Para homenajearlo, transcribimos algunas respuestas que dio en entrevistas, en las que aparecen facetas contrarias a los lugares comunes sobre Borges (el escritor distante, insensible, excesivamente racional, más bien deprimido y apocado):
PREGUNTA: Algunos lectores han encontrado sus relatos bastante fríos e impersonales, como los de algunos nuevos narradores franceses. ¿Es esa su intención?
RESPUESTA: No. (Con tristeza.) Si ha ocurrido eso, es sólo por torpeza. Porque sentí profundamente esos relatos. Los sentí tan profundamente que los conté... bien, usando símbolos extraños para que la gente no descubriera que son más o menos autobiográficos. Los relatos eran sobre mí, sobre mis experiencias personales. Supongo que es parte del apocamiento inglés, ¿no?
PREGUNTA: ¿Se puede planificar el estudio de la literatura en general, se pueden hacer programas para estudiar?
RESPUESTA: Es una actividad peligrosa, pero necesaria (...). He preferido enseñarles a mis estudiantes no la literatura inglesa –que ignoro– pero sí el amor de ciertos autores, o, mejor aún, de ciertas páginas, o, mejor aún, de ciertas líneas. Y con eso basta, me parece. Uno se enamora de una línea, después de una página, después del autor; bueno, ¿por qué no? Es un hermoso proceso.
PREGUNTA: Borges, ¿usted no comparte las torturas del acto creativo?
RESPUESTA: Montaigne escribió una frase tan eficaz como memorable: “No hago nada sin alegría”. Él se refería a la lectura, a que si encuentra un párrafo tortuoso en un libro, lo abandona, porque eso interrumpe la felicidad. Yo trasladaría la frase de Montaigne, y también una de mi hermana, Norah, al acto de escribir. Norah dice que la pintura es el arte de dar alegría. Para mí también la literatura es una forma de la alegría. Por eso me parece que Joyce fracasa con su Ulises. La felicidad no creo que necesite de lo que usted llama tortura.