miércoles, 27 de febrero de 2013

Lenguaje claro, lenguaje oscuro

Lo oscuro suena importante. Lo dicho con vueltas, más erudito; lo extenso, más complejo y completo.
Sin embargo, muchas veces esos mensajes largos, trabados y rimbombantes esconden pocas ideas. Después de leerlos varias veces, llegamos a la conclusión de que detrás de la apariencia de profundidad no se decía nada.
Y los expertos (los escritores, los que hacen de su día a día una reflexión sobre cómo expresarse mejor con palabras) refuerzan esta idea.
"Lo único verdaderamente subversivo y perturbador es la claridad. Pensemos en Kafka. No hay frases más claras y transparentes que las de Kafka. Y, al mismo tiempo, nadie más perturbador", decía el escritor Edmond Jabès, recordado por Paul Auster.
"Un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas”, sentenciaba Ernesto Sábato.
Julio Cortázar directamente aseguraba: “Creo que ningún escritor tiene derecho a dificultar deliberadamente la lectura al lector: porque esto se llama pedantería o insuficiencia. Es el caso del que no tiene nada que decir y entonces lo dice en un lenguaje muy complicado, para disimular que no está diciendo absolutamente nada”.
Se trata, también, de estilos que se imponen. En el siglo XX el lenguaje se volvió más directo y preciso, y según este estándar se valoró parte de la literatura y el periodismo. A tono con su tiempo (comenzó a escribir a principios del 1900) Eugenio d'Ors recomendaba:
“Entre dos explicaciones, elige la más clara; entre dos formas, la más elemental; entre dos expresiones, la más breve”.
El objetivo era usar un lenguaje no enrevesado, oscuro, artificioso a propósito. Y elegir signos y letras bien para que cada palabra cuente:
“La fuerza de un novelista no radica solamente en su imaginación, sino también en su facultad de exactitud semántica”, decía el narrador checoslovaco Milan Kundera.
Y Mark Twain, escritor, periodista y humorista estadounidense:
“La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma entre el rayo y la luciérnaga”.
Pero escribir con un estilo más llano ¿es más fácil? ¿O menos meritorio? Lo contrario. O al menos así lo dicen los autores:
"Escribir con sencillez es tan difícil como escribir bien", declaró una vez el escritor William Somerset Maugham.
Es que pulir, elegir la palabra más precisa, la que diga más con menos, lograr la síntesis supone un mayor esfuerzo. Simone de Beauvoir terminaba así un mensaje:
“He hecho esta carta más larga de lo usual porque no tengo tiempo para hacer una más corta”.
Tal vez la clave la exprese Jorge Luis Borges, en un prólogo escrito ya entrado en años:
"Es curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad".
Es decir, no se trata de la simpleza por sí misma; no es un culto a lo rústico o a la apariencia de no elaborado. Se trata, más bien, de la claridad para lo profundo y de la delicadeza, la aproximación sutil (pero no por eso indirecta ni disfrazada) a lo difícil de sondear, a aquello que está de fondo, latiendo, con toda su riqueza y complejidad, en nuestras vidas y relaciones.
¿Qué opinan ustedes? Lo conversamos aquí.

jueves, 7 de febrero de 2013

Parejas de escritores

Historias de amor en la literatura hay de todo tipo: trágicas, luminosas, cómicas, pasionales, imposibles, bien reales…  

Pero los romances literarios también pueden ocurrir por fuera de los libros: en las parejas de escritores; uniones de las que hay muchas, en general todas muy intensas y singulares.
Por ejemplo, la de Mary Wollstonecraft Godwin, autora (con solo 19 años) de la increíble novela gótica Frankenstein, y Percy Bysshe Shelley, poeta romántico inglés, apenas unos años mayor pero escritor más experimentado.
Otro caso es el del matrimonio formado por Leonard Woolf y Virginia Stephen (Woolf al casarse y para la posteridad). Aunque ella se suicidó (hundiéndose en un río con piedras en sus bolsillos), parece que fue la historia de un amor, si no feliz, profundo y leal. Así lo muestra la agradecida carta que ella le dejó antes de partir a su muerte:
8 de marzo de 1941
Querido:
Me siento segura de estar nuevamente enloqueciendo. Creo que no podemos atravesar otro de estos terribles períodos. No voy a reponerme esta vez. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor hacer. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todas las formas todo lo que alguien puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta que apareció esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy estropeando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Cuanto te quiero decir es que te debo toda la felicidad en mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bondadoso. Quiero decirte que –todo el mundo lo sabe– si alguien podía salvarme, hubieras sido tú. Nada queda en mí salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destruyendo tu vida por más tiempo.
No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.
Virginia

Otra pareja que tuvo un final parecido (con la diferencia de que la relación fue más breve, terminada en separación a causa de una infidelidad de él) fue la de los escritores Sylvia Plath y Ted Hugues. Con solo 30 años y dos hijos pequeños, Sylvia se quitó la vida en 1963 asfixiándose con gas en el horno de su casa.
Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre constituyen otro ejemplo de pasiones peculiares. Fueron pareja, pero siempre alternando con otros amantes, cuyas historias compartían. Como se aprecia en esta carta de Simone a Jean Paul, del 27 de julio de 1938:
Me ha sucedido algo sumamente agradable y completamente inesperado: me acosté en el pequeño Bost hace tres días. Fui yo quien lo propuso, por supuesto. (...). Pasamos días idílicos y noches de pasión. Pero no temas encontrarme de mal talante o desorientada o incómoda el sábado; esto es algo muy preciado para mí, pero a la vez liviano y fácil y bien ubicado en mi vida.


Lo que nos recuerda el caso de la escritora estadounidense Anaïs Nin y Henry Miller, quienes también armaron una pareja abierta… con la esposa de él (June).
En el ámbito de la lengua española, podemos mencionar a Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Ella le llevaba 11 años y era extraña desde su aspecto exterior hasta en su forma de ver el mundo. Él era un galán profesional (y mujeriego consumado) y encajaba mucho más naturalmente en sociedad. Escribieron juntos una novela policial con un título que acaso revele la complejidad de su relación: Los que aman odian.
Y, más contemporáneamente, encontramos a Paul Auster y Siri Hustvedt, su segunda mujer, quien por décadas debió soportar el mote de "esposa de" para poder brillar con luz propia a partir de novelas como Todo cuanto amé.
¿Qué otras parejas de escritores conocen? O ¿qué podrían comentar de las citadas?