viernes, 23 de diciembre de 2011

Juan Ramón Jiménez y la supuesta literatura infantil

El 23 a las 12 o el 24 a las 0 horas de 1881 nació Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura (1956) y autor de uno de los comienzos más memorizados de la literatura universal:
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: «¿Platero?» y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal...

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

—Tien' asero...

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
Inicio, por supuesto, de Platero y yo, obra que dan a leer a los niños tempranamente. Su autor, sin embargo, aseguraba al comienzo de la obra, en la "Advertencia a los hombres que lean este libro para niños":
Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¡qué sé yo para quién! ...para quién escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!

«Dondequiera que haya niños —dice Novalis—, existe una edad de oro». Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.
¡Isla de gracia, de frescura y dicha, edad de oro de los niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer!

Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren. También habrá excepciones para hombres y para mujeres, etc.

martes, 20 de diciembre de 2011

Estaciones: verano

Para quienes a partir de hoy comienza la estación de más calor, el cuadro El verano (pintado en 1585 y conservado en el Louvre), uno de los sorprendentes rostros de Giuseppe Arcimboldo compuesto de vegetales y frutas. 

viernes, 16 de diciembre de 2011

Día para la ciencia ficción

El 16 de diciembre es un día importante para la ciencia ficción: nacen dos de los autores más relevantes del siglo pasado en cuanto a este género. En 1917, Arthur Charles Clarke, escritor inglés, y, en 1928, el estadounidense Philip Kindred Dick. Precisamente de él presentamos la exposición acerca de las particularidades de esta forma de hacer literatura:
En primer lugar, definiré lo que es la ciencia ficción diciendo lo que no es. No puede ser definida como "un relato, novela o drama ambientado en el futuro", desde el momento en que existe algo como la aventura espacial, que está ambientada en el futuro pero no es ciencia ficción; se trata simplemente de aventuras, combates y guerras espaciales que se desarrollan en un futuro de tecnología superavanzada. ¿Y por qué no es ciencia ficción? Lo es en apariencia, y Doris Lessing, por ejemplo, así lo admite. Sin embargo la aventura espacial carece de la nueva idea diferenciadora que es el ingrediente esencial. Por otra parte, también puede haber ciencia ficción ambientada en el presente: los relatos o novelas de mundos alterno. De modo que si separamos la ciencia ficción del futuro y de la tecnología altamente avanzada, ¿a qué podemos llamar ciencia ficción?

Tenemos un mundo ficticio; este es el primer paso. Una sociedad que no existe de hecho, pero que se basa en nuestra sociedad real; es decir, esta actúa como punto de partida. La sociedad deriva de la nuestra en alguna forma, tal vez ortogonalmente, como sucede en los relatos o novelas de mundos alternos. Es nuestro mundo desfigurado por el esfuerzo mental del autor, nuestro mundo transformado en otro que no existe o que aún no existe. Este mundo debe diferenciarse del real al menos en un aspecto que debe ser suficiente para dar lugar a acontecimientos que no ocurren en nuestra sociedad o en cualquier otra sociedad del presente o del pasado. Una idea coherente debe fluir en esta desfiguración; quiero decir que la desfiguración ha de ser conceptual, no trivial o extravagante... Esta es la esencia de la ciencia ficción, la desfiguración conceptual que, desde el interior de la sociedad, origina una nueva sociedad imaginada en la mente del autor, plasmada en letra impresa y capaz de actual como un mazazo en la mente del lector, lo que llamamos el shock del no reconocimiento. Él sabe que la lectura no se refiere a su mundo real.

Ahora tratemos de separar la fantasía de la ciencia ficción. Es imposible, y una rápida reflexión nos lo demostrará. Fijémonos en los personajes dotados de poderes paranormales; fijémonos en los mutantes que Ted Sturgeon plasma en su maravilloso Más que humano. Si el lector cree que tales mutantes pueden existir, considerará la novela de Sturgeon como ciencia ficción. Si, al contrario, opina que los mutantes, como los brujos y los ladrones, son criaturas imaginarias, leerá una novela de fantasía. La fantasía trata de aquello que la opinión general considera imposible; la ciencia ficción trata de aquello que la opinión general considera posible bajo determinadas circunstancias. Esto es, en esencia, un juicio arriesgado, puesto que no es posible saber objetivamente lo que es posible y lo que no lo es, creencias subjetivas por parte del autor y del lector.

Ahora definiremos lo que es la buena ciencia ficción. La desfiguración conceptual (la idea nueva, en otras palabras) debe ser auténticamente nueva, o una nueva variación sobre otra anterior, y ha de estimular el intelecto de lector; tiene que invadir su mente y abrirla a la posibilidad de algo que hasta entonces no había imaginado. "Buena ciencia ficción" es un término apreciativo, no algo objetivo, aunque pienso objetivamente que existe algo como la buena ciencia ficción.

Creo que el doctor Willis McNelly, de la Universidad del estado de California, en Fullerton, acertó plenamente cuando afirmó que el verdadero protagonista de un relato o de una novela es una idea y no una persona. Si la ciencia ficción es buena, la idea es nueva, es estimulante y, tal vez lo más importante, desencadena una reacción en cadena de ideas-ramificaciones en la mente del lector, podríamos decir que libera la mente de este hasta el punto que empieza a crear, como la del autor. La ciencia ficción es creativa e inspira creatividad, lo que no sucede, por lo común, en la narrativa general. Los que leemos ciencia ficción (ahora hablo como lector, no como escritor) lo hacemos porque nos gusta experimentar esta reacción en cadena de ideas que provoca en nuestras mentes algo que leemos, algo que comporta una nueva idea; por tanto, la mejor ciencia ficción tiende en último extremo a convertirse en una colaboración entre autor y lector en la que ambos crean... y disfrutan haciéndolo: el placer es el esencial y definitivo ingrediente de la ciencia ficción, al placer de descubrir la novedad.

martes, 13 de diciembre de 2011

Cuentos breves y escalofriantes

Decía Cortázar que si la novela —construcción sofisticada y de largo aliento— gana por puntos, el cuento gana por knock-out. "Un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases".

Si la contundencia es la clave para los cuentos en general, lo es más todavía para los microrrelatos. Aquí, una muestra de estas breves obras maestras del efecto sorpresa:

"Final para un cuento fantástico", de I. A. Ireland

—¡Que extraño! —dijo la muchacha avanzando cautelosamente—. ¡Qué puerta más pesada! La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.

—¡Dios mío! —dijo el hombre—. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!

—A los dos no. A uno solo —dijo la muchacha. Pasó a través de la puerta y desapareció.

"Fantasma sensible", de Lieu Yi-King

Un día, cuando se dirigía al excusado, Yuan Tche-yu fue protagonista de un hecho singular. A su lado surgió un fanatasma gigantesco, de más de diez pies de altura, de tez negra y ojos inmensos, vestido con una casaca negra y cubierto con un bonete plano.

Sin turbarse de modo alguno, Yuan Tche-yu conservó su sangre fría.

—La gente suele decir que los fantasmas son feos —dijo con la mayor indiferencia, dirigiendo una sonrisa a la aparición—. ¡Y tienen toda la razón! El fantasma, avergonzado, se eclipsó.

"Escalofriante", de Thomas Bailey Aldrich

Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Tocan la puerta.


Al caer de la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:

—Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?

—Yo no —respondió el otro—. ¿Y usted?

—Yo sí —dijo el primero y desapareció.

Este relato pertenece, supuestamente, a un escritor inglés llamado George Loring Frost y fue incluido por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en su famosa antología de narrativa fantástica. Se sospecha, sin embargo (y no sería nara raro teniendo en cuenta no solo el gusto por la literatura fantástica, sino también por las bromas literarias de estos amigos escritores), que el autor real es el propio Borges.

Cela: diálogos entre un editor y un novelista

 El 13 de diciembre de 1995, Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura 1989, obtiene también el máximo galardón de las letras españolas: el Premio Cervantes.

De Cela transcribimos más abajo un fragmento de Café de Artistas, que nos parece de lo más simpático y que trata, precisamente, de la relación entre editores y autores:
"En el bar, delante de una café con leche, un editor le explica a un novelista flaquito, con cara de padecer de hígado y quién sabe si también de hemorroides:

-Mire usted, Cirilo, dejémonos de zarandajas y de modernismos. La novela, ¿me escucha usted?

Cirilo se sobresaltó por dentro y puso un gesto casi ruin de estar atendiendo mucho.

-Sí, señor, sí. La novela...

El editor siguió.

-Pues eso. La novela, dejémonos de monsergas y de modernismos, debe constar de tres elementos esenciales. ¿Me entiende usted?

El novelista, por poco, le responde:

-Sí, señor, le entiendo la mar de bien: fe, esperanza y caridad.

Pero pudo contenerse a tiempo.

-Sí, señor, ya lo creo. ¡Los tres elementos tradicionales, clásicos, esenciales! ¡Je, Je!

El editor respiró hondo y continuó.

-¿Quiere usted un cafetito?

-Bueno...

-Oiga, un cafetito para este señor.

El editor miró para Cirilo y Cirilo se compuso unos ojitos de oveja que querían significar todo su mucho agradecimiento.

-Y esos tres elementos de que le hablo, amigo mío, esos tres elementos tradicionales, clásicos, esenciales, dejémonos de gaitas y de modernismos, son ¿sabe usted cuáles son?

-Siga, siga...

-Pues son: planteamiento, nudo y desenlace. Sin planteamiento nudo y desenlace, por más vueltas que usted quiera darle, no hay novela; hay, ¿quiere usted que se lo diga?

-Sí, señor, sí.

-Pues no hay nada, para que lo sepa. Hay ¡fraude y modernismos!

El pobre Cirilo estaba hundido, anonadado. El editor usaba argumentos muy sólidos.

-Y si usted quiere le que encargue una novela, ya sabe: planteamiento, nudo y desenlace. Verbigracia: una joven huérfana trabaja como una negra para poder sacar adelante a sus once hermanitos, que también son huérfanos y están algo delicados. Para darle mayores visos de realidad, podemos decir que trabaja en el instituto nacional de previsión, en la sección de seguros para madres lactantes. Bueno. La joven, que se llama, por ejemplo, Esmeralda de Valle-Florido, o Graciela de Prado-Tierno, o algún otro nombre cualquiera, el caso es que sea bello y simbólico, conoce un día, en una cafetería americana, ¡hay que ser modernos!, a un joven apuesto, de mirar profundo, que se llama, por ejemplo, Carlos o Alberto. No se le ocurra ponerle Estanislao, comprenda que no hace bien.

-Claro; sí, señor.

-Pues eso. ¡Ya casi tenemos el planteamiento! Carlos, que es muy desgraciado, corteja  Esmeralda, que tampoco es feliz, pero Esmeralda le pone una condición: ¡Carlos! Dime, amor. ¡Quítate del vermú! Carlos se aparta de la bebida y la joven pareja pasa por instantes muy dichosos. ¿Eh, qué tal?

Cirilo estaba entusiasmado.

-¡Extraordinario!

El editor sonrió, satisfecho.

-Pues nada, ¡para que vea mi afán de colaboración!, si le gusta, ¡se lo regalo!

-Gracias, don Serafín, muchas gracias. ¡Nunca podré agradecerle bastante todo lo que usted hace por mí!

jueves, 1 de diciembre de 2011

Los mejores autores de novelas policiales

El 1º de diciembre se cumple un aniversario de la primera aparición del personaje de Sherlock Holmes, con la publicación de Un estudio en escarlata en 1887.

Sherlock Holmes es uno de los máximos exponentes de los detectives creados por el policial clásico, personajes siempre algo excéntricos, al margen de las instituciones y muñidos de una única arma: la razón.

El género del policial clásico, también llamado de enigma, inglés o novela problema, caracterizado por presentar tanto la historia de un crimen como la historia de su investigación, tiene un mérito único dentro de la literatura. Sus narraciones logran sacarnos de la realidad diaria como no lo hace otro tipo de obras; son relatos que nos introducen en un mundo apasionante, en el que hay que deducir acertijos y atrapar pistas, configurar personalidades a partir de pocos indicios y usar nuestra lógica y nuestro conocimiento del mundo al máximo... para finalmente, hacia las últimas páginas, ser sorprendidos magistralmente.

Si pensamos en los autores insoslayables, no podemos dejar de mencionar a Agatha Christie (con Hércules Poirot y Miss Maple), Sir Arthur Conan Doyle y Gilbert Chesterton, con su cándido personaje, el padre Brown. Hay quienes incluirían, también, a George Simenon y a Edgar Allan Poe.

Para ustedes, ¿cuál es el mejor autor o la mejor autora de relatos policiales y qué personajes creados por ellos son los más logrados?