jueves, 27 de mayo de 2010

Algunos consejos para escribir de Ernest Hemingway

Escribe frases breves. Comienza siempre con una oración corta. Utiliza un inglés [vale leer español] vigoroso. Sé positivo, no negativo.

La jerga que adoptes debe ser reciente, de lo contrario no sirve.

Evita el uso de adjetivos, especialmente los extravagantes como espléndido, grande, magnífico, suntuoso.

Nadie que tenga un cierto ingenio, que sienta y escriba con sinceridad acerca de las cosas que desea decir, puede escribir mal si se atiene a estas reglas.

Para escribir me retrotraigo a la antigua desolación del cuarto de hotel en el que empecé a escribir. Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo, múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios. Entonces come, juega tenis, nada, o realiza alguna labor que te atonte sólo para mantener tu intestino en movimiento, y al día siguiente vuelve a escribir.

Los escritores deberían trabajar solos. Deberían verse sólo una vez terminadas sus obras, y aun entonces, no con demasiada frecuencia. Si no, se vuelven como los escritores de Nueva York. Como lombrices de tierra dentro de una botella, tratando de nutrirse a partir del contacto entre ellos y de la botella. A veces la botella tiene forma artística, a veces económica, a veces económico-religiosa. Pero una vez que están en la botella, se quedan allí. Se sienten solos afuera de la botella. No quieren sentirse solos. Les da miedo estar solos en sus creencias...

A veces, cuando me resulta difícil escribir, leo mis propios libros para levantarme el ánimo, y después recuerdo que siempre me resultó difícil y a veces casi imposible escribirlos.

Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal.


*El escritor Ernest Hemingway (Oak Park, Estados Unidos, 1899) ha legado una importante obra narrativa. Sus novelas más destacadas son Por quién doblan las campanas (1940), Al otro lado del río y entre los árboles (1950), El viejo y el mar (1952) y París era una fiesta (1964).

Ganó el Premio Pulitzer en 1953 y el Nobel, en 1954. Se suicidó en 1961.

viernes, 21 de mayo de 2010

Por los 10 años de LibrosEnRed, antología fantástica de regalo


Es inevitable: los años redondos, terminados en cero, se nos presentan como el fin de una etapa y el comienzo de otra.

De por sí vivir en el siglo XXI arrastra una carga de proyecciones futuristas y ánimos vacilantes: decenas de cuentos, novelas y películas procuraron anticipar, con postulados de ciencia ficción, cómo sería esta etapa que —para esas obras— era aún lejana, pero que, para nosotros, ya es presente.

Por si esto fuera poco, vivimos en una época en que las mejoras tecnológicas se suceden a sí mismas de manera vertiginosa y cada vez más veloz.

Cuando todas estas circunstancias se juntan y tenemos, para resumir, que en el año 2010 una editorial digital —que edita y vende e-books y PODs por Internet—, cumple 10 años on line, toda esa sensación de haber dejado atrás un capítulo de la historia, de estar en el umbral del futuro y de experimentar tiempos inciertos se potencia por tres.

Y por esto es que, en esta fecha especial, la de nuestro décimo aniversario, decidimos publicar una antología de cuentos fantásticos. El fantástico, género reactivo a su contexto por excelencia, es el reverso del discurso establecido —cuestiona la ciencia, los valores fijados, la tradición— y refleja las metamorfosis culturales de la razón y del imaginario colectivo.

Al leer textos fantásticos, lo que sentimos es inquietud: el fantástico nos intranquiliza al dar cuenta de cómo el mundo ha perdido la regularización y legalidad que le conocíamos. Si, por ejemplo, el discurso científico oficial muestra celebratoriamente determinados avances, la narrativa fantástica señalará de modo más o menos directo las falencias y amenazas que estos progresos traen aparejados.

Teniendo esto en cuenta, nosotros quisimos ver cómo las generaciones pasadas (en particular, autores de distintos países de habla hispana) lidiaron con los cambios que percibían en su entorno inmediato. Salvo en el caso de don Juan Manuel, que se enfrentaba, en la Edad Media toledana, al surgimiento de la burguesía y a la pérdida del statu quo, los autores elegidos han escrito en la segunda mitad del siglo XIX, época de definición de las identidades nacionales, o a principios del XX, cuando se volvía necesario comprender el acelerado proceso de modernización que finalmente llegaba a América.

Los cuentos elegidos para esta antología son siete. Por orden de nacimiento de sus autores, aparece primero el “Cuento XI. De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán, gran maestro que moraba en Toledo”, de El conde Lucanor, ejemplario o colección de relatos edificantes (breves cuentos enmarcados en una conversación, que por supuesto llevan moraleja) de Don Juan Manuel (1282-1348).

Luego sigue “Dónde y cómo el diablo perdió el poncho. Cuento disparatado”, del escritor peruano Ricardo Palma (1833-1919), pieza de prosa graciosa, llena de metáforas chispeantes, comparaciones cómicas, anacronismos simpáticos y apodos ocurrentes. Este cuento en particular es una de sus tradiciones, definidas por el escritor argentino César Aira como "género que él inventó y llevó a su perfección” y “breves relatos basados en anécdotas de la historia menor (del virreinato en general, aunque admiten leyendas anteriores) desarrollados con su peculiar humor, criollo e hispánico”.

Seguimos con “El número 111. Aventuras de una noche de ópera”, el primer relato de Eduardo Blanco (1839-1912), novelista e historiador romántico de Venezuela, que, en este cuento y como ocurre en el caso del anterior, toma el clásico motivo del diablo.

“Encuentro pavoroso” es uno de los típicos cuentos de “espanto” de Manuel José Othón (México, 1858-1906), definidos por José Emilio Pacheco como "esfuerzos por adaptar el estilo cervantino al ambiente rural mexicano y galvanizarlo con un hálito de Edgar Allan Poe". Estas influencias —la del contexto cultural local, la de la más alta tradición española y la del tratamiento del horror en Poe— se verifican en el presente relato.

“El caso de la señorita Amelia”, del nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) —más célebre por sus poemas que por su prosa, pero virtuoso también en esta faceta literaria—, se apoya en la alteración temporal y el recurso del relato en primera persona.

Con “Yzur”, Leopoldo Lugones (Argentina, 1874-1938) se aproxima a otro cuento, escrito en otra parte del mundo y en otro idioma, el “Informe para una Academia”, del checo Franz Kafka. Los dos textos dan cuenta de cómo ingresan al mundo de la ficción las nociones de selección natural y teoría de la evolución de las especies. Solo que, a diferencia de la propuesta científica, que se ilusiona con una humanidad que puede ser siempre más perfecta, la literatura juega con la idea de la regresión a un estado primitivo —la involución— y con la de que los vínculos con lo animal siguen más vigentes de lo que se creía. Más que seguir la línea del origen animal de la especie humana, estos cuentos refuerzan la humanidad del animal y la bestialización del hombre.

Finalmente, “El almohadón de plumas”, de Horacio Quiroga (Uruguay, 1878-1937), constituye un exquisito giro del género fantástico (incluso se insinúa en algún momento como historia de vampiros —y no precisamente por el parásito—) a la tranquilizadora explicación pseudocientífica.

Del tema del pacto con el diablo, a los trastornos de la ciencia; desde el romanticismo, hasta el modernismo e incluso el expresionismo, esta Antología LibrosEnRed 10 años. Cuentos fantásticos clásicos en idioma español procura seguir la exploración que determinados autores, en determinados contextos históricos de cambio y revoluciones culturales, emprendieron para intentar explicarse una realidad confusa e inestable. Pero no con respuestas prefabricadas ni con dogmas heredados de la tradición, sino con preguntas novedosas y con postulaciones sugestivas.

Esperamos que la disfruten. Pueden obtenerla aquí.

viernes, 14 de mayo de 2010

"Decálogo más uno para escritores principiantes", por Juan Carlos Onetti*



I. No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo.

II. No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Éste sólo se asusta cuando le amenazan el bolsillo.

III. No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda.

IV. No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético.

V. No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar.

VI. No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo.

VII. No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, hoy son genios.

VIII. No olviden la frase, justamente famosa: 2 más dos son cuatro; pero ¿y si fueran 5?

IX. No desdeñen temas con extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario.

X. Mientan siempre.

XI. No olviden que Hemingway escribió: "Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer."


*Juan Carlos Onetti (Uruguay, 1909-1995) es autor de una importante obra narrativa. Sus novelas más destacadas son La vida breve (1950), Los adioses (1954) y Juntacadáveres (1964), en las presentó Santa María, ciudad lluviosa y ficticia. Onetti ganó el Premio Cervantes en 1980.

lunes, 3 de mayo de 2010

Décalogo del cuentista, de Horacio Quiroga*


  1. Cree en el maestro (Poe, Maupassant, Kipling, Chejov) como en dios mismo.

  2. Cree que tu arte es una cima inaccesible. No sueñes con dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

  3. Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que cualquier otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

  4. Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

  5. No empieces a escribir sin saber desde la primera línea adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi siempre la misma importancia que las tres últimas.

  6. Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba un viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

  7. No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él sólo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

  8. Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

  9. No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

  10. No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento.

*Horacio Quiroga nació en Uruguay, en 1878, y murió en Buenos Aires, Argentina, en 1937. Inició su obra con el género de poesía, pero se hizo conocido por sus magníficos cuentos. Los títulos que más repercusión literaria alcanzaron fueron Anaconda, Cuentos de amor, locura y muerte y Cuentos de la selva.