El abogado, del pintor francés Honoré Daumier |
Desde Goethe, el autor de Fausto, pasando por los españoles Francisco de Quevedo y Fernando de Rojas, y por los grandes del siglo XVIII y XIX, como Voltaire, Balzac, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, León Tolstoi, hay gran cantidad de ejemplos de vidas divididas entre el Derecho y la literatura.
En el ámbito latinoamericano, están los ejemplos de Gabriel García Márquez (no recibido) y Mario Vargas Llosa. Y también más cerca en la historia está, por supuesto, John Grisham, quien hizo de sus materias de estudio la fuente de inspiración para sus thrillers judiciales (El jurado, El informe Pelícano, etc., etc.).
¿La profesión de abogado resultará un complemento más seguro y sustentable que la de escritor? ¿Será que hay mucho de cumplimiento del mandato familiar en la opción por una profesión más prestigiada socialmente? ¿Existirá algún vínculo no tan evidente entre el estudio de las leyes y la práctica de argumentar para cada caso, y la construcción literaria?
Aquí los escuchamos, si tienen ejemplos para contar o hipótesis para sugerir...