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Dicen los narradores, especialmente los que practican otras formas de escritura como el periodismo, que la primera frase es lo más importante de un texto: si no logra capturar al lector, todo mérito posterior es vano.
Según esta premisa, el inicio debe ser lo suficientemente seductor e intrigante como para forzar a quien lo lea a avanzar al próximo párrafo. Debe atrapar al lector cueste lo que cueste; caso contrario, él se irá por ahí, detrás de comienzos más prometedores, en el universo de páginas que se ofrecen a sus ojos.
Para aprender cómo escribir párrafos iniciales que cautiven, nada mejor que ver cómo lo hacen los expertos. Así que, si conseguimos que usted se haya quedado hasta estas líneas, lo invitamos a seguir un poco más y leer algunos de nuestros comienzos preferidos. Y, más abajo, lo invitamos también a enviarnos el suyo:
2 de noviembre. He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.
Así comienza Los detectives salvajes, del escritor chileno Roberto Bolaño. Y así sigue:
3 de noviembre. No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo 17 años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho.
En pocas líneas, este inicio presenta al protagonista con toda la fuerza de la primera persona: con sus propias palabras y con su perspectiva. Pocos recursos son tan eficaces para interesar de inmediato.
En la misma línea, Borges, en el cuento "La casa de Asterión", escribe:
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera.
Se comenta que Gabriel García Márquez ha llegado a dedicar meses enteros al primer párrafo de un libro. Veamos los resultados:
"El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo", en Crónica de una muerte anunciada.
y, en Cien años de soledad:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Cruce de tiempos: el presente de la muerte, el pasado de la remota niñez, dos iniciaciones opuestas. Y dos comienzos logrados, sin duda.
Y hablando de muertos, pero desde la perspectiva del sobreviviente:
Yo no maté a mi padre, pero a veces me sentía como si hubiera contribuido a ello y, de no ser porque coincidió con un momento específico de mi desarrollo físico, su muerte pareció insignificante, comparado con lo que después siguió.
en El jardín de cemento, de Ian Mc Ewan (traducido por Antonio-Prometeo Moya).
También hay comienzos breves y apelativos, como el "Call me Ismael", de Melville, en Moby Dick.
Y, los hay también, por el contrario, dubitativos, demorados, casi exasperantes:
"Es, si se quiere, octubre, octubre o noviembre, del sesenta o del sesenta y uno, octubre tal vez, el catorce o el dieciséis, o el veintidós o el veintitrés tal vez, el veintitrés de octubre de mil novecientos sesenta y uno pongamos, qué más da", en Glosa, de Juan José Saer.
Comienzos embelesados, inicios que ya ponen en escena el tono completo de la novela, como el de Lolita, de Nabokov:
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Y para terminar, Un mal principio, el libro que contradice sistemática y astutamente las convenciones de la literatura general y de la infantil, muy especialmente:
Si estáis interesados en historias con un final feliz, será mejor que leáis otro libro. En este, no sólo no hay un final feliz, sino que tampoco hay un principio feliz y muy pocos sucesos felices en el medio.
De Lemony Snicket (trad. Néstor Busquets). ¿Cómo no seguir leyendo para desafiar al autor, con la convicción de que en algún momento el libro tendrá que ceder a la tradición?
Según esta premisa, el inicio debe ser lo suficientemente seductor e intrigante como para forzar a quien lo lea a avanzar al próximo párrafo. Debe atrapar al lector cueste lo que cueste; caso contrario, él se irá por ahí, detrás de comienzos más prometedores, en el universo de páginas que se ofrecen a sus ojos.
Para aprender cómo escribir párrafos iniciales que cautiven, nada mejor que ver cómo lo hacen los expertos. Así que, si conseguimos que usted se haya quedado hasta estas líneas, lo invitamos a seguir un poco más y leer algunos de nuestros comienzos preferidos. Y, más abajo, lo invitamos también a enviarnos el suyo:
2 de noviembre. He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.
Así comienza Los detectives salvajes, del escritor chileno Roberto Bolaño. Y así sigue:
3 de noviembre. No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo 17 años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho.
En pocas líneas, este inicio presenta al protagonista con toda la fuerza de la primera persona: con sus propias palabras y con su perspectiva. Pocos recursos son tan eficaces para interesar de inmediato.
En la misma línea, Borges, en el cuento "La casa de Asterión", escribe:
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera.
Se comenta que Gabriel García Márquez ha llegado a dedicar meses enteros al primer párrafo de un libro. Veamos los resultados:
"El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo", en Crónica de una muerte anunciada.
y, en Cien años de soledad:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Cruce de tiempos: el presente de la muerte, el pasado de la remota niñez, dos iniciaciones opuestas. Y dos comienzos logrados, sin duda.
Y hablando de muertos, pero desde la perspectiva del sobreviviente:
Yo no maté a mi padre, pero a veces me sentía como si hubiera contribuido a ello y, de no ser porque coincidió con un momento específico de mi desarrollo físico, su muerte pareció insignificante, comparado con lo que después siguió.
en El jardín de cemento, de Ian Mc Ewan (traducido por Antonio-Prometeo Moya).
También hay comienzos breves y apelativos, como el "Call me Ismael", de Melville, en Moby Dick.
Y, los hay también, por el contrario, dubitativos, demorados, casi exasperantes:
"Es, si se quiere, octubre, octubre o noviembre, del sesenta o del sesenta y uno, octubre tal vez, el catorce o el dieciséis, o el veintidós o el veintitrés tal vez, el veintitrés de octubre de mil novecientos sesenta y uno pongamos, qué más da", en Glosa, de Juan José Saer.
Comienzos embelesados, inicios que ya ponen en escena el tono completo de la novela, como el de Lolita, de Nabokov:
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Y para terminar, Un mal principio, el libro que contradice sistemática y astutamente las convenciones de la literatura general y de la infantil, muy especialmente:
Si estáis interesados en historias con un final feliz, será mejor que leáis otro libro. En este, no sólo no hay un final feliz, sino que tampoco hay un principio feliz y muy pocos sucesos felices en el medio.
De Lemony Snicket (trad. Néstor Busquets). ¿Cómo no seguir leyendo para desafiar al autor, con la convicción de que en algún momento el libro tendrá que ceder a la tradición?