jueves, 29 de enero de 2015

Literatura con humor


“El humor, aunque sea universal, no es en todas las literaturas el mismo tipo de humor. No nos reímos por las mismas cosas, ni, por decirlo así, de la misma manera. El humor verbal de Inglaterra –las paradojas de Wilde, los diálogos de Bernard Shaw, los epigramas del doctor Johnson– es menos físico que los irresistibles garrotazos recibidos por don Quijote y Sancho e infinitamente más moralista que los catálogos escandalosos de Gargantúa. La risa de García Márquez no es la risa de Gogol o de Chejov. El humor argentino es ambiguo, dudoso; está siempre al borde de aquella categoría que inventó Macedonio Fernández: el casi chiste. Puede llegar a ser negro, herético, paródico, incluso absolutamente cómico, pero siempre tiene un sarcástico matiz de crueldad (…)”.

Como puntualiza el escritor argentino Abelardo Castillo, los tipos de humor son muchos y todos ellos tienen su correlato literario. El ridículo, por ejemplo, es uno de los recursos más antiguos para generar comicidad. Y una muestra es El Quijote, lleno de situaciones disparatadas a causa de la inflamación imaginativa de su protagonista, producida por haber leído demasiados libros de caballería. Entre los episodios más recordados, naturalmente, está el del embate del Quijote a los molinos de viento, por creerlos gigantes con los que se podía batir y así ganar gloria; la aventura termina con él maltrecho y justificando su desajuste con la realidad por un encantamiento momentáneo en su contra:
"Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada".
También la parodia, como en los cuentos de Roberto Fontanarrosa sobre el (inventado, caricaturizado) autor de aforismos Ernesto Esteban Echenique:
“Sus ojos se llenan de lágrimas con una facilidad conmovedora. El simple hecho de contemplar una puesta de sol, el vuelo de un ave, el alejarse de un ómnibus o bien, la sombra de una guía telefónica proyectada sobre una pared, obtiene el milagro, repetido milagro, de que sus pupilas se empañen y sus labios se vean estremecidos ante la inminencia del llanto”.
Otro procedimiento es la acumulación de absurdos que desafían nuestra lógica, como el cuento “El zapallo que se hizo cosmos”, de Macedonio Fernández:
Érase un zapallo creciendo solitario en ricas tierras del Chaco. Favorecido por una zona excepcional que le daba de todo, criado con libertad y sin remedios fue desarrollándose con el agua natural y la luz solar en condiciones óptimas, como una verdadera esperanza de la Vida. Su historia íntima nos cuenta que iba alimentándose a expensas de las plantas más débiles de su contorno, darwinianamente; siento tener que decirlo, haciéndolo antipático. Pero la historia externa es la que nos interesa, esa que sólo podrían relatar los azorados habitantes del Chaco que iban a verse envueltos en la pulpa zapallar, absorbidos por sus poderosos raíces.

La primera noticia que se tuvo de su existencia fue la de los sonoros crujidos del simple natural crecimiento. Los primeros colonos que lo vieron habrían de espantarse, pues ya entonces pesaría varias toneladas y aumentaba de volumen instante a instante. Ya medía una legua de diámetro cuando llegaron los primeros hacheros mandados por las autoridades para seccionarle el tronco, ya de doscientos metros de circunferencia; los obreros desistían más que por la fatiga de la labor por los ruidos espeluznantes de ciertos movimientos de equilibración, impuestos por la inestabilidad de su volumen que crecía por saltos.

Cundía el pavor”.
Y el humor negro, la suma de equívocos, los juegos de palabras, lo escatológico (como en Gargantúa y Pantagruel, de François Rabelais) y el extrañamiento, que desautomatiza cómo percibimos el mundo; basta recordar el libro Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza (crónica en primera persona de un extraterrestre caído en la Tierra a través de cuya percepción podemos tomar conciencia de nuestros absurdos humanos), o las instrucciones para las tareas más cotidianas y sencillas, como subir las escaleras, de Cortázar:
“Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie”.
Muchas son las clases de humor y todas ilustrables en una larga lista de cultores. Ustedes, ¿con qué tipo de humor disfrutan más? ¿Qué libros los han hecho partirse de la risa... o al menos aligerar el ánimo y desfruncir el ceño para el resto de la jornada? Lo conversamos aquí en el blog.

jueves, 15 de enero de 2015

Destinos literarios


Porque es época de tomarnos vacaciones (o, si no nos tocan, de soñarlas) esta vez nos ocupamos de los destinos literarios: esos espacios privilegiados, elevados del mapa de los lugares concretos en tanto escenarios de historias que son tan ficticias como inolvidables.


Monje frente al mar, Caspar David Friedrich (1774-1840)

Al pensar en esos sitios, realidad e invención se entremezclan. Quien haya leído La ciudad y los perros o Conversación en la Catedral difícilmente pueda pasear por Lima sin ecos ni citas. Quien haya seguido los pasos de La Maga y Oliveira cruzando los puentes de París (y de su relación) en la novela Rayuela los imaginará inevitablemente en algún momento de su recorrido. Y quien haya conocido la larga pasión de Florentino Ariza por Fermina Daza, detallada en El amor en los tiempos del cólera, no pasará por el Portal de los Dulces de Cartagena sin sentir que la historia se inicia otra vez, en cualquier momento.

Por los puentes de Venecia, dicen que deambulan un mercader (el ideado por Shakespeare). Y también el ansia casi suicida de un turista mayor, hechizado por un amor prohibido justo cuando todo le indica que la peste avanza por los canales y que debe volver de inmediato a su seguro y confortable hogar alemán, según lo narró Thomas Mann en La muerte en Venecia.

Londres no se queda atrás en las evocaciones que suscita: las tramas policiales protagonizadas por Sherlock Holmes, los relatos de mujeres que buscan su lugar en el mundo de Virginia Woolf, los cuentos de miseria pero también de alegría de Charles Dickens. Y así podríamos seguir con la Praga “de” Kafka, la Bogotá “de” Mario Mendoza, la Buenos Aires “de” Borges o de Leopoldo Marechal…

¿Qué lugares son para ir con libro-en-mano? ¿Qué autores sirven como guías por esos espacios? Lo conversamos aquí.

lunes, 12 de enero de 2015

La fe en los libros

"Cuando llegó la hora de irme de casa, había desarrollado, cosa poco sorprendente, una gran fe en los libros. Aunque los puntos flacos de mi padre en la lectura coinciden con los míos, y lo que a él no le gustaba a mí sigue sin gustarme (no hay nada más permanente que una fobia de infancia heredada) sabía que se podía encontrar un libro para cada estado de ánimo, o encontrar un libro para cambiar tu estado de ánimo, un libro que pudiera sugerir una forma de pensar, de sentir y de ser. Nuevos pensamientos, imágenes y fantasías brotaban en tu mente mientras leías sentado en la butaca. El libro adecuado, como una droga, podía colocarte, y mantenerte durante semanas en el estado mental deseado".

Del libro autobiográfico de Hanif Kureishi sobre la relación con su padre, Mi oído en su corazón.


viernes, 9 de enero de 2015

Ubi sunt...

El 4 de enero de 1965 murió T. S. Eliot, poeta angloestadounidense, ganador del Nobel de Literatura en 1948.


Dejó cientos de poemas, libros de teatro y ensayos... y también una pregunta que le gustaba citar a Jorge Luis Borges y que resulta sorprendentemente actual para nosotros, en estos tiempos de proliferación de contenidos:
¿Dónde está la sabiduría que perdimos con el conocimiento y dónde está el conocimiento que perdimos con la información?