aires, 2011) y que obtuvo el premio Petrobras de $ 50 mil (algo así como US$ 12 500).

La llamó "Autorretrato sobre mi muerte" y como se ve en el video del suplemento cultural Ñ que compartimos más abajo, la obra produce lo contrario de una contemplación embelesada. Los espectadores dudan antes de acercarse por el fuerte olor, luego miran sorprendidos –buscando tal vez dar con algún elemento menos común de lo que está a la vista– hasta que entienden, en general satisfechos, la idea: la puesta destaca lo material, lo repulsivo y lo efímero de los despojos humanos, todo aquello que como cultura solemos esconder. Nada del orden de la muerte como trascendencia tranquiliza en esta representación.

miércoles, 1 de junio de 2011

Enero, La invención de Morel, El juguete rabioso y El Aleph


Todos a la televisión.

"Impreso en Argentina", el programa de literatura en que cada capítulo se convierte en una versión libre (actuada y graficada) del libro en cuestión, tiene sus cuatro primeros capítulos disponibles para ser bajados y vistos cuando uno quiera. Lo avisa Pedro Mairal en su blog.