viernes, 31 de julio de 2015

Bartleby, el escribiente de la reticencia cortés

Melville, hacia 1860
El 1º de agosto de 1819, hace casi 200 años, nacía Herman Melville, primero marino y después escritor. Su obra más conocida es Moby Dick o la ballena blanca, pero hoy lo recordamos por el notable relato Bartleby, el escribiente, que presenta uno de los personajes más intrigantes de la historia de la literatura. Aquí, la escena del primer desconcierto que Bartleby provoca en el pobre narrador:
Al principio, Bartleby escribió extraordinariamente. Como si hubiera padecido un ayuno de algo que copiar, parecía hartarse con mis documentos. No se detenía para la digestión. Trabajaba día y noche, copiando, a la luz del día y a la luz de las velas. Yo, encantado con su aplicación, me hubiera encantado aún más si él hubiera sido un trabajador alegre. Pero escribía silenciosa, pálida, mecánicamente.
Una de las indispensables tareas del escribiente es verificar la fidelidad de la copia, palabra por palabra. Cuando hay dos o más amanuenses en una oficina, se ayudan mutuamente en este examen, uno leyendo la copia, el otro siguiendo el original. Es un asunto cansador, insípido y letárgico. Comprendo que para temperamentos sanguíneos, resultaría intolerable. Por ejemplo, no me imagino al ardoroso Byron sentado junto a Bartleby, resignado a cotejar un expediente de quinientas páginas, escritas con letra apretada.
Yo ayudaba en persona a confrontar algún documento breve, llamando a Turkey o a Nippers con este propósito. Uno de mis fines al colocar a Bartleby tan a mano, detrás del biombo, era aprovechar sus servicios en estas ocasiones triviales. Al tercer día de su estada, y antes de que fuera necesario examinar lo escrito por él, la prisa por completar un trabajito que tenía entre manos, me hizo llamar súbitamente a Bartleby. En el apuro y en la justificada expectativa de una obediencia inmediata, yo estaba en el escritorio con la cabeza inclinada sobre el original y con la copia en la mano derecha algo nerviosamente extendida, de modo que, al surgir de su retiro, Bartleby pudiera tomarla y seguir el trabajo sin dilaciones.
En esta actitud estaba cuando le dije lo que debía hacer, esto es, examinar un breve escrito conmigo. Imaginen mi sorpresa, mi consternación, cuando sin moverse de su ángulo, Bartleby, con una voz singularmente suave y firme, replicó: 
Preferiría no hacerlo.
Me quedé un rato en silencio perfecto, ordenando mis atónitas facultades. Primero, se me ocurrió que mis oídos me engañaban o que Bartleby no había entendido mis palabras. Repetí la orden con la mayor claridad posible; pero con claridad se repitió la respuesta:
Preferiría no hacerlo.
Preferiría no hacerlo repetí como un eco, poniéndome de pie, excitadísimo y cruzando el cuarto a grandes pasos. ¿Qué quiere decir con eso? Está loco. Necesito que me ayude a confrontar esta página: tómela y se la alcancé.
Preferiría no hacerlo dijo.
Lo miré con atención. Su rostro estaba tranquilo; sus ojos grises, vagamente serenos. Ni un rasgo denotaba agitación. Si hubiera habido en su actitud la menor incomodidad, enojo, impaciencia o impertinencia, en otras palabras si hubiera habido en él cualquier manifestación normalmente humana, yo lo hubiera despedido en forma violenta. Pero, dadas las circunstancias, hubiera sido como poner en la calle a mi pálido busto en yeso de Cicerón.
Me quedé mirándolo un rato largo mientras él seguía escribiendo y luego volví a mi escritorio. Esto es rarísimo, pensé. ¿Qué hacer? Mis asuntos eran urgentes. Resolví olvidar aquello, reservándolo para algún momento libre en el futuro. Llamé del otro cuarto a Nippers y pronto examinamos el escrito.
La obra entera, de regalo, en este enlace: http://www.librosenred.com/libros/bartlebyelescribiente.html.

Y una versión libre en variante microrrelato, aquí.

lunes, 20 de julio de 2015

Escritores y amigos

Es el Día del Amigo (en la Argentina... pero, como siempre decimos, cualquier efeméride linda sirve de excusa para el festejo de todos). En otra oportunidad, nos dedicamos a la amistad en la literatura, dentro de los libros. Por ejemplo, la amistad entre Sherlock Holmes y su complementario y elemental Watson; entre los marginados Cruz y Martín Fierro, del largo poema del mismo nombre; entre Tom Saywer y Huckleberry Finn; entre Don Quijote y Sancho Panza (otro par infaltable de opuestos), entre el ingenioso Asterix y el noble y glotón Obelix... 

Por eso, para cambiar el foco, hoy pasaremos revista a la amistad entre escritores, a esas relaciones que sobrevivieron exitosamente a cualquier sombra de rivalidad que naturalmente hubiera podido surgir entre personas consagradas en lo suyo. 

Por ejemplo, los de la imagen: Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges (presentados por Victoria Ocampo), tan cómplices y de humor tan afín que debe de haber sido un placer verlos estar juntos (aunque esto sea imposible, un poco podemos escuchar sus conversaciones si leemos las entradas del diario Borges, que Bioy Casares alimentó luego de cada encuentro durante sus 50 años de amistad). Borges y Bioy pudieron incluso trabajar juntos: crearon antologías editoriales a pedido, ejercieron como jurados de concursos y escribieron cuentos cómicos y detectivescos bajo el heterónimo (es decir, toda una identidad literaria ficticia) Honorio Bustos Domecq. 

También fueron amigos (aunque más acotadamente, durante los años 20) los escritores estadounidenses Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, y ahí tenemos la película de Woody Allen en Medianoche en París para mostrarlo. Y los autores ingleses C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien, responsables de los mundos de Narnia (con las Crónicas del mismo nombre) y de Tierra Media (por la saga de El Señor de los anillos), respectivamente, ambos miembros de la Universidad de Oxford y amantes de la mitología nórdica. 

Volviendo al ámbito latinoamericano, amigos, y muy amigos, fueron también Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, hasta que la relación terminó en el año 1976 con un puñetazo, de dudosa causa, del segundo al primero. Más estable y duradera (desde los 60 hasta el 84, cuando Cortázar murió) fue la relación de Gabo con el autor de Rayuela, otro favorecido (como él, como Vargas Llosa, como el mexicano Carlos Fuentes y como Donoso) por el boom literario. Al parecer, García Márquez lo admiraba: "Cortázar era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande", dijo una vez . 

¿Qué otros escritores amigos conocen? Lo seguimos conversando aquí.